José María Granados
Domingo, 29 de enero 2017, 02:09
Se considera un almeriense «de pura cepa» pese a que la primera luz la vio un poco más allá de los límites andaluces al este de Cabo de Gata, en Valencia, cuando empezaban a sonar aires de cambio y culminaba la primera fase de la transición. No era una mala tierra para nacer y además, ese día del año 1981, seguro que, en algún rincón cercano al Turia, sonaba el pasodoble que el almeriense José Padilla dedicó a la tierra de las flores, de la luz y del amor. Además, su madre y su familia presumían de ser más de Almería que unas migas en día de lluvia, por lo que parecía tener claro que tendría que buscarse, en algún momento, un rincón para vivir en la tierra almeriense. La oportunidad le llegó pronto, tras escarceos andaluces por Málaga y Granada, en la fase que rompe la infancia y presenta la adolescencia, Carlos Vives se sitúa como un elemento más del paisaje a este lado del Andarax. Se da de bruces con una realidad dispuesta a escalar los últimos años del siglo XX para entrar en el nuevo con ímpetu e interés y asegura que empieza a forjarse su carácter desde el momento en el que abre los ojos a lo que Almería ofrece y a lo que no puede ofrecer porque carece de ello. El caso es que navega entre esos dos mares: el de poder hacer y el de imaginar lo que se podría hacer y, ambos, lo llevan a la playa en la que ahora se mueve junto a otras personas de su generación que también sintieron el balanceo de la barca que los transportaba y que les creaba dudas. «Por un lado me di cuenta de que los almerienses aspiran a la perfección porque pensamos que aquí no se hacen las cosas bien y por eso hay que hacerlo mejor. La realidad es que aquí la gente se lo curra y hay un potencial increíble. Pero, por otro, sentíamos también las carencias, esa falta de instalaciones, de ofertas. En plena adolescencia no encontrábamos dónde ir y la mayoría terminábamos en casa leyendo o jugando».
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¿Se sentían huérfanos de cultura?
Estábamos en pleno aprendizaje y cada cual se buscaba su propia parcela cultural hasta que empezamos a confluir y de repente nos encontramos con una oferta surgida desde la propia ciudadanía, sin intervención de los organismos públicos. Era como una necesidad que nacía, que se presentaba y que tiraba para avanzar. No era orfandad, era necesidad y ganas de crear y de participar.
El Cine Club
¿Cómo qué?
A mí me impactó personalmente el Cine Club, aquellas proyecciones en el Auditorio, con Belén Soriano. Aquello me abrió la mente. La oportunidad de ver aquellas películas, Freaks de Tod Browning, o cine de Fritz Lang o de Éric Rohmer que era como ver crecer la hierba. Estabas en contacto con artistas que lo que te hacían era abrirte la mente. Pero aparte del cine club estaba el teatro, con el grupo Basur, con Labordeta, Calavera, Belén Soriano, Antonio Fernández, la Secuela.
A mucha gente aquello le parecía extraño y si me apura, sin futuro
Era la falta de costumbre y el entender la cultura como algo muy estereotipado. Eran cosas que se salía de lo que era habitual en Almería y llamaba la atención. En cuanto al futuro, ya estamos en él y afortunadamente no vivimos en el siglo pasado.
Hay quien también piensa que esto ha surgido porque sí, que no hay una preparación o una formación previa
En Almería nos formamos mucha gente. Cada cual eligió lo que quería. Yo hice audiovisuales y luego me planteé salir de Almería para seguir aprendiendo, pero hubo compañeros que se quedaron aquí y siguieron aprendiendo aquí y aportando cosas. En mi caso opté por Londres porque entendía que aquí, por entonces, no había demasiado futuro. Salí y me dije
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que por lo menos aquello me iba a servir para perfeccionar el inglés y para abrir los ojos y ver qué es lo que se cocía en otra parte. Allí pasé un año y después me fui a Sevilla para hacer un máster y resulta que me quedé allí nueve años aprendiendo junto a profesionales estupendos y dentro de eso que se llama cine andaluz y que tal vez el mayor exponente sea Alberto Rodríguez.
Tras el 15M
Y decide volver a Almería y regresa
Regreso al acabar el movimiento del 15M y me encuentro una Almería que no ha cambiado mucho, que seguía estancada en lo cultural. Se mantenía el Cine Club, pero el teatro había retrocedido. Cuando llego, la referencia del aguante y lucha por una cultura de calidad era el Clasijazz, con Pablo Mazuecos al frente.
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¿Y lo ve como un modelo?
