![acantilados, vivir al borde del abismo](https://s2.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/201808/28/media/cortadas/ACANTILADOS-MARO-kFgB-U60756454732kSE-984x608@Ideal.jpg)
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Un sonido agudo, como un lamento, se extiende entre las rocas que en forma de repisa se adelanta hacia el cortado que cae a plomo, en vertical, hacia el rompiente pedregoso del litoral de Alborán, es la llamada de polluelos de gaviotas patiamarillas, que aunque ya están crecidos aún no pueden volar y dependen del alimento que traerán sus progenitores desde allá abajo, entre las olas, en las playas y desde los puertos cercanos. Son parte de la vida que cada año nace entre las grietas y oquedades de los roquedos costeros, de acantilados que gracias a su inexpugnable orografía, y ayudados por leyes de protección de la naturaleza, han logrado mantenerse a salvo de la expansión turística. Ecosistemas rupícolas, hábitats entre rocas verticales azotadas por el viento, batidos por las olas en sus zonas bajas y donde el aire posee altísimas dosis de salinidad, solo habitables por fauna y flora especializada, preparada subsistir en el abismo, unos sobre la superficie terrestre, y otros bajo el mar.
Sobre el acantilado vuela una gran ave de alas pardas y marcas blancas, que se adentra hacia el mar con un suave planear mientras otea el movimiento superficial del agua. Es un águila pescadora, una rapaz muy exigente con sus espacios de caza, que prefiere los acantilados escarpados de Cerro Gordo, y los más orientales de Castell de Ferro, junto a calas como la Rijana, por ser lugares poco antropizados, donde aún se puede considerar razonable el avance de la construcción y la agricultura bajo plástico. El vuelo del águila es observado, atentamente, por una hembra de cabra montés, que en un equilibrio imposible se sitúa sobre un saliente para llegar a las bayas de arbustos como los Maytenus senagalensis, olivillas y romeros blancos, y junto a ella, un juvenil que hace pocas semanas dejó de ser un pequeño cabritillo. Saben que el águila no representa un peligro para ellas, pero observan dispuestas a saltar sobre otras rocas aún más inaccesibles en caso de amenaza. Forman parte de un ecosistema especial, donde la vegetación ha de adaptarse a crecer en la escasísima tierra que se acumula en las grietas entre rocas, donde han de lanzar largas raíces para introducirse entre el roquedo en busca de humedad, o conformarse con pequeñísimos rizomas que captan la humedad y el alimento de forma muy superficial, como Lafuentea rotundifolia, una peculiar planta que aprovecha los taludes verticales, y otra de largas hojas verdes y pequeñas flores blancas, Lapiedra martinezii, que aprovecha la más mínima grieta con sustrato arenoso para crecer, junto a los muy abundantes Asteriscus maritimus. Un territorio vertical, paredes en las que destacan densas almohadillas verdes desde las que salen varas terminadas en minúsculas flores. Es una especie endémica de esta área, Loimonium malacitanum, conocida como la Saladilla de Málaga. Y en las zonas más altas, Rosmarinus tomentosus, romero blanco, el endémico de los acantilados entre Granada y Málaga, y en peligro de extinción.
Las estribaciones montañosas que forman la costa granadina, desde la localidad de Maro, en Málaga, hasta las inmediaciones de Adra, en Almería, la franja litoral donde las sierras de Almijara, Lújar y la Contraviesa se sumergen en el mar, son los principales ecosistemas de acantilados del sur de la península Ibérica, con verdaderas joyas geológicas: Los acantilados de Maro-La Herradura; los de la Punta de la Mona, los situados entre el Tesorillo y Salobreña, y los más orientales, los situados entre Calahonda y Castell de Ferro. Estos cuatro territorios son Zonas de Especial Conservación (ZEC) y de Especial Protección para las Aves (ZEPA) protegidas por los convenidos de la Red Natura 2000, que desde la Unión Europea y el Ministerio para la Transición Ecológica a través de la Fundación Biodiversidad, con apoyo de la Junta de Andalucía, intentan preservar la singularidad de un paisaje y la biodiversidad que lo habita. Espacios marítimo-terrestres que merecen ser conocidos para entender la necesidad de su conservación.
