Morante de la Puebla da un pase de pecho de rodillas al segundo de su lote. Pepe Marín

Los actos de fe, la genialidad y la raza

Morante, El Fandi y Aguado, por encima de los toros de Juan Pedro. El granadino suma su Puerta Grande número 50 y sale a hombros con el de La Puebla

Francisco M. Perea

Sábado, 18 de junio 2022, 00:12

El maestro Marcial Lalanda, autor de una de las tauromaquias más completas que han visto la luz, no dudó en afirmar, cuando fue preguntado sobre cómo definiría él el toreo, que tan complejo arte era, por encima de otras cosas, la síntesis de muchas emociones. ¿ ... Cabe mejor simplificación? Ciertamente el toreo es eso y muchas cosas más. La síntesis de muchas emociones, sí, todo lo que se siente en el ruedo y se transmite a los tendidos, y, además, en algunos casos, un acto de fe. Porque la fe es creer en lo que no se ve y en el toreo, cuando lo interpretan diestros de acusado corte artístico, es fácil sucumbir a los efectos de lo diferente y genial para, efectivamente, creer en lo que no pasa de ser pura sugestión.

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Toreros artistas como Curro Romero o Rafael de Paula, por citar sólo a algunos ilustres, han conseguido, en sus tardes más inspiradas e, incluso, en otras de perfil más plano, que los aficionados hagan ese acto de fe y lleguen incluso al éxtasis por un lance, un remate o un muletazo surgido de la nada y lo mismo podría decirse de un genio como Morante de la Puebla, capaz de convertir el toreo en algo diferente, en una catarata de emociones surgidas de las entrañas de un sentimiento que brota espontáneo y a borbotones cuando los dictados del corazón hacen causa común con las musas del más puro arte.

Con Morante cualquier acto de fe es posible, pero el de la Puebla ha conseguido algo que es patrimonio exclusivo de los elegidos para glorias mayores: que el público y los aficionados crean en lo que ven, que afortunadamente lo ven, y sientan que algo les pellizca el alma sin dejar nada para la imaginación o la sugestión.

Al rescate de la Fiesta

Este Morante, que no dudó en salir al rescate de la fiesta cuando la pandemia golpeó con fuerza sus cimientos y que sigue dando ejemplo de lo que debe ser una figura en ejercicio, comprometida con el presente y el futuro del toreo, compartió ayer terna con el ídolo local David Fandila El Fandi y Pablo Aguado, torero también este último de la tierra de María Santísima y uno de los llamados a suceder en el trono de las devociones artísticas sevillanas al propio Morante. El granadino no figuraba el el cartel original, pero entró a última hora en el mismo como sustituto del lesionado Cayetano, de ahí que la corrida, con toros de Juan Pedro Domecq, tuviera todos los alicientes para que la fe cobrará un doble significado: la fe como tal, confiada al genio creador de dos toreros de esencias –Morante y Aguado– y la fe ciega en la raza, la entrega y la afición, valores de los que es uno de sus mayores estandarte el inagotable Fandi.

Morante de la Puebla no es torero de medias tintas y ayer dejó patente que el cero y el infinito no están tan distantes como algunos piensan. Con el que abrió plaza, un toro desclasado, pero que no planteó problemas, regaló varias verónicas antológicas y una media de cartel antiguo y con la muleta se gustó en un trasteo corto por las dos manos marca de la casa. Mató, además, de estoconazo entero de rápido efecto y paseó una merecida oreja.

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Valiente a carta cabal

Con el que hizo cuarto, segundo sobrero, otro jabonero, éste de Jandilla, salió a relucir el Morante capaz de convertir la incertidumbre en el más puro arte, un Morante valiente a carta cabal, entregado, enrabietado y genial que enseñó perfiles de tauromaquias viejas, lidió y toreo con despaciosidad, gusto y sentimiento. Otra extraordinaria estocada le valió otra oreja que supo a poco. El Fandi no ha perdido ni un ápice de los valores que lo han convertido en uno de los toreros más queridos y admirados por las aficiones de España y América. Sigue haciendo ofrenda de una afición desmedida y sigue disfrutando como pocos en la plaza, aunque ayer lo pasó mal con el jabonero que hizo segundo, un toro que transmitió mucho de salida, que permitió que el granadino luciera con los palos –hasta cuatro pares colocó– pero que después se puso bronco y muy peligroso e impidió cualquier intento de faena.

Faena que llegó en plenitud de todo y con el sello inconfundible de El Fandi, con el formidable quinto, un toro con clase, pronto y repetidor al que el granadino cuajó desde que se abrió de capa y hasta la estocada final. David se lució en el quite por lopecinas, estuvo colosal con las banderillas -imponente el dos en uno con el que cerró el tercio- y con la muleta ofreció su mejor versión, con temple, mando, ligazón y torería. Necesitaba las dos orejas para sumar su cincuenta Puerta Grande en la Monumental de Frascuelo y las consiguió por aclamación y de forma indiscutible.

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Pablo Aguado, que ha simplificado su toreo para despojarlo de todo lo que es superficial y hacerlo mucho más natural y auténtico, volvió a gustar y convencer a los aficionados granadinos. Tiene gusto, maneja capote y muleta con donaire y mucha verdad y torea sin subordinar su arte a ningún otro interés que no sea el de expresar sus sentimientos con pureza y sin vender nada que no sienta. Le ayudó su primer toro, sin clase pero manejable, y con él construyó una faena pulcra y por momentos exquisita, que remató muy bien con la espada. Con el que cerró plaza, Aguado volvió a torear con gusto y pasmosa naturalidad, pero el toro, muy flojo no le ayudó demasiado. Además, falló con la espada y no pudo redondear su tarde.

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