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Francisco Martínez Perea
Granada
Viernes, 18 de junio 2021, 02:18
Todo, absolutamente todo, parecía ayer igual: la plaza, el toro, los rejoneadores, los banderilleros, el bullicio, la ilusión por lo que podía ocurrir, la música y hasta el run run que antecede a los acontecimientos importantes. Pero también todo, absolutamente todo, parecía diferente, extraño y ... fuera de lugar. Y se explica este fenómeno porque la Fiesta con mascarilla, la del covid, sobrevive con demasiadas penurias, o al menos intenta hacerlo, al efecto devastador de una pandemia que la ha llevado a una situación límite, seguramente superable en el corto o medio plazo, pero preocupante por mil razones cuyo análisis escapa a las posibilidades de una reseña crítica que no pretende otra cosa que dar cumplida cuenta de un hecho sobresaliente que, aparte poner en valor la grandeza de un arte único, quiere también ser transmisor, desde las entrañas del más puro sentimiento, de la inmensa alegría que supone el reencuentro con cualquier manifestación artística relacionada con el toreo, fiesta condicionada por agentes externos que mejor dejar al margen. Porque si en los tendidos de la Monumental de Frascuelo la actual pandemia dejaba ver el semblante más crudo de la actual crisis, en un horario nada habitual, con poca gente y separada convenientemente, en el ruedo, por el contrario, la verdad de ese espectáculo diferente, cincelado a golpe de gestas, de vida y de muerte, volvía a resplandecer con luz propia.
Aunque en este caso se tratara de un festejo de rejones, el primero de un ciclo que se ha visto alterado por imperativos sanitarios que, como tales, hay que acatar sin más, volver a la añorada normalidad, todavía secuestrada, era algo sin duda especial. Y de hacerlo singularmente bello se encargaron en el primer acto de esta feria sin fiestas, superadas las incertidumbres previas y con el recuerdo doloroso de las personas que se fueron para siempre, tres artistas que sustancian el pasado, el presente y el futuro del toreo ecuestre, el gran maestro Pablo Hermoso de Mendoza, el hombre que marcó un antes y un después en tan difícil arte y abanderó toda una revolución, y dos de los jóvenes valores que están llamados a tomar el testigo de los actuales fenómenos del rejoneo, la amazona francesa Lea Vicens, que ha situado a la mujer en igualdad de condiciones a la hora de competir en los ruedos, y el jovencísimo Guillermo Hermoso, el hijo del fenómeno navarro, al que no le pesa el apellido y que parece dispuesto, por lo ya demostrado desde que hiciera su debut en los ruedos y por lo que dejó ver en la tarde-noche de ayer en la Monumental granadina, que tiene personalidad y condiciones sobradas para hacerse un hueco entre los grandes.
Pablo Hermoso de Mendoza volvió a dictar una lección magistral de rejoneo en el coso capitalino, escenario de muchas cumbres suyas desde que irrumpiera en los ruedos para acabar con la rutina imperante y hacer del binomio caballo-toro pura pasión. Pablo volvió a torear en el más amplio sentido de la palabra, enceló y lidió con maestría, entusiasmó con sus cabalgadas a dos pistas, midió los embroques al milímetro, quebró con precisión y sin ventajas, adornó todas las suertes con alardes de doma magistrales y vibró una tarde más frente al toro. El Pablo de siempre, con la afición y las ganas de siempre, pero en otra dimensión. Su primer toro era distraído y parado, pero el navarro le cortó una oreja tras realizar una faena por momentos vibrante en la que casi todo lo tuvo que poner él. Sensacional el caballero, sensacionales sus caballos y puro y sin ventajas su toreo de cercanías, de recortes inverosímiles, piruetas prodigiosas y quiebros arriesgadísimos. El cuarto tenía mejor condición y su faena rayó la perfección. Clavó al quiebro los rejones de castigo, toreó siempre en un palmo de terreno, colocó los palos en todo lo alto y merced a todo ello volvió a ejercer de lo que es, una auténtica figura. De haber acertado en su primer intento con el rejón de muerte, la oreja que paseó también de este toro y que le abrió la Puerta Grande pudo verse duplicada.
Lea Vicens tiene ya poco que demostrar, aunque su recorrido se antoja largo y brillante. La francesa hace gala de una enorme solvencia a la hora de interpretar todo lo mucho y bueno asimilado en su todavía corta carrera, se muestra firme y segura, domina los terrenos, es valiente, lo hace todo fácil y se gusta a la hora de clavar. A su primer toro, que prometía mucho, pero que pronto acusó una caída de la que quedó renqueante, le supo exprimir hasta la última embestida y, además, arriesgó mucho con él. Con el otro, más franco y repetidor, ofreció su mejor versión. Toreó en la más pura ortodoxia, pero sin renunciar a algún que otro alarde de doma que el público agradeció y terminó por cortarle una oreja pese a volver a fallar con el rejón de muerte.
Guillermo Hermoso de Mendoza, que saldó su presentación con corte de cuatro orejas, estuvo a la altura de su ilustre apellido y eso dice bastante de él. Su toreo está plenamente asentado, tiene recursos técnicos y artísticos impropios de su edad y, además, un afán de triunfo desmedido. Ha mamado el toreo ecuestre de las mejores ubres, tiene en casa el mejor espejo en el que mirarse, pero no está condicionado por las influencias paternas y sale a la plaza dispuesto a competir con quien sea y a convencer con argumentos propios. Su cuadra es buena -ayer hizo debutar a varios de sus caballos- su aptitud envidiable y su toreo de muchos quilates. Lo realizado frente al tercero, un toro con transmisión, cuya muerte brindó a David Fandila 'El Fandi', presente en una barrera del tendido 5, fue la constatación de que es parte de un presente con futuro garantizado si se mantiene en la línea demostrada y su otra faena el mejor ejemplo de que ha llegado al rejoneo para quedarse y deparar grandes tardes.
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