F. Martínez Perea
Domingo, 2 de junio 2024, 00:40
La figura del insigne Federico García Lorca, que ha sido el gran reclamo de los carteles de la feria de este Corpus de 2024, cobró ayer una dimensión nueva en el taurinismo nacional e internacional gracias a la Corrida Lorquiana, propuesta y organizada en parte ... por el Capítulo de Granada de la Fundación Toro de Lidia con la colaboración del Ayuntamiento de la capital y la Diputación Provincial y el beneplácito y montaje de la empresa Funtausa de los hermanos Mantilla, que reservó una fecha tradicionalmente fuerte, la del sábado de feria, para que el universal poeta, el mismo que escribiera que «la fiesta de los toros es la más culta del mundo», tuviera en su tierra el reconocimiento y el homenaje que el mundo del toro y su gente le debía.
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No fue la de ayer, por tanto, una corrida más, aunque sabido es que cuando suenan clarines y timbales y el ruedo se convierte en el principal escenario de la función, el toro suele poner las cosas en su sitio y no entiende de más homenaje que el que él puede rendir a la bravura y en la réplica que le pueden dar los otros grandes protagonista de la fiesta, los toreros. Y no lo fue, entre otras cosas, porque la Monumental de Frascuelo apareció primorosa y espectacularmente engalanada para la ocasión con múltiples motivos lorquianos, porque uno de los diestros participantes, Alejandro Talavante, se vistió en la Casa-Museo del poeta, en la Huerta de San Vicente, la finca donde veraneaba la familia García-Lorca hasta el asesinato de Federico en 1936 y porque desde ese evocador recinto fue trasladado hasta la plaza en coche de época. Ambiente diferente, por tanto, en el coso capitalino –en el que, además, se desarrollaron diversos actos previos–, en una tarde de especial significación, secundada por un público muy receptivo que aportó también calidez al excepcional y pionero evento.
Un evento en el que tres toreros con gran predicamento, Miguel Ángel Perera, sustituto a última hora de 'Morante de la Puebla', Alejandro Talavante y Juan Ortega, se anunciaban frente a toros del joven y apasionado criador Álvaro Núñez y del que cabía esperar que el recuerdo del poeta, dramaturgo y prosista, el más famoso y leído, sin duda, del siglo XX, fuera fuente de inspiración para los coletas y soporte emocional para todos los presentes en la plaza.
Para que esa inspiración se vistiera de luces y se reencarnara en un maestro genial se contaba inicialmente con el sevillano 'Morante de la Puebla, que hace poesía en los ruedos y es capaz de emocionar y fascinar cuando pone su sentimiento al servicio de la causa artística, pero un contratiempo de salud impidió que el diestro pudiera hacer el paseíllo en la Monumental de Frascuelo. Su lugar lo ocupó otro diestro veterano con galones de figura, el extremeño Miguel Ángel Perera, uno de los grandes triunfadores de la última Feria de Abril de Sevilla, donde sumó a su brillante palmarés la salida a hombros por la mítica Puerta del Príncipe. El recital poético de la tarde de homenaje al inmortal Federico perdía ciertamente algo de lírica y magia, pero ganaba contenidos épicos, tan importantes en el argumentario taurino.
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Perera tiene como principales credenciales el valor por arrobas, la firmeza, la quietud y un corazón granítico. Pero en su tauromaquia hay también clase, torería, gusto y sobrada capacidad para crear emociones en terrenos donde el toro suele imponer su ley. Lo demostró sobradamente ayer en sus dos faenas y frente a dos toros de distinta condición, un primero noble pero sin transmisión y un segundo con más motor y raza.
