Arrollado por los ERE

El caso le estalló nada más llegar al cargo y aún le queda un largo trecho hasta alcanzar el final de un proceso en el que se considera inocente

PPLL

Jueves, 2 de junio 2016, 01:22

A punto de cumplir los 70 años, José Antonio Griñán Martínez es ahora un «jubilado de clases pasivas», como dijo él mismo este lunes ante la comisión parlamentaria, que quizá maldiga el día de 2004 que le dijo que sí a su entonces amigo Manuel Chaves, cuando éste le propuso volver a la Junta de Andalucía como consejero de Economía y Hacienda, poco después de la salida de Magdalena Álvarez. Aún maldecirá más haber aceptado en 2009 sucederle en la presidencia del Gobierno autonómico. Inspector de trabajo, socialista de primera hora, hijo de una familia acomodada madrileña, con un tío que fue víctima de ETA, el magistrado Rafael Martínez Emperador; ministro con Felipe González, de Sanidad y de Trabajo, autor del 'Pacto de Toledo',el mayor avance para garantizar las pensiones en la España democrática, hoy aún más valorado por como ha debilitado el PP la llamada «hucha», diputado del Congreso, podía haber dejado la vida activa con un balance positivo, aunque de perfil bajo, pero se dejó tentar por el oropel de San Telmo, sin poder adivinar lo que le esperaba. Hoy se dedica a escribir sus memorias, un ejercicio que le consume las horas y no le deja salir del bucle melancólico en el que le metió su apresurada salida del cargo, en agosto de 2013. Dicen que vuelve a dormir, pero le ha destrozado una versión de la «pena de telediario», la que llaman «pena de mercadona». En alguna ocasión le han increpado por la calle y el temor a que vuelva a suceder le hace reducir al mínimo sus salidas más allá de su barrio de la localidad sevillana de Mairena del Aljarafe.

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Griñán, que había aceptado el cargo de presidente como una transición hacia un relevo generacional en el PSOE andaluz, tenía decidido prácticamente ceder el testigo desde que logró salvar los muebles en 2012, cuando pudo retener el Gobierno gracias al pacto con IU a pesar de haber perdido las elecciones autonómicas. Se dedicó a preparar a su consejera de Presidencia, Susana Díaz, mientras armaba las maniobras internas procedentes para ganar los avales sin presentarse a primarias y se metía en mil guerras con el aparato de Ferraz y con buena parte del andaluz que se mantenía fiel a Chaves, con quien se abrieron las hostilidades poco después de la sucesión.

El caso ERE le estalló nada más llegar. En su entorno se minimizó el peligro, que se quiso dejar en el equipo anterior ('ere de herencia', se decía), destituyó a Antonio Fernández como consejero de Empleo, buscó despegarse de las acusaciones hacia su gestión asegurando que el interventor general no le había trasladado el informe de menoscabo preceptivo, incluso llevó a su entonces viceconsejera, Carmen Martínez Aguayo, a escenificar ante los periodistas que informes de actuación recibía a carretadas, pero la explosión le alcanzó. Le faltó lo que se llama 'mandíbula de acero' y optó por dejar el cargo cuando acuciaba Alaya, con la intención de inmolarse y llevarse con él, y así lo dijo, la responsabilidad política del caso, para dejar a su sucesora libre de esa hipoteca.

Pero si esperaba que aquel gesto le devolvería a la paz de su biblioteca y su música, nada más lejos de la realidad. Aun tuvo que ver cómo su 'delfina' Susana Díaz le pedía públicamente su marcha («Pepe, Susana nos ha matado», dice el periodista Manuel Pérez Alcázar que le dijo Chaves) para poder conseguir la investidura. Abandonó el Senado, la presidencia del partido y, en fin, la militancia, aunque sea en modo suspensión provisional.

Le queda aún un trecho hasta conseguir que se le haga justicia y se le declare, como él se considera, absolutamente inocente. Acaba de pedir el sobreseimiento en un amplio escrito en el que recurre al precedente de la alcaldesa de Jerez, García Pelayo, absuelta por el Supremo en aras a que no tenía por qué saber que firmaba lo que el mismo tribunal reconocer como claramente delictivo. Piensa que también Rajoy se ha zafado de responsabilidades por lo que hacía Bárcenas. Pero también sospecha, con tristeza, que ya quizá sea demasiado tarde y nadie le pueda reponer el daño causado.

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