Cara a cara, dicen, que es la primera. Y las dos chicas, con sus trajes de verdes, rojos y amarillos, bailan sus faldas y adelantan la pierna y los dedos de las manos vuelan por encima de las melenas y las palmas corretean por ambos lados y los ojos se cruzan como dos columpios que van y vienen por la feria y cuando paran y se cogen por el talle, con la cara junta, porque es la segunda, sonríen como si nada; como si nunca hubiera habido nada tapando la boca. «Qué alegría», exclama Laura. «Todavía me acuerdo», resopla, con aires del que vuelve a montar en bici, pero también con algo de nostalgia por el viejo Corpus, por la vieja y alegre normalidad. «Esto no se olvida», responde María. «No se puede olvidar», repite.
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Laura y María bailan en la Placeta de los Caseteros, en el cruce de arterias del ferial de Almanjáyar. La música viene por todas partes mientras la gente sube a paso ligero, con ganas. Uno de los primeros trajes flamencos en pisar la calle fue el de Zoe, una niña de tres años que canturrea con sus padres, José y Sandra: «Somos muy de feria –dice la madre–, venimos desde que nacimos. Después de dos años sin feria, tú verás, lo esperamos todo». Irene y José vienen con su niña, Adriana: «Después de la pandemia, había ganas». Algo parecido a lo que dicen Antonio y Carlos, sonrientes: «Después de…»
El «después de» es el mantra del ferial. Incluso en las casetas, como la de Motril, donde Manuel prepara los más de 700 palitos que rondarán la madrugada. «Tenemos ganas de trabajar y la gente de pasarlo bien. Después de tanto tiempo hay ganas, ya verás, van a caer polvorones esta noche», ríe. Ángel es el responsable de La Exploraora, la caseta de los scouts. «Después del parón hay muchas ganas, creo que lo vamos a partir», asegura, divertido. Socorro, Manuel y Claudio llegan elegantísimos al Salero, donde celebran la cena inaugural. «Somos una caseta tradicional –dice Claudio–. Después de tres años, imagínate, ya tocaba. ¡Y encima nos podemos ver las caras!».
La cara de Luz, sin embargo, no se ve. «Es más grande que mi cabeza», bromea, mientras se asoma por el lateral de un enorme algodón de azúcar. Kim, a su lado, coge un pellizquito y se relame: «Sabe mejor que el último que me tomé. ¿El último? ¡Pues hace tres años!». Teresa, Úrsula, Ana y Alba, de Primero de Bachillerato, pasean muy relajadas, con cierto aroma a verano. «¡Estamos celebrando que hemos terminado los exámenes!».
El clic de la madrugada inicia una ola. Había ganas. Había nervios. Noche de Reyes. Francisco Guzmán, el vecino al que le ha tocado este año encender el ferial, sonreía en la penumbra previa, acompañado por el alcalde y el resto de autoridades de la ciudad. Arropado por las personas con las que trabaja a diario, en el centro de estancia diurna municipal para personas con discapacidad. Guzmán pulsa el botón con la genuina alegría del que ha sido abuelo y se jubila. Una alegría sincera y contagiosa que provoca una tremenda ovación que recorre el ferial de Almanjáyar hasta colarse, de alguna manera, en todos los hogares de Granada.
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«¡Ha vuelto la feria!», se corea de un grupo a otro. Un regreso que, más que un nuevo principio, sabe a un poco más de final. Y así, con la puerta iluminada, la marabunta granadina zapatea con gracia, porque es la tercera y el tirititrán, tran, tran se mezcla con el cántame, tú me dijiste cántame y con ese aroma a vino, caña y lomo y, con los lances definitivos, los de la cuarta, Laura y María sonríen como si nada. «Después de tanto tiempo...», dice Laura. «Esto no se olvida».
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