Preciosa estampa de la Soledad, junto a su séquito a su paso por la calle de Las Tiendas.

Raudales de amor soleano

La Virgen de la Soledad se llenó de Almería en su despedida del Viernes Santo

JOSÉ LEYVA

Domingo, 5 de abril 2015, 00:14

¿Habrá forma más bonita de despedir un Viernes Santo que acompañando a la Soledad hasta que se recoge de nuevo en Santiago tras una estación de penitencia emocionante? Ya les digo yo que no y que, como almeriense, me llena de orgullo comprobar cómo, año tras año, son miles los vecinos y cofrades que piensan como yo y arropan a la Soledad para que sepa que no está sola, que nunca lo ha estado y que nunca lo estará.

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Había tenido la oportunidad de disfrutar del tránsito de la cofradía de la Soledad por carrera oficial comentándola y compartiendo tantísima historia como atesora con el gran cofrade Luis Criado, hermano mayor que fue de esta hermandad, vicehermano mayor en la actualidad -y que, por motivos de salud, este año no ha salido en procesión con sus hermanos aunque su corazón sí que estaba en el cortejo-, y me fui en su búsqueda de nuevo una vez que el Paseo se quedó vacío.

La calle de las Tiendas me pareció el lugar ideal para acompañarles. Las estrecheces de esa calle potencian el calor cofrade y subliman su puesta en escena y su mensaje hasta límites insospechados. Así que, cámara en mano, me dispuse a captar todos los momentos en los que, en los hermanos de la Soledad sintiera su catequesis, y disparé el botón de la máquina más de doscientas veces. Doscientas emociones, doscientas sensaciones en apenas cien metros de calle. Eso debe significar algo, creo yo.

Desde los cirios color tiniebla que escoltan la cruz de guía y la veneran en señal de penitencia hasta el último devoto que, con Francisco Escámez, director espiritual de la hermandad, rezaba el Santo Rosario tras la Madre de la Soledad, todo era fe y devoción en estado puro. Las coquetas hileras de penitentes con sus cirios a la cadera, las mantillas, la seriedad y el trabajo bien hecho de las dos cuadrillas de costaleros y sus capataces, la divina belleza de la Madre de Dios. No hay gesto en el cortejo de la Soledad que no lleve implícito un mensaje de amor tan hermoso que no estremezca.

Tiendas era un hervidero, como también lo eran Hernán Cortés y Virgen de la Soledad, un cruce de calles que condensa todo el amor cofrade del Viernes Santo y por el que pasa el cortejo de la cofradía soleana para llenarse de Almería y para escribir nuevos capítulos de una historia que, aun comenzada hace más de doscientos años, aún tiene muchos renglones por inmortalizar. Uno de ellos, por ejemplo, la infinita gratitud y emoción de aquel hermano que regaló a la Virgen la impresionante saya con que la Virgen de la Soledad salió a la calle en procesión y cuya sensibilidad le hizo deshacerse en llanto hasta el punto de tener que abandonar la iglesia el día que se bendijo tan bendito atavío.

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Y los nuevos incensarios, y la naveta de concha fina como aquella en la que, líricamente, pasea nuestra Patrona escoltada por peces de plata. Simbología de un patrimonio penitencial que encierra toda la esencia de nuestra identidad cristiana y almeriense y que, como tiene que ser, forma parte del ajuar de la más almeriense de las Dolorosas.

Se recogió el misterio del duelo, o regreso del sepulcro, y la Soledad llegó a la puerta de Santiago. Juanmi Viedma y Miguel Ángel Plaza, privilegiados ojos de los aún más privilegiados corazones que pasean a la Soledad por sus calles, plantaron el paso bajo el retablo de piedra y Almería se deshizo en amores.

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Las saetas comenzaron a llenar el aire de la calle de oraciones cantadas, que ya saben que es como rezar dos veces, y Almería agotó aquellos últimos minutos estirándolos para hacerlos eternos, para prolongar la presencia de la Soledad en la calle, para ronear con ella sin cortapisas, para amarla sin medida.

Pero la Señora quiso entrar en su casa y, sonrojada por tanto cariño, hasta pareció dibujar una imborrable sonrisa de felicidad cuando, poquito a poco, fue cruzando bajo el dintel de la puerta. No dijo adiós, pues nunca lo hace, tan solo nos invitó a que descansáramos de tanta emoción desbordada y nos emplazó a que volviéramos a visitarla en su casa siempre que queramos porque Ella es Madre de Dios y Madre nuestra y, como madre, siempre nos recibirá con los brazos abiertos en su coqueta capilla de Santiago, desde donde sigue bendiciendo a Almería y contándole a Dios Resucitado los amores por los que debe salvar a su pueblo.

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