VÍCTOR J. HERNÁNDEZ BRU
Domingo, 6 de noviembre 2016, 01:35
No es fácil fijar el momento de la Guerra Civil Española en el que el bando republicano supo que la había perdido. Es más, es evidentemente seguro que no todos los integrantes de ese dispar, heterogéneo y disgregado grupo que defendía, cada uno a su manera, el régimen proclamado el 14 de abril de 1931, vieron la guerra perdida en el mismo momento.
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En realidad, nunca la República y las fuerzas políticas, económicas, sociales y sindicales que la defendieron estuvieron cohesionadas; ni antes, ni durante ni tampoco después de la contienda.
Lo que también es obvio es que durante la recta final del enfrentamiento, todos los integrantes del bando republicano sabían que sería Franco el que se proclamaría como gran triunfador de esos tres años de masacres, batallas y miseria que asolaron España.
¿Cuándo se llegó a esa unanimidad de pensamiento, que no de expresión ni constatación pública? Sería imposible cifrarlo, aunque sí se puede aproximar, por ejemplo, que aunque el último parte de guerra fue el del 1 de abril de 1939, aquel famoso del «.cautivo y desarmado el ejército rojo.», durante todo ese año ya se conocía quién sería el vencedor de la contienda.
Lo conocía incluso el gran defensor de la continuidad de la contienda en el bando republicano, el presidente Juan Negrín, canario e integrante del PSOE, que sostuvo el encargo de seguir combatiendo y defendiendo el régimen constitucional incluso después de haber emprendido la huida de España.
El golpe de Casado
Pero los enfrentamientos internos en el lado republicano no se remontan al final de la Guerra Civil ni siquiera a su inicio, sino que fueron una constante desde la declaración de la II República e incluso antes de ello. De hecho, los ideales de los partidos republicanos y los de los obreros discrepaban profundamente en diferentes aspectos, posiblemente en la mayoría, mientras que las diferencias fueron creciendo entre socialistas, comunistas y anarquistas, aunque siempre existieron.
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Sin duda, el momento que ha quedado retratado para la historia como el de mayor discrepancia en el bando republicano fue el del golpe de Estado del general Casado, fiel hasta entonces al gabinete Negrín y hombre de confianza de él.
Segismundo Casado configuró, en marzo de ese año 1939, un Comité Nacional de Defensa, en Madrid, cuyo objetivo principal era negociar la paz con Franco. En ese Comité terminaron estando el general Miaja y el anarquista Cipriano Mera.
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Negrín, que se encontraba en la posición Yuste, cerca de Elda (Alicante), decidió acometer su ya planificada huida hacia Francia, dejando claro su convencimiento de que la guerra estaba concluida, a pesar de negarse a la rendición incondicional que le reclamaban el estado franquista.
Las diferentes visiones acerca del nivel de relación con la Unión Soviética habían constituido un elemento de disgregación y discrepancia importante, aunque no el único dentro del bando.
Enfrentamientos
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En Almería, el golpe de Estado de Casado y Miaja fue detonante, como en el resto del territorio español, de distintos enfrentamientos que se dieron entre socialistas, comunistas y anarquistas.
Cayetano Martínez Artés era, por aquel entonces, el presidente del Consejo Provincial y Manuel Alférez era el que ocupaba el puesto de alcalde de la capital. Ambos serían fusilados tras la guerra, pero en ese momento fueron, junto a miembros del Partido Comunista y el teniente Julian Del Castillo, de los primeros en proclamar su adhesión a Casado y Miaja, mientras que el secretario general de éste, Juan García Maturana, mantuvo firme su fidelidad al gobierno Negrín. Obviamente, tampoco esta vez hubo unanimidad y las duras discrepancias llegaron incluso a hacer activar las armas, demostrando lo complicado de la situación.
Años antes, las distintas fuerzas republicanas habían acordado no utilizar la prensa en cruzadas que pudieran agudizar las discrepancias entre ellas con el fin de mantener el clima de calma, aunque cada uno de los partidos, sindicatos y agrupaciones continuaron empleando sus órganos de expresión propios, muchos de ellos plagados de símbolos soviéticos en sus cada día más escasas páginas.
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En este momento de máxima disgregación entre las fuerzas republicanas, se llegaron a prohibir los periódicos pro-soviéticos y se cerró el Diario de Almería, que por aquel entonces era el órgano de expresión del propio Partido Comunista de España.
Poco a poco, los diferentes dirigentes que habían defendido la defensa «a ultranza» de la República española fueron abandonando el país, aunque muchos de ellos, como el propio Negrín, mantuvieron la orden de que el ejército aún no se rindiera y continuara en la contienda, incluso ya estando ellos mismos fuera del país, se dice que por la esperanza de que la Unión Soviética terminara interviniendo o incluso involucrando a una moribunda España en la inminente Segunda Guerra Mundial.
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