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Al Este del Oeste | Análisis de la actualidad en Almería | El Somorrostro y Walili

El Somorrostro y Walili

Al Este del Oeste ·

«Níjar ha marcado la senda hacia la reconversión social de los núcleos chabolistas consciente de que la realidad incómoda no se oculta»

Miguel Cárceles

Almería

Sábado, 4 de febrero 2023, 23:57

En la Barcelona floreciente de finales del siglo XIX y principios del XX, las oleadas migratorias llamadas por el Dorado de las exposiciones universales de 1888 y de 1929 y por la desarrollada –y beneficiada– industria textil se asentaron en los terrenos que existían entre las vías del tren de Mataró y las playas de lo que hoy es una de las zonas más turísticas de la urbe: La Villa Olímpica, el Bogatell o el Poblenou.

Entonces un estercolero, un terreno sucio e insalubre, gris y lleno de fábricas y chimeneas, era el escenario sobre el que se erigía un barrio populoso y vivo: el Somorrostro. Más de 15.000 personas vivían en una ciudad fantasma, efímera, sin calles asfaltadas, sin iluminación ni agua corriente. Solo piedras, plásticos, tablones de madera reciclados y chapas metálicas salvadas de algún chatarrero servían para dar cobijo hasta a 2.400 familias según un censo de 1954.

Olvidados por las autoridades del momento –los alcaldes Miguel Mateu, José María de Albert, Antonio María Simarro y José María de Porcioles– a la ciudad burguesa, culta y floreciente de ópera en el Liceu, partido en Les Corts y fines de semana en las casa de campo de Collserola le fue naciendo una en paralelo, oculta, escondida. Tapada. Inexistente.

A quienes pasean hoy por esas playas barcelonesas o viven en los pisos de lujo que se levantaron durante las últimas décadas donde antes sólo había fábricas, charcos y pobreza se les hace imposible recrear en su mente que bajo techumbres de madera y hojalata nació su vecina más ilustre, Carmen Amaya. El desmantelamiento de esta ciudad trasera e invisible fue en los años 6o, cuando la política de vivienda barata de la dictadura permitió dar un destino distinto a los olvidados. Y el urbanismo de la revolución que vivió la Barcelona preolímpica acabó por borrar del mapa de la memoria una realidad latente: la de la exclusión de los recién llegados, la de la falta de alternativas y la de la ceguera selectiva.

El desmantelamiento del poblado chabolista de Walili, entre El Barranquete y Los Albaricoques, en Níjar, ha vuelto a recordarnos que Almería tiene retos serios que debe afrontar de forma urgente, sin dar rodeos y con medidas audaces. Cueste lo que cueste. Ahora un puñado de escombros, Walili era el Somorrostro de Níjar. Un área oculta entre invernaderos sobre la que los recién llegados, excluidos del circuito, se guarecían en habitáculos de madera, piedra, plastico y uralita. Varias decenas de familias atrapadas por la exclusión social. Por mucho que nos duela reconocerlo.

Níjar ha marcado la senda hacia la reconversión social de los núcleos chabolistas consciente de que la realidad incómoda no se oculta, no se tapa. Se pelea. Y ante la problemática severa de falta de vivienda de arrendamiento y a una explosión demográfica y migratoria que no hace más que añadir fuego a la caldera, diseñó un plan a medio plazo para aportar soluciones. Vivienda pública, ayudas a promotores privados y arrendamientos como pago en especie forman parte de una agenda a largo plazo que no sabemos si va a dar resultado pero que esta sociedad está impelida a comprobar. Solo yerra el que hace algo.

Almería no puede permitirse, en el siglo XXI, con una economía netamente exportadora y una sociedad diversa, integradora y abierta, el mantenimiento de Somorrostros y Walilis como en la Barcelona de las olimpiadas no cabían barracas al borde de la playa. Nuestros vecinos deben poder tener la alternativa de contar con una habitabilidad digna y salubre. Es una cuestión de humanidad, claro está, pero también es una respuesta responsable para una economía exportadora que puede ver cómo su impecable éxito y su excelente reputación se derrumba como un castillo de naipes.

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