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La vía adyacente a la de las casetas, a la izquierda de la portada del ferial de Almanjáyar, es comúnmente conocida como la calle del Infierno, y en ella se agrupan los tenderetes de feriantes de toda la vida –incluyendo el tiro con escopeta en el que el premio vale ya bastante menos de lo que cuesta disparar– y las atracciones, conocidas como columpios o 'columbios', también de toda la vida. Es el ambiente descrito por Ana Iris Simón en su novela 'Feria' el que se encuentra quien se acerca a esta aglomeración humana sometida ayer a temperaturas de 35 grados pero inasequible al desaliento. Los más jóvenes de la casa no se quejaron ni de la temperatura, ni de la sed, porque se lo pasaron en grande, y los mayores acompañantes también llevaron la sonrisa puesta pensando que lo que hoy les costará cinco euros, ayer les costó dos y medio. El clásico ejemplo del muy pijo 'win win' de las escuelas de negocios.
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Ángel Mengíbar
Ayer, además del día del ahorro, fue también el día sin ruido. Ello consiste en que, solo por una tarde, los imprescindibles Camela, Quevedo –no el poeta, el otro–, Rosalía –la otra– y el tractor amarillo se guardaron en el granero. Ylos únicos sonidos que emitieron las atracciones fueron las imprescindibles bocinas que anunciaron el principio y el fin de la diversión. «Es una diferencia muy grande la que supone el venir con el ruido atronador de músicas diversas o acercarse en esta tarde; por eso la aprovechamos», comenta Montserrat Reinoso, madre de un niño diagnosticado con un trastorno del espectro autista, quien, por razones obvias, prefiere esta cierta paz al pandemonio que se oye en otras jornadas.
«Este día es para abusar un poquito», dice sonriendo Carolina, quien ha traído a sus hijos al ferial, acompañada de una amiga. «Hasta hace nada, me subía con ellos, pero este año ya me han dicho que prefieren subir solos. Aunque vienen con sus amigos otras jornadas, a esta del precio económico somos fieles».
Entre los niños hay de todas las edades e inquietudes. Quienes se atreven a subir al Mistery Hotel –réplica, por cierto, de una atracción de Disney Studios, bastante vertiginosa–, quien se acerca a los coches de choque –ahora chocan poco, si se los compara con los de antes– y quien prefiere darse una vuelta en un poni. Poni robótico, porque el uso de los de verdad está prohibido por la ley. Es cuestión de acostumbrarse y entender que el bienestar animal también cuenta. Junto a la atracción Transformers hay un grupo de padres con sus hijos, vestidos todos de faralaes y campo, como corresponde a estas fechas. Ana María Hidalgo, la madre de algunos de ellos –están Bitia, Yeray, Miguel y Laia– afirma que es habitual encontrarles el martes de feria entre los 'cacharritos'. «Los míos aún son pequeños, y no se atreven a todo. Pero disfrutan muchísimo. Como se suele decir, sarna con gusto no pica. Pasamos la tarde entera en los columpios, se montan donde quieren porque no les ponemos límite, luego cenamos y a casita», comenta sonriendo.
Un poquito mayores son los hermanos Carlos y Javier Albea, quienes con sus amigos Ricardo Ortega, Kevin Muñoz y Jorge Torres, compañeros del colegio Inmaculada Niña, pasaron la tarde de ayer en compañía de sus padres en el ferial. A la pregunta de en cuántas atracciones esperaban montar, la respuesta fue clara: «Como mínimo, 33». «No serán tantas», contestó su padre. «Nuestras preferidas son la barca vikinga, el ratón vacilón, la selva encantada y esa que hace la cosa rara de subir y bajar rápido», comentan. «Hoy están de columpios, pero saben que tienen que estudiar», comenta Javier, padre de Carlos y de su homónimo. «Son buenos chicos, y están en la edad de divertirse. Mientras rindan en los exámenes, estupendo». Miguel, de origen rumano y responsable de una de las atracciones infantiles, las define acertadamente como «uno de los últimos reductos de la infancia tradicional, en una época en que los niños crecen no mirando al mundo, sino a las pantallas de sus móviles. Y como para la poesía siempre hay tiempo, al salir encontramos a los escritores Andrés Neuman y Erika Martínez, con el pequeño Telmo, que vive la segunda feria de su existencia, quien observó, precisamente, los ponis mecánicos. Esta, ciertamente, es una fiesta muy popular.
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