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JUAN CANO
Domingo, 12 de octubre 2014, 01:08
Aún las conserva en el bolso. Son anotaciones sobre su rutina, una especie de diario dictado por el miedo en el que apunta hasta el detalle más insignificante y que se obliga a guardar con celo por si alguien viene a preguntarle dónde ha estado. Por si necesita una coartada con la que defenderse. Como aquel 7 de septiembre de 2000, cuando la sacaron esposada de su casa delante de sus vecinos.
Dolores Vázquez Mosquera fue detenida, condenada y posteriormente exculpada del crimen de Rocío Wanninkhof. El viernes se cumplieron quince años y un día desde la desaparición de la joven mijeña, que fue vista por última vez la noche del 9 de octubre de 1999 cuando volvía de la casa de su novio. Quince años y un día. Los mismos que Loli habría pasado en prisión si el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía no llega a anular la sentencia que la Audiencia Provincial dictó contra ella tras un juicio con jurado en el que fue declarada culpable de asesinato. Si no descubren las pruebas de ADN que vincularon las muertes de Rocío Wanninkhof y Sonia Carabantes. Si no aparece Tony King.
Quince años y un día después, poco queda de aquella mujer segura de sí misma, exigente y disciplinada que en las décadas de los 80 y los 90 despuntó en el negocio de la hostelería, donde llegó a ser directora del hotel El Sultán en Marbella. Una persona de su entorno que conoció el antes define el después: «Se ha quedado muy tocada, no levanta cabeza. Ahora tiene muchísimas inseguridades, le cuesta confiar en la gente y siente la necesidad de justificar cada paso que da». El síndrome del perro, lo llaman.
Tras 519 días en prisión, intentó reconstruirse a partir de los pedazos rotos. Cuando quedó en libertad, trató de buscar trabajo en la Costa del Sol. Nadie la contrató. Recluida en un presidio sin muros, decidió marcharse en 2009 a Inglaterra, el país donde se crió y estudió de joven -es hija de emigrantes gallegos-, en busca del anonimato que le fue robado tras convertirse en víctima de un juicio paralelo alentado por una cobertura mediática sin límites que la condenó mucho antes de que los jueces firmaran la sentencia. Allí, con ayuda de unos amigos, encontró trabajo en una empresa de transportes gestionando el horario de los repartidores. Vive en una localidad próxima a Londres.
Dolores Vázquez rompió su silencio el año pasado. Lo hizo para intervenir en unas jornadas de jueces, fiscales y letrados organizadas en Madrid. El tema: la presunción de inocencia y los juicios paralelos. La acompañaba su abogado, Pedro Apalategui, que durante los 17 meses que ella pasó en prisión dedicó cada sábado a visitarla porque se dio cuenta de que se había convertido en su cordón umbilical con el mundo, su único asidero a la realidad, a la cordura. Con una voz tenue, resumió emocionada, casi sin poner contener las lágrimas, el estigma que sufre desde entonces. Muy lejos quedaba ya la imagen de mujer fría y un tanto hostil proyectada durante el juicio. Ahora Loli es una sombra de sí misma. «Lo que más me duele -explicó en su intervención, que duró poco más de cinco minutos- es la imagen de la detención. Me llaman a la puerta y me dicen: 'Dolores, ¿puedes salir?' Yo estaba regando el jardín, en casa, con mi madre, que estaba encamada. Mi dedicación a ella y a mi trabajo eran absolutas. Al abrir el portalón lo único que hicieron fue ponerme las esposas y decirme: 'No te resistas porque te pondremos los grilletes detrás y te va a doler más'».
Las fechas las tiene grabadas a fuego. «Decir 17 meses -los que pasó en prisión-, decir siete años -los que tardó en juzgarse al auténtico autor de los hechos-, para mí... fue de hierro». También las palabras que le dijo un agente mientras estuvo detenida. «'Cuando acabemos contigo, ni tu abogado va a creer en ti'. Yo no lo comprendí, porque no sabía lo que estaba pasando fuera. Luego lo comprendí. Los medios de comunicación... Bueno. Muchas cosas».
Para ella «no ha terminado la lucha». El reto es levantarse cada día, «sacar fuerzas» de donde no hay y recorrer «un largo camino que con ayuda de otros voy superando», explicó. ¿Cuál es su día a día?, le preguntaban a su abogada Regina Apalategui el día que, por fin, Loli vio con sus propios ojos cómo se destruía su hoja de antecedentes y su historial, al menos el policial, quedaba sin mácula. «Como ella misma dice, fumar, fumar...». Paradojas del destino, a Dolores terminó salvándola una colilla hallada en el lugar donde apareció el cadáver de Rocío Wanninkhof, en la urbanización Altos del Rodeo, en Marbella. El 1 de septiembre de 2003, los servicios de Criminalística de la Guardia Civil detectaron la coincidencia entre el ADN que había en ese cigarro y el de la tulipa de un coche encontrada en el escenario del crimen de Sonia Carabantes, asesinada ese verano en Coín. Días después era detenido el británico Tony Alexander King, que más tarde sería condenado a 55 años de prisión por los dos asesinatos.
«Nadie me ha pedido perdón»
«No es tanto la reclamación monetaria. Es más que se demuestre a la sociedad española que soy totalmente inocente, que siempre lo he sido. Que cuando vaya por la calle no haya codazos, o que si voy a El Corte Inglés a comprarme unos zapatos no esté a los 20 minutos rodeada de señoras diciendo 'mira quién está ahí'». Dolores Vázquez sigue esperando: «Todavía nadie me ha pedido perdón».
Tampoco ha cobrado un solo euro por las secuelas que le ha dejado el caso ni por los 519 días que pasó en prisión, oyendo el coro de las reclusas que gritaban «asesina» cada vez que su nombre se escuchaba por megafonía. «No sé si mi infierno se quedó allí, o se vino conmigo», diría durante el acto sobre juicios paralelos. En 2008, el Ministerio de Justicia reconoció el error y propuso indemnizarla con 120.000 euros, muy lejos de los cuatro millones que ella pide. Dos años más tarde, el Gobierno rechazó la reclamación. Sus abogados recurrieron a la Audiencia Nacional, que desestimó su demanda con tres votos en contra y dos a favor. El caso está ahora en el Tribunal Supremo, pendiente de sentencia definitiva. Quince años y un día después.
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