Clasijazz es una alternativa, muy trabajada, muy currada, con calidad. Unos años antes habíamos presentado los estatutos de una asociación cultural con el nombre de La Oficina. Estaba solo en los papeles, en una iniciativa con Rubén Frías, un actor que este año ha sido premio Max de las Artes Escénicas y decidimos ponerla en marcha, activarla, crear un espacio de ideas, diferente, alternativo. Pensamos que era el momento de hacerlo porque el 15M es nuestro mayo del 68 y de él hemos aprendido el papel de los barrios en la contracultura y la necesidad de contar con centros cívicos. Total, que nos cedieron un espacio, una cochera en la carretera de Ronda y pasamos de lo escrito a la realidad. Abrimos en 2012.
¿Qué diferencia a La Oficina de otras asociaciones culturales?
Lo que nos puede diferenciar es que somos una asociación muy ecléctica, con mucha diversidad y, además, formamos un grupo para visibilizar las ideas de la gente y llevarlas a cabo. Todo es posible si se pone empeño en conseguirlo. Es así de fácil y de complicado a la vez y, en definitiva, se trata de generar cosas desde la ciudadanía. La diferencia también está en el trabajo y en atender la evolución que tienen estos movimientos que giran en torno a la ciencia, a las artes, a la tecnología...
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¿Se ve como un experimento raro o como algo que realmente ha cuajado o que empieza a cuajar?
Almería necesita un espacio donde confluyan lo que se llama las cuatro hélices, instituciones públicas, ente privado, intelectuales y ciudadanía para crear una especie de Centro Cívico que lo lleve la gente, uniendo todos los esfuerzos, y no las empresas. Un laboratorio ciudadano, por y para los ciudadanos, y es eso, un espacio diferente, digamos que es una evolución clara de lo que hacemos en La Oficina. Hay quien nos dice que nos extendamos, que hay que ir a los barrios y en eso estamos porque lo que se necesita son jóvenes con interés que quieran unirse y participar del esfuerzo, gente joven que tenga idea de hacer cosas por el barrio y que el propio barrio lo acepte. Es verdad que en Almería nos han mirado raro, y aún hoy hay quien lo hace, pero quien se acerca, entiende esa idea de centro social autogestionado y participa de ella.
La gente de La Oficina
¿Y cuánta gente está detrás?
Los socios sobrepasan el medio millar, aunque activos pueden estar una cuarta parte. En cuanto a la organización estamos menos de una decena, todos voluntarios que ponen su granito de arena y algo más. Aunque nunca es suficiente, hay coordinación y, por supuesto, hay acciones que se llevan a cabo con más participación. Hay muchas personas que entran y salen, que se van de Almería y vuelven y mucha gente de fuera que conecta y se hace fijo el tiempo que vive aquí. Este modelo, como el de Clasijazz o el de La Guajira está demostrando que es viable.
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Todavía hay gente que se pregunta por lo que hacéis
Hacemos cultura experimental, contemporánea y eso genera un impacto social a nivel de barrio y a nivel de ciudad. Lo curioso es que ese impacto ya se puede medir con resultados. Nosotros hemos activado movimientos que estaban muertos, desde nuestra oferta se han generado ideas y otras se han reactivado. Hemos sobrevivido pese a las dificultades y a la falta de apoyo, a base de dar espacio y dejar que se desarrollen actividades. Ascender otro peldaño sería conseguir una mejor conexión entre las asociaciones y las instituciones.
¿No hay química entre las asociaciones y los que mandan?
Las instituciones no deberían poner tantas trabas a los espacios que generan cultura. No se trata de ¿qué queréis?, porque no necesitamos solo espacios públicos, sino llenar los espacios y eso parece que no lo entienden. Hay ejemplos de lo que debe ser, como el de Media Lab Prado o la Casa Encendida de Madrid . Hay que crear conceptos y proyectos reales para las personas, porque sin los ciudadanos no somos nadie.
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Almería
¿Hay más dificultades en Almería que en otros sitios?
En Almería está todo por hacer en todos los sectores que tienen que ver con la cultura porque hay muy pocos que van tirando del carro. La cultura tiene que ir de la mano de la acción social porque de lo contrario no es cultura, sino solo entretenimiento.
¿Por dónde hay que llegar al futuro cultural de Almería?
El futuro pasa por darle herramientas a la ciudadanía para que sea más consciente del lugar de donde viene. Hay que dar herramientas para crear un pensamiento crítico, para conseguir cosas, no para quejarse. Es importante que la gente se empodere. Tenemos que empoderar a las personas para que sean útiles como colectivo porque son ellas las que tienen la capacidad de generar cambio.
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¿Por dónde empezamos?
Por el principio, por la idea. Se marcan diferencias cuando esa idea se lleva a cabo y se dirige a más personas. Si además se cuenta con herramientas se produce un fenómeno multiplicador. Esto es imparable.
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