El martes nos despertábamos con el fallecimiento de José Guirao, un hombre con un currículum inmejorable en su especialidad –la gestión cultural– que logró viajar por un amplio abanico de destinos entre administraciones y fundaciones. Su clímax lo obtuvo como ministro de Cultura del Gobierno ... de España. Pero antes había dejado una larga y grata estela en Pulpí, su pueblo; en la capital almeriense y en la Diputación Provincial, donde rigió la cultura popular de los primeros años de la democracia; y en un trabajo encomiable para que la Junta de Andalucía se dotase en los años ochenta de instituciones suficientes para gestionar el encomiable e incalculable patrimonio histórico que atesora: tanto con el Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico como con el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, este último en un recuperado Monasterio de Santa María de las Cuevas en la isla de la Cartuja, en Sevilla.
La institución que más le debe a José Guirao es, sin lugar a dudas, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. La ampliación de Jean Nouvel y la disposición moderna de su exposición fue el trabajo de un hombre metódico, dialogante y especialmente humanista, de palabra y de hechos.
El Reina Sofía es el más almeriense de los museos nacionales. Entre sus paredes se da cobijo a la donación excepcional de la familia Autric-Tamayo que, junto con otras aportaciones diversas anteriores lo han convertido en el máximo exponente del colectivo fotográfico surgido en torno a la Revista AFAL (1956-1963), dirigida por José María Artero –el domingo pasado pudimos alumbrar en las páginas del diario parte de una colección inédita suya sobre el ferrocarril– y por el también tristemente desaparecido Carlos Pérez Siquier. En ese acento del sureste tiene todo que ver los ojos azules de Guirao, su amor por la fotografía y su excepcional afecto hacia Almería.
Pocos años antes de fallecer, cabe recordar, donó una colección particular suya de instantáneas de Juan Goytisolo y sus viajes en los sesenta por esta Almería arrinconada e inhóspita que enviaba a puñados a sus hijos a la emigración catalana y vasca como antes lo había hecho a Argentina o Chile. El Centro Andaluz de la Fotografía –y de este modo, todos los almerienses– es propietaria de unos documentos de una trascendencia incomparable.
Goytisolo, el catalán más almeriense, dejó para nuestra memoria un puñado de frases que debiéramos, los de aquí, llevar tatuadas a fuego: «Se me ocurre que los almerienses nunca han sido protagonistas de su historia, sino más bien comparsas, resignados y mudos». Se refería a las constantes ocupaciones por civilizaciones ajenas: fenicios, cartagineses, romanos, visigodos... El esplendor incluso llegó con una dominación musulmana. Unos pocos rompen con ese estigma. Uno de ellos es Guirao. Protagonista en casa y protagonista fuera de ella, ejemplificó como nadie cómo la cultura no es ubicua, sino que nos entra por los poros.
Sin embargo, ahora que tristemente Guirao es solo un puñado de recuerdos repartidos entre quienes tuvimos la fortuna de cruzarnos en algún momento en su camino, y mucho más aún en estos tiempos de zozobra y pugna descarnada en la política, convertida tristemente en un ring de boxeo, debemos reconocer que fue un político de palabra, pero sobre todo de la palabra. Ojalá cundiese el ejemplo.
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