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J. E. P.
Miércoles, 8 de agosto 2007, 05:23
Miguel sostuvo ayer ante el juez que en toda la mañana del 28 de julio de 2006 sólo se tomó un carajillo. Un café mezclado con una copa de anís. Sin embargo, cuando lo paró la Guardia Civil apreciaron que le olía el aliento a alcohol. Le hicieron soplar y dio 1,01, lo que multiplica por cuatro la tasa legal permitida. Imposible dar tanto con un carajillo. Según insistió en el juicio de ayer, la única explicación que encuentra es que poco antes del control había estado «trabajando con poliuretano, que se mezcla con alcohol de 96 grados». Lo hizo además sin mascarilla y, según su versión, inhaló gases que pudieron influir en la prueba. «Algunas veces que uso la pistola con poliuretano acabo mareado, como si estuviera borracho», relató al tribunal que lo juzgó por un supuesto delito contra la seguridad del tráfico por el que el Fiscal le pide 900 euros de multa y un año y tres meses sin carné.
El Ministerio Público mantuvo los cargos argumentando que hay un dato objetivo como la prueba de la alcoholemia y que el acusado reconoció que había bebido.
La defensa sostiene que en ningún momento estuvo bajo los efectos del alcohol, ya que lo pararon por no llevar el cinturón, no por una conducción extraña, y que los agentes no le apreciaron nada raro, salvo la halitosis. Hasta el guardia civil se extrañó de que dando tanto no estuviese como una cuba. «Tiene que acreditarse la influencia del alcohol en la conducción para que sea delito».
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