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francisco martínez perea
Domingo, 20 de junio 2021, 00:33
En los prolegómenos de la corrida de ayer, más animados que en días precedentes, con más ambiente en el entorno de la plaza a pesar de la amenaza de lluvia y en horario más habitual, le oí comentar a un aficionado que cuando torea Enrique ... Ponce, una de sus debilidades, él le pide a la Virgen -supongo que a la de los Desamparados por aquello del paisanaje- que en el lote del valenciano entre siempre uno de esos toros de lidia casi imposible con los que el catedrático suele obrar milagros, porque de esa forma, aseguraba, ve más que amortizada su entrada.
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Monumental de Frascuelo Tercera corrida de la aplazada Feria del Corpus. Casi lleno dentro del aforo permitido por las medidas sanitarias.
Ganaderías Toros de Daniel Ruiz, bien presentados y de interesante juego en conjunto, aunque desiguales en cuanto a motor. Algunos de ellos fueron cinqueños pasados.
Toreros Enrique Ponce (grana y oro) oreja y fuerte ovación tras dos avisos. Juan Ortega (grosella y azabache) ovación y oreja tras aviso. Roca Rey (blanco y oro) oreja y oreja tras aviso. Al término del festejo Roca Rey salió en hombros.
Su interlocutor, que admira también a Ponce, pero que prefiere verlo con otro tipo de toro, le preguntó si deseaba lo mismo para los otros actuantes y la respuesta del susodicho dejó meridianamente claro que era hombre de sabias convicciones y perfecto conocedor de lo que cada torero es capaz de ofrecer: «Deseo toros con boyantía para Juan Ortega, con los que el sevillano pueda lucir su exquisito arte, y con mucha transmisión y poder para Roca Rey porque con ellos se pone a prueba el extraordinario valor del peruano y el espectáculo se reviste de emoción».
Por fortuna para Ponce y regalo para los aficionados que amortizan sus entradas con los dictados artísticos del maestro de Chiva y prefieren verlo exprimiendo otros recursos de su inagotable tauromaquia, las plegarias del taurófilo admirador del diestro irreductible ante la adversidad, capaz de sacar agua de pozos secos, no tuvieron la respuesta esperada y ninguno de los toros de Daniel Ruiz, ganadería con un lugar de honor en la historia del toreo granadino por aquel excepcional 'Cortesano' que indultara en 2002 'El Fandi', exigió para su lidia un plus especial de capacidad lidiadora.
Cinqueños pasados muchos de ellos, bravos en distintos grados y de variado juego permitieron que la terna desempeñara el rol que sobre el papel tenía asignado. Ponce estuvo en Ponce, Ortega, que se presentaba ante la afición granadina, sorprendió por la desnudez soberana de su toreo, desprovisto de alharacas y transparente y puro como el agua bendita, y Roca Rey impactó un día más por su impávida quietud y valor extremo. Y uno quiere pensar que el aficionado que apeló a la Virgen, si es que lo hizo convencido de su eficacia, terminó por agradecer que en tarde de tanta expectación ningún toro perturbara la deseada placidez de la boyantía, que la hubo en algunos astados, ni exigiera un esfuerzo fuera de lugar de nadie.
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Al maestro Ponce, que sigue con ilusión juvenil, comprometido con él y con el público y en plenitud de todo –arte, valor, ganas, inteligencia y sabiduría– le correspondió un primer toro noble pero escaso de fuerza y, además de entenderlo a la perfección, lo toreó con pasmosa facilidad y con esa difícil sencillez que es privilegio de los elegidos. Primorosos fueron los lances de recibo a la verónica, primorosa la media de remate y pura sinfonía todo lo que vino después. El valenciano manejó la muleta a su antojo, cuajó series de mucho temple y mando, ligó las tandas con hermosa torería, se permitió algunas poncinas y se sintió y rompió en más de una ocasión a pesar de que todo el trasteo discurrió bajó la lluvia.
«A este tío lo veremos torear otros veinticinco años con la misma facilidad y con la misma afición», comentó un vecino de localidad cuando el maestro despenó al toro de una estocada casi entera desprendida y terminó de pasear la primera oreja de la tarde. Con el cuarto, que era burel con algo más de picante, pero también obediente y repetidor, don Enrique firmó otra faena de auténtico maestro, de mucho mando, muy ligada y ebria de detalles caros. Siempre a más, el trasteo, largo, deparó algunos momentos sublimes. Sonó un primer aviso antes de entrar a matar y otro más tras colocar una media caída y marrar dos descabellos sin ayuda de ningún engaño. Perdió las dos orejas que tenía ganadas, pero el público le tributó una gran ovación en premio a su cátedra artística.
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Juan Ortega, para muchos desconocido –su irrupción como torero de ferias y de aficionados ha sido tardía– acreditó con su segundo toro –el primero, rebrincado y con cierto sentido solo le permitió lucirse en unos cuantos muletazos y a la hora de hacer la suerte suprema– que es un torero distinto. Torea desde el más puro sentimiento y para su propio sentimiento, antepone siempre la calidad a la cantidad, tiene arte, tiene ángel, tiene duende y llega al público sin necesidad de crispar su toreo.
Fiel a la más pura escuela sevillana, pero con tintes añejos, el diestro hispalense, que había dejado a los degustadores del arte de esencias con la miel en los labios en su primera faena, que duró poco, esa misma miel tomó otro cuerpo y rebosó durante la faena al quinto, toro repetidor pero exigente, en el paladar de los catadores de ese otro arte que fluye espontáneo y solo se vende en pequeñas porciones. Ortega se sintió más, se autoexigió más y vendió mejor su toreo, con pasajes bellísimos, sobre todo, muleta en mano. Excepcional una tanda de naturales por su plasticidad y naturalidad y no menos excepcional el toreo en redondo con la derecha. De haber redondeado con la espada, la oreja que paseó hubiera sido doble.
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Roca Rey no tuvo que presentar credenciales ante la afición granadina, que ya sabe de lo que es capaz y ha disfrutado de algunas faenas impactantes del peruano en las últimas temporadas. Solo quedaba por comprobar si los efectos de la pandemia y la inevitable merma de festejos había podido hacer mella en ese su imponente valor, tantas tardes demostrado, y la respuesta fue tan contundente como su triunfo. Este auténtico fenómeno del toreo moderno, capaz de helar la sangre a los espectadores con su espartana forma de afrontar los duelos con los toros, impactó y cautivó a la vez.
El valor es consustancial con su toreo, pero es que, además, adoba ese valor con los condimentos de la clase, del temple y del gusto. Su primera faena, ante un toro algo flojo, pero repetidor, bravo y noble, fue tan vibrante como intensa, llevada a cabo en un palmo de terreno, en cercanías extremas y sin inmutarse lo más mínimo. Imperturbable el torero y sobrecogido el público, partícipe de una pelea sin cuartel entre el poder de un artista y la bravura de un toro. Los pases cambiados por la espalda, los cambios de mano, el toreo en redondo y al natural y todo lo demás fue realmente de traca. El pinchazo previo a la estocada dejó el premio en una solitaria oreja.
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Y también de traca la faena realizada al que cerró plaza, otro toro con un gran fondo de clase, con motor y exigente, al que primero toreó en la más pura ortodoxia clásica y con el que protagonizó un arrimón final emocionantísimo. Sumó una nueva oreja tras aviso, pero perdió una segunda por necesitar de dos pinchazos y un descabello para despenar al burel. Regia actuación, no obstante, la de este monarca llegado desde Perú para mayor gloria del toreo.
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