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Montes ha acudido en una veintena de ocasiones a los campos de refugiados de los saharauis en misiones de cooperación internacional.
«Me jubilé tras sufrir un accidente, pero en el Sáhara sigo siendo útil»

«Me jubilé tras sufrir un accidente, pero en el Sáhara sigo siendo útil»

Francisco Montes (Asaha), enfermero retirado de Roquetas de Mar

Javier García Martín

Domingo, 19 de julio 2015, 00:37

Existe un poema que se titula 'Hijos del sol y el viento' y que empieza así: «Aún vivimos en las esquinas / de la nada». Esta poética del destierro la firma, en castellano, Ebnu, seudónimo del escritor saharaui Mohamed Salem Abdelfatah. Él, como tantos otros, huyó de Villa Cisneros tras el vergonzante abandono del padre España en 1975 y la entrada fratricida de marroquíes y mauritanos en el territorio del Sáhara Occidental. Hoy, Ebnu, como tantos otros, no se resigna a que el juego de la diplomacia internacional acabe deportando su lucha a las últimas páginas de las agendas políticas, al lugar en el que la rutina condena la forma de los conflictos olvidados.

Contra esta muerte en el exilio, una de las más singulares patas del tercer sector español -y, especialmente, el andaluz- se levanta a diario robusta. Las entidades a favor del pueblo saharaui, como la Asociación de Amigos de Sáhara de Almería (Asaha), llevan décadas impidiendo la ruptura entre dos sociedades que, como consecuencia del colonialismo decimonónico, una vez fueron una. Iniciativas como los campamentos veraniegos, la contribución cultural alrededor de ejemplos como el Festival Internacional de Cine del Sáhara o la cooperación más clásica redundan en esta simpatía mutua con la que ambas parecen mirarse.

Pacientes nómadas

El enfermero retirado Francisco Montes, nacido hace 63 años en Granada aunque crecido en Roquetas de Mar, es uno de entre los cientos de españoles que cooperan con los campamentos de refugiados desplegados en la vecina Argelia desde hace cuatro décadas -el territorio estricto del Sáhara Occidental es un polvorín dividido por un muro tan largo como un tercio de la Gran Muralla China y habitado por una mayoría de colonos en la mitad rica-. Acaba de llegar de una estancia en Dajla. «No es la ciudad original, claro», puntualiza a IDEAL. Allí, en esa reproducción en el exilio de la región que abandonó el poeta hace décadas, hay unas 20.000 personas.

Algunas de ellas tienen unas características peculiarísimas que no se encuentran en el primer mundo, como los nómadas, presentes sólo en determinadas épocas del año mientras buscan reponerse tras meses de pastoreo.

«Lo más común son las anemias, sobre todo entre embarazadas y niños pequeños», describe. Diabetes, hipertensión y artrosis son otros de los cuadros más repetidos. Contra todo ello, desarrollo. «Todo lo que recibe el pueblo saharaui es ayuda exterior: la oficial de la ONU y, especialmente, la que manda España», ilustra.

La de Montes no es una historia cualquiera. Hace unos ocho años se jubiló tras sufrir un accidente de tráfico saldado con fracturas en el cuello y graves consecuencias en la mano derecha. Había pasado por la Bola Azul, las urgencias de El Ejido y trabajaba en Roquetas. «Que esté jubilado en España es lo que lo que dice la ley, pero eso no quiere decir que no sea útil allí», confiesa.

De momento, ya ha ido una veintena de veces, y en octubre vuelve. Montes no ha parado de colaborar para el bienestar de los saharauis, una población que ya ha parido su tercera generación expatriada y que sigue esperando que España, de la que fue provincia y que hoy es aún potencia administradora sobre el papel, apoye su autodeterminación en contra de los poderosos designios marroquíes.

El polvo del desierto

«Están desesperados, quieren volver a su tierra», relata el enfermero. Montes reconoce que ha habido una mejora en los últimos años: «Poco a poco, cada familia ya tiene sus pozos negros o duchas, pero eso, junto a las condiciones del agua que emplean, es algo que acarrea muchas consecuencias para la salud».

Aunque hay comercios, guarderías o tiendas de mecánicos, la vida allí no es del todo normal y cada avance cuesta. En la actualidad, se intenta informatizar la red sanitaria, compuesta por dispensarios y hospitales, pero la falta de infraestructuras y, particularmente, el polvo del desierto que ataca los equipos informáticos entorpecen esta pretensión.

Tras una década de trabajo, lo más llamativo para el roquetero siguen siendo los partos. «Lo habitual es que se hagan en el suelo de la haima, con una manta y un plástico por debajo», explica. «Ahora, cuando se ven con dificultades, van a los hospitales, pero a veces ya es muy tarde», lamenta. «Hay muchas muertes neonatales y nuestra misión también es formar».

La ayuda de voluntarios como Montes palia el enorme sentimiento de abandono de esta sociedad, la saharaui, incapaz de depender de sí misma. Una nación, en definitiva, cansada de los tiempos en silencio. Existe un poema que se titula 'Hijos del sol y el viento' que termina así: «Aún esperamos la aurora siguiente / para volver a comenzar».

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