Los años del hambre

1941-1950 | REPRESIÓN Y RACIONAMIENTO ·

El siglo XX ha sido calificado frecuentemente como el siglo de la violencia. Desde Georges Sorel ya en los años veinte hasta Julián Casanova, en la actualidad. Su rosario permanente de conflictos armados y el triunfo momentáneo de atroces sistemas políticos segaron la vida, y solo por estos motivos, de más de cien millones de personas

MANUEL TITOS MARTÍNEZ

Jueves, 5 de mayo 2022, 16:09

Si hay una década que se alza por derecho propio con esa deshonrosa calificación, es la de los cuarenta, en la que el fracaso de la política para organizar la convivencia entre los seres humanos y entre los pueblos llevó a la humanidad a la ... conflagración más desastrosa que ha existido en el planeta, hasta ahora, con más de cincuenta millones de muertos, otros tantos de heridos y todos los medios de vida destruidos como para que el hambre y la miseria se adueñaran de gran parte del mundo.

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Además, la II Guerra Mundial consagró la decadencia de Europa, cambiando el sistema de equilibrio de poder por un sistema bipolar. El mundo ya no estaría gobernado por los viejos imperios arruinados, sino por dos poderosos Estados extra europeos. En el mismo corazón de Europa, la línea de separación entre soviéticos y norteamericanos, determinada por razones militares de corto plazo, se convirtió en una frontera entre dos mundos opuestos política, económica e ideológicamente: es la llamada Guerra Fría, un estado de tensión permanente entre las dos potencias primero y entre los dos bloques después, que se detiene ante el peligro de choque directo, que las nuevas armas podrían convertir en un suicidio de la humanidad. Los conflictos, por consiguiente, son localizados y frecuentemente periféricos, sin que la acción de la ONU resulte lo eficaz que se esperaba para contenerlos. Pero, al menos, el nazismo-fascismo fue derrotado y con tal intensidad, que sus posibilidades de renacer desaparecieron durante mucho tiempo.

No sigue esta onda internacional el caso español. La guerra en los frentes hispanos terminó en 1939 pero la paz instaurada fue poco generosa. La represión se cebó con los derrotados, el extermino del enemigo político se generalizó, las venganzas reprimidas afloraron sin control, la justicia actuó al servicio de una parte y el hambre se convirtió en el designio maldito de los desheredados de la tierra y de la fortuna. Al menos, España se salvó de combatir en la II Guerra Mundial. Un ejército con su capacidad de lucha agotada, una economía industrial y agrícola destruida y una población hastiada y hambrienta, hacían que la neutralidad española se convirtiera en la mejor opción para Hitler y para Franco. Y así lo acordaron. A partir de 1945 las tornas cambiaron y el anticomunismo del régimen resultaba ahora ser un valor para occidente y España se convirtió en un oportuno peón de la Guerra Fría, pero las ventajas tardarían aún en llegar y la autarquía, no como opción sino como resultado inevitable de la vía política elegida se instauró en el país. Para referirse a aquel periodo los españoles lo hacían como «los años del hambre», término que ahora están recuperando también los historiadores profesionales sin que haya en ello ninguna exageración revisionista.

El índice analfabetismo era de los más elevados del país. IDEAL

Y en este contexto la situación de Granada, en términos generales, no es diferente. Cierto que la población de la provincia creció en 45.000 personas, alcanzando los 782.953 habitantes al finalizar la década, pero lo hizo con un aumento porcentual de menos de la mitad que en las dos décadas anteriores y, además, en el ámbito rural. La capital, donde podían funcionar peor las redes de autoconsumo, perdió durante la década más de mil habitantes. El índice de analfabetismo era de los más elevados del país. La producción azucarera, auténtico motor del crecimiento económico de Granada, comenzó a recuperarse tras la paralización de la Guerra Civil, aunque nunca llegaría a alcanzar ni de lejos el peso que tuvo en el conjunto de España. La falta de oportunidades en el exterior y las dificultades de movilidad, hicieron que la emigración no alcanzase en esta década la enorme importancia cuantitativa que tuvo en las dos siguientes para el drenaje del excedente demográfico. Y claro, el hambre dejó sus consecuencias con el incremento de las enfermedades infecciosas, la tuberculosis, el piojo verde y en general, con un deterioro importante en la situación sanitaria. Las cartillas de racionamiento se instalaron en la sociedad y el estraperlo se generalizó en los mercados.

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Ni siquiera la tranquilidad política era tal porque las partidas de guerrilleros, movidos por los ideales políticos, la persecución gubernamental y el hambre (Yatero, Quero, Ollafría, Rastrojo, Galindos, Clares, Rabaneo, Roberto…) perturbaron el ambiente de aquella pretendida paz política y social y expandieron la represión.

En este panorama tan sombrío sorprende la transformación que experimentó la ciudad desde el punto de vista urbanístico e, incluso, cultural, con figuras como Antonio Gallego Burín en el Ayuntamiento y Antonio Marín Ocete en la Universidad durante casi toda la década.

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Recuperaciones festivas, reaparición de los autos sacramentales al aire libre, renacimiento de la Escuela de Estudios Árabes, creación de la Cátedra Francisco Suárez, inauguración de la espléndida Facultad de Medicina, traslado de la Facultad de Letras a Puentezuelas, rehabilitación del convento de San Francisco como Parador Nacional, terminación del Palacio de Carlos V y aparición de nuevas figuras importantes en la cultura (José Tamayo, José Guerrero, Manuel Rivera) que no pueden suplir la desgraciada ausencia de Falla y de García Lorca, son algunos de los hitos culturales más destacacados.

Y en el ámbito municipal, destacan la conclusión del embovedado del Darro, la reforma de Santo Domingo, de la plaza de las Pasiegas, la del Padre Suárez, Bibarrambla, Plaza Nueva, Santa Ana, el comienzo del ensanche de Recogidas y, sobre todo, la reforma de la zona baja de la Manigua entre las calles Reyes Católicos, Navas y plaza de Mariana Pineda, dando origen a una excepcional aunque corta vía: la calle Ángel Ganivet. En 1949 se aprobó el Plan de Ordenación Urbana y Alineaciones que señaló el rumbo continuista de aquellas reformas durante la década siguiente. Posiblemente ninguna de estas actuaciones agradecieron tanto los granadinos como la resolución del problema de las aguas potables, suministro y evacuación, que llevaba siglos sin resolver provocando que enfermedades como el tifus hubieran hecho de Granada su lugar predilecto de residencia.

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También Sierra Nevada vivió este renacer constructivo con la prolongación del tranvía desde Maitena hasta el Charcón y luego hasta el Barranco de San Juan, la reparación de la carretera, la restauración de los albergues y el renacimiento de los deportes de nieve con la celebración de los Campeonatos Nacionales de Esquí en 1940 y en 1945.

Granada recuperó su atractivo y por aquí pasaron figuras de relumbrón de la política mundial como Eva Perón, la visita más sonada por la oportunidad de mejorar los suministros del país, o como el rey Abdallah I de Jordania. Parece que el nombre de Granada volvía a sonar en el mundo. Como lo hizo la Filarmónica de Berlín el 23 de mayo de 1944 bajo la dirección del gran Hans Knappertsbusch en un escenario insólito: el hotel Alhambra Palace.

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De todo ello fueron testigos dos periódicos IDEAL, de la Editorial Católica, y Patria, del Movimiento, que informaron como pudieron de aquellos acontecimientos y constituyen hoy para los historiadores una fuente inagotable de documentación.

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