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IRMA CUESTA
Domingo, 5 de febrero 2017, 02:09
I nto the eternity, el documental firmado por el danés Michael Madsen en 2012, comienza con una voz en off que anuncia que en el lugar en el que están en las imágenes aparece una suerte de búnker se ha enterrado algo de lo que lo que la especie humana deberá protegerse. «Debemos asegurarnos de que sepan que este sitio no debe ser alterado. Tienen que alejarse de aquí», dice el sujeto dejando que el propio Mansen se abra paso entre la oscuridad y, a la luz de una cerilla, nos explique de qué va el asunto. «Estoy en el lugar al que nunca debes venir. Lo llamamos Onkalo, que significa lugar oculto, y debe durar 100.000 años. Nada construido por el hombre hasta ahora ha durado una décima parte de eso. Si tenemos suerte, será el vestigio más duradero de nuestra civilización». Después, las cámaras se pasean por el que, sin duda, es uno de los más ambiciosos y polémicos proyectos de nuestra era: el primer cementerio permanente de residuos nucleares de la historia de la humanidad.
448 reactores nucleares operan en el mundo, produciendo alrededor del 11,5% de la electricidad generada en el planeta, y hay otras 61 unidades en construcción, según el Organismo Internacional de Energía Atómica de la ONU. 184 plantas están operativas en Europa, donde Francia es el país más nuclearizado tiene 58 reactores, que producen el 76,34% de la electricidad que consumen nuestros vecinos.
Cinco en España
En España existen cinco centrales nucleares en explotación; dos de ellas, Almaraz y Ascó, tienen dos unidades gemelas, por lo que el número de reactores es de siete. También hay una central en condición de cese de explotación Santa María de Garoña.
Villar de Cañas
En el subsuelo de este pueblo de Cuenca está previsto construir una enorme piscina de 300 metros de largo por 20 de ancho para almacenar los residuos radiactivos generados en nuestro país. Sondeos geológicos estudian su idoneidad.
60.000 euros pagamos cada día a Francia por almacenar nuestros residuos nucleares. La energía atómica produjo en España, en 2015, nada menos que el 21,38% de la electricidad que consumimos.
Onkalo, que se construye en la costa suroccidental de Finlandia, en una isla a solo cinco kilómetros de las dos centrales nucleares de Olkiluoto, comenzó a gestarse el día en el que los científicos aparcaron definitivamente la idea de que, más pronto que tarde, encontrarían la manera de desahacerse de esa basura o, incluso, de aprovecharla.
Aunque no será el único, los finlandeses han sido los primeros en dar un paso al frente. Cuando les llegó el momento de decidir dónde enterrarían un tipo de residuo que puede emitir radiación durante decenas de miles de años y que, hasta ahora con esa idílica esperanza de buscarle una salida menos cara y peligrosa, se ha ido guardando mayoritariamente en las propias centrales, los habitantes del país de las 179.000 islas se tomaron su tiempo.
El proceso se inició en 1994, cuando la Ley Finlandesa de Energía Nuclear estableció que todos los residuos nucleares producidos en el país debían permanecer dentro del territorio nacional. Seis años tardaron en alcanzar un consenso, pero al final todos estuvieron de acuerdo en que aquel lugar del valle del río Eura Eurajoki en finlandés era el emplazamiento perfecto.
Luego, los políticos convocaron una suerte de comité de sabios que, además de ingenieros, químicos y físicos nucleares, incluyó a teólogos, antropólogos y expertos en simbiología. Y es que no solo se trataba de construir un espacio impenetrable; el reto estaba y está en conseguir que, en los 100.000 años que debe permanecer cerrado, a nadie se le ocurra pasarse por allí y echar un vistazo.
Aunque pasarán unos cuantos años hasta que el cementerio esté lleno se cree que podría sellarse en 2120, sus mentores quieren tener en cuenta que, a nada que se compliquen las cosas, puede que dentro de 50.000 años la humanidad haya olvidado lo que esconde en sus entrañas ese pedazo de tierra.
El documental (si tienen oportunidad, no se lo pierdan) recoge las declaraciones de expertos en energía y plantea un montón de cosas; entre otras, qué tipo de símbolos deberán colocarse en el lugar para que, en el futuro, cualquier hombre, venga de donde venga, sepa del peligro que le acecha si se le ocurre ponerse a enredar por la zona.
Un almacén blindado
La idea, dicen los expertos, es que esa especie de basurero blindado comience a estar operativo en 2023. Cuando eso ocurra, 12 barras de combustible desechable se irán llenando y guardando en un recipiente de acero que permanecerá sellado dentro de una cápsula de cobre resistente a la erosión. Esta, a su vez, se introducirá en un agujero y se cubrirá con arcilla de bentonita. La cámara estará excavada, a quinientos metros de profundidad, en una enorme placa de granito de cinco kilómetros que será la última y definitiva barrera de seguridad.
