Fray Leopoldo, el limosnero de Dios
1951-1960 | en blanco y negro ·
De él destacan su enorme humildad –le molestaba cuando salía en las páginas de IDEAL– siendo un religioso lego que no llegó a ordenarse sacerdote1951-1960 | en blanco y negro ·
De él destacan su enorme humildad –le molestaba cuando salía en las páginas de IDEAL– siendo un religioso lego que no llegó a ordenarse sacerdoteideal
Jueves, 5 de mayo 2022, 16:18
Es extraordinaria la relación de la sociedad granadina con Fray Leopoldo de Alpandeire, admiración y devoción que ha trascendido al tiempo, sobre todo después de ... muerto: su fama de santidad era y es tan popular que la Iglesia ahora le reconoce como beato la grandeza de sus muchas virtudes.
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Nacido en Alpandeire (Málaga) un pueblo de la serranía de Ronda el 24 de junio de 1864, Francisco Tomás, Fray Leopoldo, se dedicó en su niñez a cuidar un pequeño rebaño de ovejas y cabras y a arar la tierra, y años más tarde, el 16 de noviembre de 1899, tomó el hábito de los capuchinos en Sevilla, donde continúo trabajando en el huerto de los frailes. En 1903 se trasladó a Granada y desde un principio desempeñó el oficio de hortelano, con estancias alternativas en los conventos de esta ciudad, Sevilla y Antequera. En 1914 regresó para quedarse definitivamente en Granada. Tres años antes de su muerte cayó rodando por unas escaleras y sufrió fractura de fémur, y, tras una convalecencia hospitalaria, consiguió volver a caminar con ayuda de dos bastones y continuar con su vida contemplativa, pero ya en el convento. Fray Leopoldo falleció en la mañana del 9 de febrero de 1956.
De él destacan su enorme humildad –le molestaba cuando salía en las páginas de IDEAL– siendo un religioso lego que no llegó a ordenarse sacerdote. Esa gran sencillez la plasmaba en su oficio de limosnero atravesando toda la ciudad granadina, parándose con todas las personas de cualquier edad y condición. «Para todos tenía una palabra de aliento, un consejo, una enseñanza ante la ignorancia, una advertencia ante la postura intransigente ante lo que fuera», se escribía de él. Era un santo, decía la gente.
El 'beato de Granada' proyectaba su fidelidad a Cristo y a la orden capuchina, donde había profesado como religioso a primeros del siglo pasado. Ese amor a Cristo lo expresaba en su amor a la Iglesia, esposa fiel del Señor, con sus virtudes y defectos, con sus luces y sombras.
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Sostenía y quería demostrar que es posible ser amigo de Dios desde los cargos más sencillos: limosnero y sacristán, y encargado de la huerta del convento, donde gracias a la azada y demás aperos agrícolas y la singular agua granadina sacaba sus productos de aquella bendita tierra, con el sudor y con el frío, a todos horas.
Fray Leopoldo siempre fue comprendido por la gente sencilla y corriente. Algunos «intelectuales» le trataron de tapar, ya fallecido, pero el cariño que se había ganado entre la gente lo convirtieron en un personaje, un santo varón de larga y poblada barba blancas sin el que no se habría entendido Granada, que ha 'vivido' en miles de casas en almanaques de pared durante décadas.
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Cada 9 de febrero el entorno de la iglesia de Fray Leopoldo, en Ancha de Capuchinos, congrega a miles de personas que acuden a su cripta para pedirle favores.
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