Bernardo Abril
Jueves, 12 de octubre 2023, 22:58
Hace más de 2.000 años, un agricultor romano, tras mirar largos ratos la tierra de sus cultivos, empezó a fijarse en un fenómeno curioso. ¿Estaba distraído? ¿Había notado alguna plaga en las hojas de las plantas? Lo que observaba aquel joven era el sustrato vegetal. Esto es, esas pequeñas lombrices que se retorcían sobre la tierra húmeda salpicada de hojas mustias. Con el tiempo, se percató de que en la zona que habitaban las lombrices en los cultivos crecían mejor. Así se lo hizo saber a los otros agricultores, que pronto comenzaron a ver el potencial que tenían estos seres vivos para producir abono.
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Aunque esta es una historia ficticia, Plinio El Viejo dejó constancia en su 'Historia Natural' de cómo los agricultores romanos empleaban el vermicomspostaje, es decir, el proceso biológico por el que las lombrices transforman a través de la digestión la materia orgánica en biofertilizante, para abonar los cultivos. Éstos las alimentaban, incluso, con vino y harina para que crecieran sanas y robustas.
En el presente, la ciencia pone de nuevo el foco sobre estos gusanos con el objetivo de combatir la contaminación de los campos agrícolas. Ejemplo de ello es el trabajo de un equipo de investigación de la Universidad de Almería y la Universidad Miguel Hernández en Elche (Alicante), que ha demostrado que los microplásticos reducen la eficacia de los biofertilizantes generados por las lombrices de tierra. Los expertos indican que estos materiales ponen en peligro la salud de estas especies y afectan a la calidad de los abonos, porque disminuye su contenido en potasio, nitrógeno y fósforo, nutrientes necesarios para potenciar el crecimiento y las defensas de las plantas.
En concreto, los científicos se centran en los efectos de los microplásticos, mesoplásticos y nanoplásticos (estos últimos, tan diminutos como una bacteria. Éstos pueden encontrarse en el entorno natural y perjudican al organismo de las lombrices. Por ejemplo, afectan a agentes de su organismo como las neuronas y la microbiota intestinal. «Este hallazgo es el primer paso para poder identificar qué microorganismos entran en acción para biodegradar los microplásticos y establecer si podemos potenciarlos para que, en el futuro, las lombrices puedan eliminarlos del sustrato y producir, al mismo tiempo, abono rico en nutrientes», explica la investigadora de la Universidad de Almería María José López.
Pero, ¿por qué es necesario retirar los microplásticos del abono de los cultivos? La respuesta es que son contaminantes ambientales que pueden tener efectos negativos sobre los ecosistemas agrícolas y los alimentos producidos en esos suelos. Los encargados de eliminarlos del medio natural son microorganismos como hongos y bacterias que pueden «romper» las moléculas de este contaminante y digerirlo con el tiempo. Pero si los microplásticos se encuentran en el sustrato de los cultivos, éstos pueden adsorberlos. «Aunque la transferencia de estos contaminantes en la cadena trófica todavía se está estudiando, sí se ha demostrado que los microplásticos pueden acumularse en los tejidos animales y provocar efectos nocivos», añade María José López.
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En su trabajo, publicado en Environmental Pollution, los expertos analizaron cómo cinco variedades de plástico diferente afectan a la variedad Eisenia fetida, un organismo modelo que se emplea habitualmente en el ámbito de la investigación y que se utiliza en el vermicompostaje.
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