Por complicado y peligroso que parezca, lo bueno es que cualquiera que hoy lea esto no tiene de qué preocuparse. Tampoco nuestros hijos, ni nuestros nietos, ni siquiera nuestros bisnietos. Otra cosa será lo que pase cuando ninguno de nosotros ni de ellos estemos aquí. Si, como aseguran los científicos, a lo largo de los próximos 100.000 años no habrá forma de librarse de una glaciación, cuando los humanos que resistan la embestida comiencen a recuperarse nada les avisará de lo que esconde la tierra.
Mientras esperamos a ver qué pasa finalmente en Villar de Cañas, el municipio de Cuenca en donde este año debía comenzar a funcionar un Almacén Temporal Centralizado en el que se guardarían buena parte de los residuos nucleares generados dentro del territorio nacional, pero cuyas obras aún no han comenzado, España le paga a Francia 60.000 euros diarios por hacerse cago de nuestros residuos radiactivos.
Y es que, al margen de los almacenes temporales de las propias centrales (que están construyendo nuevos depósitos en vista de que el de Villar no arranca), dentro del territorio patrio solo hay un sitio en donde se puede dejar este tipo de basura el Cabril. En cualquier caso, estas instalaciones situadas en el noroeste de la provincia de Córdoba, en el término municipal de Hornachuelos, solo almacenan residuos de media y baja actividad procedentes básicamente de hospitales, universidades y laboratorios de investigación. Isótopos radiactivos que, como mucho, tardarán unos 300 años en decaer a niveles propios de la radiación natural.
El asunto de la glaciación, así como todo tipo de cataclismos y amenazas a la humanidad propios de película de ciencia ficción, quedan muy lejos, pero está claro que, mientras tanto, hay que buscar la manera de almacenar unos residuos a los que ya hemos extraido toda su utilidad. Ángel Mañanes (Ponferrada, 1953), profesor de Física Atómica, Molecular y Nuclear de la Universidad de Cantabria, asegura que dentro de la comunidad científica existe un claro consenso en que la construcción de ese tipo de almacenes geológicos profundos es la mejor solución. «Se han hecho multitud de estudios, de todo tipo. Incluso se barajó la posibilidad de enviarlos al espacio, pero, sin duda, esa no era la solución. La realidad es que hay que responsabilizarse; que esos residuos están ahí y que no se puede esconder la cabeza debajo del ala. Es irresponsable no hacerse cargo de lo que generamos», dice este experto, que apunta que otros países están dando ya los primeros pasos para construir una planta similar a la finlandesa.
Tipos de basureros
Hoy en día, la mayor parte de la basura nuclear se guarda en los que se han bautizado como Almacenes Temporales Individualizados (ATI), una especie de grandes piscinas situadas en las propias centrales. La segunda opción son los Almacenes Temporales Centralizados (ATC), unos grandes depósitos en dnde los residuos que salen de las centrales se mantienen a buen recaudo durante un buen número de décadas.
A este tipo correspondería el que España estudia construir en Villar de Cañas; un proyecto en el que los técnicos llevan ya varios años trabajando, pero sobre el que aún no se ha dicho la última palabra, a la espera de conocer los resultados de las pruebas que se realizan en el terreno. La tercera opción no es otra que construir un gran Almacén Geológico Profundo (AGP) como el que excava Finlandia, que científicos como el profesor Mañanes ven como la solución adecuada. «No hay que olvidar que se almacenan de manera que en el futuro, cuando se produzca un salto científico-tecnológico, ese residuo pueda reprocesarse».
Lo cierto es que, de momento, Eurajoki, cuya única atracción notable hasta hace unos años era la mansión Vuojoki, un enorme palacete construido en 1626, se ha convertido en un lugar de culto para muchos de los viajeros que cada año acuden al país de Papá Noel. Sus seis mil habitantes están encantados con la idea de que sus dos plantas nucleares, Olkiluoto 1 y Olkiluoto 2, situadas sobre una de sus islas del golfo de Botnia, no solo produzcan energía a manta (1.600 MW diarios), sino que se hayan convertido en una de las mayores atracciones turísticas de la zona. Quienes han estado allí dicen que es complicado imaginar que en esos enormes edificios de color rojo se esconden dos de los mayores reactores nucleares del país. Más difícil debe ser imaginar que, a 520 metros de profundidad, se pretende contener un infierno nuclear.
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