El pasado domingo, sobre las diez de la noche, los líderes de los principales partidos ya tenían claro el resultado electoral. Superados los espejismos que producen las encuestas y más aún las que se realizaron a la salida de los colegios, todos menos uno quedaron descontentos. Ya saben mi criterio y desconfianza sobre los sondeos, un entretenimiento político-periodístico que lo único que genera son expectativas y lo peor es que se combate contra ellas, pero al final lo que cuentan son los votos. Y si no que se lo digan a Pedro Sánchez, que ciertamente podía estar contento de que no se produjera el sorpasso y que su partido siguiera siendo la primera fuerza de la izquierda, pero en su haber tiene de nuevo el peor resultado para los socialistas en la historia, con 85 diputados. Pablo Iglesias no se explicaba cómo la estrategia de absorción de Izquierda Unida no había sumado un mayor respaldo sino que había perdido más de un millón de votos. Y Albert Rivera achacaba el descenso de 40 a 32 escaños a la ley electoral.
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