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JUAN ESTEBAN POVEDA
Sábado, 19 de junio 2010, 04:13
Los dedos índices y anular curvados sobre la palma. Y el índice y el corazón ligeramente extendidos. Según la iconografía cristiana, es la 'mano del predicador', la del Pantócrator, la del Cristo que bendice. En la liturgia católica, es el gesto que usa el sacerdote para bendecir. Para un forense, sin embargo, así es la mano de una persona que sufre la secuela de haberse seccionado el nervio mediano de la mano. Y Miguel Lorente Acosta (Almería 1962) es forense (además de secretario de Estado para asuntos de violencia contra la mujer). Partiendo de esa observación, en 'La mano del predicador' que presentó ayer en Jaén desarrolla la teoría ya apuntada en su anterior libro '42 días' de que Jesús no murió en la cruz, sino que experimentó una «muerte aparente», fue escondido por sus seguidores y reorganizó el movimiento cristiano él mismo.
La prueba del forense es que las personas que vieron a Jesús tras su «muerte aparente» -muerte y resurrección según la doctrina de la Iglesia- percibieron su gesto con la mano. «Debió de ser un símbolo con mucha fuerza, porque quedó reflejado en las representaciones artísticas que se hicieron, el arte como se sabe no recoge cualquier cosa, sino que todos los elementos tienen un por qué», expone Lorente.
La explicación
«Nadie se había cuestionado el gesto de Cristo al bendecir. Eso es lo que hace la ciencia. Cuestionar. A veces integramos hechos en nuestras vidas con poca explicación científica. Lo bueno de la historia y de la ciencia es que avanzan», indica.
Según Lorente, en su libro '42 días' ya explicó que en la Sábana Santa, tras un análisis forense, «se aprecian signos de vitalidad». Su teoría es que tras la crucifixión, el cuerpo de Jesús fue llevado al sepulcro en la creencia de que había muerto. Lo lavaron y lo envolvieron con la sábana. Ahí debieron descubrir que no había muerto, que aún tenía vitalidad, y lo llevaron a un sitio seguro. Una vez recuperado, lo sacaron de Jerusalén el día en que muchas personas salían de la ciudad tras celebrar la Pascua, en dirección a Arimatea (tierra de su discípulo José, con medios para ocultarlo) y por eso fue visto en el camino de Emaús. Luego predicó (de nuevo la mano del predicador) en Galilea en el lago Tiberiades, cerca de su tierra natal, a salvo de las autoridades.
Lorente regatea las polémicas. «Lo que hago en el libro no es negar la muerte y resurrección de Jesús, sino dar una explicación distinta. Un milagro no puede tener una explicación científica. No cuestiono la fe, sino que se aporta una base racional y científica. La ciencia no acaba con la creencia, como se puede ver con la creación o la evolución. Y tampoco la religión puede fundamentarse en lo que la ciencia no puede explicar, eso sería demasiado pobre».
Asegura que exponer sus descubrimientos le ha valido alguna crítica furibunda de particulares, «pero ninguna a nivel institucional de la Iglesia». Y no sabe cómo van las ventas de su libro, que ayer promocionó en Jaén de la mano de la Asociación Provincial de Libreros, que organizó un acto en el Teatro Darymelia para que presentase su libro. «La primera semana estuvo entre los 200 más vendidos», dice.
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