Con el que abrió plaza, el extremeño firmó un saludo capotero primoroso, con ajustadas verónicas, chicuelinas con tafalleras y varias medias de rancio sabor y llevó a cabo después una faena de alto voltaje, tanto en el toreo fundamental, con series templadas en redondo y al natural, como, sobre todo, en el arrimón final, con un dominio de los ínfimos espacios tan apabullante como emocionante. Poesía dramática por momentos que supo premiar el público con la petición de una merecida oreja. Y con el cuarto, otro recital de valor, dominio y técnica. El mejor y más entregado Perera frente a un astado algo bronco pero codicioso y con motor con el que acertó a tocar todas las teclas para terminar sometiéndolo a la tiranía de su muleta, singularmente poderosa. El maestro de la Puebla de Prior consiguió elevar el tono de la tarde y que nadie echara en falta al genio de otra Puebla, la del Río, cosa nada fácil en una tarde de mucho compromiso para él. Una segunda oreja, con petición ruidosa de la tercera, le abrió la puerta grande. Feliz, por tanto, su retorno a la feria del Corpus tras años de ausencia.
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El verso inicial de Alejandro fue escasamente apasionado porque su primer oponente, sin motor ni raza, sólo podía inspirar tristeza y decepción. El extremeño, que ha recuperado lo mejor de su particular tauromaquia y todas las señas de identidad que lo consagraron tiempo atrás como un auténtico figurón del toreo, apeló a una poesía sin alma. Lo suyo fue un intento tesonero pero baldío por sacar agua de un pozo seco. La espada, además, le jugó una mala pasada.
Con el quinto, toro nada fácil y un tanto engañoso, Talavante hizo una clara demostración de valor, quietud, poder y temple. Toreó con sumo gusto, con fogonazos de sutil belleza, y se sintió en ocasiones, pero la explosión llegó cuando se convirtió en rapsoda de sus propios poemas, algunos con carga dramática. El Talavante imperturbable, el Talavante del parón, el Talavante de las cercanías extremas y el Talavante imprevisible, capaz de hacer genial lo ordinario con los pitones rozándole la taleguilla, puso ribetes de emoción y conmoción en la tarde lorquiana. Imposible torear mejor tan cerca. Imposible sólo pensar –y él lo hace– en esos terrenos prohibitivos. Imposible respirar simplemente. Un pinchazo previo a la estocada con la que despenó a su oponente dejó el premio en una solitaria oreja. Una pena que en su repertorio poético faltará el verso de la bravura.
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Juan Ortega, que empieza a ser para muchos aficionados un torero de culto, también tiró de repertorio y duende en su particular recital poético. El sevillano, cuyo verso taurino es fluido a la vez que profundo, puso también acentos de magia a la tarde. Hace tiempo que los aficionados están embriagados con los aromas que desprenden los vuelos de su capote de seda, con la exquisita cadencia de sus verónicas y otras suertes del primer tercio, que ha convertido en todo un suceso, pero lo cierto es que Ortega es mucho más que un consumado especialista en el manejo del percal. Su torería se hace presente también cuando, muleta en mano, se enfrenta al llamado toreo fundamental, porque todo lo que hace tiene reposo, naturalidad y gusto. Puro en las formas y, sobre todo, en el fondo. Ortega no vende ni propone nada que no sea arte. Desnuda su alma para vestirla después, pase a pase, con los dictados del corazón. Torea sin imposturas, como lo siente, sin injerencias ni esos efectismos que son legítimos, claro, pero que no van con su personalidad.
En la tarde del homenaje al autor del 'Llanto por Sánchez Mejías', el torero amigo del poeta, corneado mortalmente en Manzanares por un toro de nombre 'Granadino' –ironías del destino–, Ortega no hizo una elegía a la muerte, como plasmó magistralmente el poeta granadino en ese poema, sino un cante al arte y a la hermosura con sus dos toros, uno de ellos, el tercero, complicado por flojo, y el otro más boyante, haciendo honor a algo que también dijo Federico: «Que la plaza de toros es el único lugar a donde se va con la seguridad de ver la muerte rodeada de la más deslumbrante belleza». Verso libre el matador de toros sevillano para mayor gloria de una corrida que ojalá tenga continuidad en próximos años, dentro o fuera de la programación del Corpus, y pase a formar parte del calendario de acontecimientos taurinos de esta bendita tierra.
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