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MANUEL RODRÍGUEZ ARÉVALO
Jueves, 5 de noviembre 2015, 00:30
En la fortaleza de Bedmar tuvo lugar un conocido episodio acaecido al joven de quince años, Luis de la Cueva y Sanmartín, en el año 1460. Era Viernes Santo y cuatro hermanos, apellidados Calanchas, salían de la ciudad de Úbeda, nada más abrirse las puertas. Cada uno tomó un camino diferente, aunque más adelante se volvieron a reunir, en el pilar de la Aldehuela, junto al camino de Jimena.
Sus intenciones eran acabar con la vida de don Luis de la Cueva, y quedarse con la fortaleza de esa villa, y con las de Albanchez, Solera y Canena, que como Comendador de la Orden de Santiago poseía.
Mercenarios
Para tal fin no tuvieron ningún reparo en pactar con los más desalmados mercenarios, ofreciéndoles oro e impunidad a cambio de estas valiosas plazas y la cabeza del señor de Bedmar. En total eran siete: los cuatro hermanos Calanchas, los gemelos de Córdoba y un tal Roquez. Pronto llegaron al sitio que llaman del Sollozar, a menos de media legua de la fortaleza de Albanchez, donde se partió el grupo. El menor de los Córdoba tomó el camino del castillo de Solera, de cuyo alcaide era falso amigo. Uno de los Calanchas se dirigió al de Albanchez y los cinco que quedaron siguieron camino hacia Bedmar, donde habitaba don Luis de la Cueva, que cumplía ese mismo día los quince años.
Llegaron los cinco traidores ante don Luis, al que les pidió una carga de sal para vender en la ciudad de Úbeda y así mitigar su pobreza. El doncel mandó a uno de sus criados a que dijese al salinero que preparara la carga que le pedían.
También solicitaron, con humildad, que diese licencia al talabartero de Villavieja para que les vendiera una docena de cuerdas para los palos de sus ballestas, alegando que las suyas estaban en mal estado por culpa de la humedad. Don Luis mandó a otro criado por las cuerdas. Ya solo quedaban en el castillo un hombre capaz de manejar armas, que era el portero. Los demás eran jovenzuelos y mujeres.
Heridas
Dejando a Roquez que entretuviese con su conversación a don Luis de la Cueva, salieron los demás de forma disimulada e hirieron gravemente al portero en las tripas, porque aunque sin armas quiso defenderlos para que no cerrasen la puerta de la fortaleza, adivinándoles la intención que traían.
Un pajecillo aguador que vio lo ocurrido fue a dar aviso al señor de Bedmar, que inmediatamente cogió la espada, pequeña como para muchacho, que le había regalado su tío, el duque de Alburquerque, y atacó con furia a los malhechores.
Aunque le malhirieron en la refriega, mató a cuatro de ellos y el quinto en muy mal estado. No obstante, don Luis quedó con tan poca fuerza que no podía abrir la puerta de la fortaleza para que entraran los vecinos de la villa a socorrerlo. Finalmente tuvieron que romperla para recibir la ayuda.
Antes de morir dijo que eran siete los de la traición, y que los otros habían acudido a los castillos de Albanchez y Solera, por lo que hubo tiempo para avisar a sus alcaides de la situación. Los otros dos conjurados fueron prendidos y ahorcados en las almenas de estas fortalezas.
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