La ruta de los acantilados de la costa granadina comienza en la localidad malagueña de Maro, donde tras las tierras llanas situadas a poniente, es fácilmente apreciable el levantamiento de las montañas emergidas del mar de Alborán y que desde hace 20 millones de años forman y aún modelan la actual franja costera, que se extiende hacia el extremo oriental de Andalucía y recorre la totalidad del litoral granadino. Viejas torres vigía que desde tiempos del Reino de Granada, alertan de la presencia de piratas, ejércitos enemigos y mil y un peligros llegados desde el mar, algunas de ellas que casi forman parte ya de los roquedos de la línea intermareal. Una sucesión de sistemas de rocas verticales, algunos de ellos con caídas de un centenar de metros, ocultan pequeñas calas solo accesibles por mar y difíciles sendas entre cortados, más transitadas por grupos de cabras montesas que de personas. La antigua carretera N-340 permite conocer de cerca las zonas altas de estos espacios naturales, con conexiones con algunos caminos de acceso a algunas playas concretas como la muy poco concurrida playa de las Alberquillas, y la de la torre del Pino.
En dirección a La Herradura, en la N-340, un desvío conecta con la conocidísima playa nudista de Cantarriján, en pleno paraje natural de Cerro Gordo, una cala protegida por acantilados a poniente y levante, desde donde es posible contemplar la inmensa mole de Cerro Gordo, con una gran torre vigía fácilmente visitable por el sendero del Mirador, al que se accede desde la carretera poco antes de llegar a la Herradura.
Los acantilados continúan hacia la Punta de la Mona, un espacio más alterado por las urbanizaciones, y tras Almuñécar y sus playas, desde el Tesorillo hasta la Caleta de Salobreña, uno de los espacios marinos protegidos de Andalucía, donde habita una gran biodiversidad marina.
El delta del Guadalfeo, desde Salobreña hasta Calahonda, es una extensión llana, sin roquedos, que vuelven a convertirse en acantilados entre esta localidad y Castell de Ferro, con una nueva Zona de Especial Conservación, donde los ecosistemas rupícolas se asemejan a Cerro Gordo, con calas como La Rijana. En dirección hacia Almería ya no hay zonas protegidas, pero los acantilados mantienen paisajes singulares, con calas de difícil acceso y una biodiversidad tan rica y singular como la de la costa occidental granadina.
La ruta de los acantilados, que comenzó en Maro, termina bajo las rocas del acantilado del Muerto, en el extremo de poniente de la Rábita. Un recorrido que podría continuar en la provincia de Almería, con acantilados volcánicos singulares como los de las Sirenas, junto al gran faro de Cabo de Gata.
Vivir bajo el mar
El mar oculta verdaderos tesoros bajo los acantilados, grutas, profundas simas, roquedos cargados de corales mediterráneos, paisajes tapizados de anémonas y tomates de mar, donde nadan bancos de alevines y juveniles, meros, abadejos, sepias que desovan entre las piedras del fondo; pargos, lucios, dentones, grandes medusas como las Cotylorhza tuberculata, agua cuajada, y en los que el buceo sin escafandra puede realizarse desde las calas situadas en las cercanías de La Herradura, o desde embarcaciones, y deleitarse con la imagen de praderas de posidonias, con gorgonias pegadas a las rocas y poríferos de color rojo.
Las aguas de Cerro Gordo-Maro son un territorio marino protegido en una milla de extensión desde la costa, considerado como ZEPIM (Zona Especialmente Protegida de Importancia para el Mediterráneo), una calificación que en tierra se suma a la de ZEPA (Zona de Especial Protección Para Aves). Dos clasificaciones normativas que intentan preservar la gran biodiversidad existente en un territorio que puede considerarse único en el litoral del sureste ibérico.
Vivir en los acantilados litorales es adaptarse a condiciones meteorológicas y ecológicas muy duras. Las plantas han de soportar un ambiente salinizado, fuerts vientos y exposición solar, al igual que la fauna. Biodiversidad de loas acantilados, fotogalerías, vídeos en Waste Magazine
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Martin Ruiz Egaña y Javier Bienzobas (gráficos)
Inés Gallastegui | Granada
David S. Olabarri y Lidia Carvajal
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