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El Peñón de Salobreña desde el sednero del Gambullón J. E. GÓMEZ
la micro-reserva del peñon de salobreña

la micro-reserva del peñon de salobreña

Asediado por la expansión turística y el desconocimiento, acoge una singular biodiversidad vegetal. La presencia de cuatro hábitats naturales característicos del litoral de Granada lo convierte en un espacio llamado a proteger

Viernes, 27 de julio 2018, 12:19

Crecen en los bordes de los caminos, en las suaves pendientes entre rocas calcáreas que ascienden hacia la cima. Son flores amarillas de ocho pétalos, de Senecio leucathenifolius, un endemismo del Mediterráneo centro occidental, que en la provincia de Granada solo crece en el pequeño territorio del Peñón de Salobreña. Lo hace desafiando el fuerte viento que desde el levante erosiona y moldea la fisonomía de este conjunto rocoso que se alza hasta 24 metros sobre la superficie del mar. Es el último vestigio de lo que fue la isla fenicia y romana de Sel, un enclave natural de alto valor ecológico abandonado de las normativas de protección y víctima de continuados impactos derivados de la expansión turística, el mal uso del territorio y la dejadez institucional, y sobre todo el desconocimiento de millares de personas que cada año acuden a una de las playas más pobladas del litoral granadino. El peñón de Salobreña está considerado como uno de los puntos clave para la pervivencia de especies vegetales que a lo largo de los siglos se han refugiado entre sus rocas y mantienen ahí su hábitat ancestral y, en algunos casos, único. Geógrafos de la Universidad de Granada lo han señalado como un espacio a convertir en la primera microreserva de flora de Andalucía, y que sirve como experiencia piloto para crear en la comunidad una figura de conservación que se podría aplicar en espacios no incluidos en la Red de Espacios Protegidos de Andalucía, una iniciativa que, por el momento, no ha tenido respuesta práctica a pesar de la alta fitodiversidad (variedad de especies de flora).

Todo el mundo conoce el 'Peñón', sus chiringuitos, las dos playas que separa, Salobreña y La Guardia, e incluso aparece en los medios por las 'barbaridades' de chavales que se lanzan al mar desde sus cortados, pero nadie repara en que se trata de un 'microterritorio' de alto valor natural, tanto sobre el mar como en sus cotas submarinas. Los matorrales achaparrados de color verde oscuro, en unos casos, y blanquecinos en otros, son Cambroneras, conocidos también como Espina Santa; tomillo negro; Orgazas (Atriplex halimus) una especie halonitrófila que soporta condiciones salinas y sustratos nitrificados en este caso por la acción del hombre. Al caminar entre las rocas, en una ascensión desde la playa, o a través de las escaleras de hormigón que roturan el espacio natural, se observan arbustos más pequeños como los Pegamoscas, Ononis natrix, y Bolagas, de hojas gruesas de minúsculo tamaño. Hay efedras también llamadas hierbas de las coyunturas, candilillos y esparragueras. Todas ellas son especies típicas del litoral granadino que se desarrollan dependiendo de los diferentes niveles de altitud dentro del Peñón o si se encuentran en zonas de exposición a levante, o en los cortados de poniente, donde aparecen ejemplos claro dela flora de acantilados, con Lapiedra martinezii o la margarita de mar, Asteriscus maritimum. Señalan que el pequeño territorio del peñón aglutina cuatro de los hábitats reconocidos como de Interés Comunitario por la Red Natura 2000, los referentes a especies de acantilados con vegetación y presencia de plantas del género Limonium; matorrales halonitrófilos; matrorrales arborescentes mediterráneos y matorrales termomediterráneos.

Junto al Senecio leucathenifolius, considerada como la especie más características y singular de este enclave, crece otra planta, Lycium intrincatum, un arbusto de tamaño medio, catalogada como amenazada de extinción, dos taxones que los investigadores de la UGR consideran clave para iniciar «la creación de la microrreserva en el Peñón de Salobreña, como modelo y área piloto para la conservación y posible regeneración de hábitats litorales amenazados, comunidades singulares y algunos taxones vegetales de alto valor ecológico en la franja litoral de la provincia de Granada», dicen en la publicación científica firmada por Gómez Zotano, Olmedo Cobo y Martínez Ibarra. Estos valores naturales se concentran en el pequeño universo del Peñón de Salobreña, que necesita de medidas como el vallado de su perímetro, instalación de carteles que divulguen sus valores ecológicos, regeneración de su superficie, limpieza de basuras y, sobre todo, respeto a ecosistemas frágiles.

En el siglo II antes de Cristo, Salobreña, su núcleo urbano, el tajo y su entorno próximo estaban rodeados por el mar. Era una isla a la que llamaron Sel y más tarde Selambina que, con el paso de los siglos y los aportes de sedimentos del delta del Guadalfeo, se convirtió en una península y acabó formando parte del espacio continental. Solo el Peñón ha quedado como parte de aquella etapa geomorfológica que poco a poco pasó de ser un islote emergido junto a la isla principal a convertirse en una pequeña península unida por un istmo de sedimentos hoy ocupados por estructuras turísticas, al igual que el humedal que se extiende desde el mar hasta la base del roquedo donde se encuentra el casco antiguo de Salobreña. Un degradado humedal que pronto sustentará instalaciones hoteleras de alto nivel que tendrán el privilegio de mirar hacia las aguas de Alborán y contemplar la esperada microrreserva de flora del Peñón, sustentada sobre los mármoles formados durante el Triásico, hace 240 millones de años.

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Desde la cumbre del peñón se divisa el tajo sobre el que se encuentra el castillo de Salobreña J. E. GÓMEZ

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