![«Me cambié de nombre para poder salir del armario»](https://s2.ppllstatics.com/ideal/www/pre2017/multimedia/noticias/201506/07/media/cortadas/al-cambio-nombre--490x490.jpg)
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Javier García Martín
Lunes, 8 de junio 2015, 00:18
Cuenta el hispanista Brad Epps que, de pequeño, tardó mucho tiempo en entender qué significaba realmente gritarle a alguien 'queer'. Él, aficionado a leer el diccionario, descubrió un día esa palabra bajo el apartado dedicado a la cu, que la definía como 'raro' en su acepción original. Y, con esa intención, cuenta que, una tarde, se la lanzó a su hermano pequeño. Su madre, que escuchaba la regañina entre ambos, intervino entonces de una manera repentina, abroncando con furia al joven Bradley por haber utilizado esas cinco letras condenatorias contra su propio hermano. En su anécdota, Epps, profesor hoy en Harvard y uno de los papas de la teoría LGTB, asegura que comprendió la reprimenda de su madre cuando, poco después, en la calle, oyó en boca de otra persona la misma palabra pronunciada en un tono que, en ese contexto, le dio miedo. 'Queer', las mismas cinco letras, ahí significaban otra cosa. Durante décadas, las ciudades anglófonas habían utilizado el término como sinónimo de marica, mariquita o maricón. Ese 'queer', recuerda, tensionó el ambiente de una manera extraordinaria, «como si detrás de la expresión tuviera que venir forzosamente un golpe», cuenta.
En su ensayo 'Retos y riesgos, pautas y promesas de la teoría queer', asegura que fue entonces cuando entendió lo suficiente para darse cuenta de que se trataba de una palabra «con la que había que ir con cuidado, que había que usar con cuidado, y a la que había que responder con cuidado».
La palabra, el golpe y sobre todo el miedo han marcado durante siglos buena parte de la experiencia de la homosexualidad -como de la negritud o lo femenino, entre otras no normativas-. Hoy, decenas de organizaciones han conseguido logros en pos de la igualdad gracias al trabajo microscópico y en red de personas como Juanjo, un joven almeriense nacido en 1991 y miembro desde hace cinco años de la delegación provincial de Colega, colectivo de lesbianas, gays, bisexuales y transexuales.
Lo suyo era vocacional. Fue cumplir los 18 años, sacar tiempo del final de sus estudios y presentarse en la sede de la asociación impulsado por una necesidad interna de ayudar, pero también de encontrar un relato que le brindara un hueco en la sociedad. «Y lo hubiera hecho antes», señala a IDEAL. Acababa de reconocerse como gay en un entorno reacio, se estaba quedando solo a la par que aumentaba su miedo a relacionarse y entonces pensó que lo mejor era cambiar de nombre. Ahí nació Ifex.
«Cuando salí del armario, decidí desaparecer, como si Juanjo se fuera un poco. Creé ese personaje porque sabía que si me decía a mí mismo que Juanjo era gay a Juanjo no le iban a aceptar», explica. Sus círculos no eran muy tolerantes. «No quería que nadie me reconociera ni que por usar mi nombre real la gente pudiera ligarlo con el pasado: quería ser una persona totalmente diferente», explica.
La mutación, aquí, obró en varios frentes. El nuevo Ifex se colgó un piercing, se arregló el pelo («nada radical», puntualiza) y encontró gente nueva ante la que mostrarse en confianza: «Mi nuevo yo no tenía miedo a lo que pensaran de él». Lo tiene claro: aquello fue su proceso de aceptación.
Agresiones permanentes
Hoy, Ifex colabora con el área sanitaria de Colega al tiempo que estudia Educación Infantil y realiza los test de VIH que la organización ofrece de forma gratuita y anónima a quien los necesita. «He visto casos impresionantes, de gente con un miedo extremo a las relaciones sexuales. Curiosamente, sólo he dado positivos a heterosexuales», detalla.
Gracias a Colega, también ha viajado y ha llevado la bandera del orgullo a pueblos de la provincia donde, en pleno siglo XXI, la gente no sabe qué hay más allá del arco iris. «Parece que las cosas están mejor, pero no se ha conseguido quitar el miedo. Todavía hay que luchar, todos los meses viene gente a la que han pegado. El último caso ha sido este fin de semana, que han dado una paliza a unos chicos, aquí, en Almería».
Creer en Dios
A sus 13 años, el entonces Juanjo optó por matricularse en un colegio religioso. A día de hoy, sigue siendo creyente: «No encuentro ninguna contradicción: He trabajado con la Iglesia y sé que tiene muchos fallos, pero el mundo LGTB también».
Lo contradictorio, argumenta, sería tener que escoger un credo o su ausencia en función de con quién se acuesta o a quién ama. «Mi orientación sexual es la forma en la que yo quiero vivir mi vida y mi creencia es cómo quiero manifestarme de forma moral. Si lo primero que quiero hacer como persona LGTB es ser tal y como soy, lo contradictorio sería negarme ser creyente: entonces no viviría mi vida de forma natural».
Estos días participa en el 'Orgullo solidario', una iniciativa de la organización para recolectar comida en supermercados de la capital para familias que tienen dificultades a la hora de alimentar a sus hijos. «Solo somos personas ayudando a otras», confiesa.
Ifex abomina del aislamiento. Eso no significa que sea menos rígido contra cualquier atisbo de asimilación. La carne duele y él ha sufrido la lacra del odio, aunque los episodios desagradables sólo le han reforzado en sus convicciones. Sin embargo, advierte: «Cuando una persona siente que ha sido maltratada y que por ser homosexual no puede denunciar es porque todavía sigue existiendo homofobia».
El caso de Ifex demuestra que el combate está a mano de cualquiera. «Fue difícil dar el paso, pero lo he conseguido». Después de todo, hoy reconoce que lo del nombre ya es secundario: «Me llaman de las dos maneras. Cuando ahora me preguntan de dónde viene Ifex, digo que Ifex viene de Juanjo».
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Martin Ruiz Egaña y Javier Bienzobas (gráficos)
Inés Gallastegui | Granada
David S. Olabarri y Lidia Carvajal
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