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Abelardo Espejo Tramblin (1947), jienense de nacimiento, granadino de adopción, es uno de los escultores contemporáneos más importantes de nuestro país. Su trayectoria está marcada por una dimensión internacional que le ha llevado a recibir encargos del Vaticano y de las embajadas de varios países europeos. Quizá han reparado ustedes en la escultura que recibe a quienes dejan la autovía de la Costa por la presa de Rules, o en el obelisco que campea en una de las rotondas más céntricas de Motril. Pero si van a Zaragoza o a Almería, también encontrarán una de sus obras a la entrada de la ciudad. O si se acercan al célebre Hôtel des Invalides, en París. Hay piezas suyas en el prestigioso Instituto Valenciano de Arte Moderno, y ahora que la guerra asola Palestina, hay que recordar que Yaser Arafat y Shimon Peres se llevaron como recuerdo de la histórica cumbre que tuvo lugar en Granada una creación suya, 'Liberté'. Una de sus realizaciones está esperando a que termine la guerra para ser colocada en un enclave palestino. Por lo demás, ha expuesto en instituciones y salas de arte de medio mundo. Países como Italia, Portugal, Bélgica, Qatar, Abu Dabi, Croacia, Yemen, República Dominicana o China exhiben o han exhibido esculturas suyas en espacios públicos, y ha expuesto además en ciudades como París, Londres, Viena, Salzburgo, o Klagenfurt.
Ahora, con la serenidad que ofrece la madurez vital y creativa, Abelardo Espejo Tramblin –bisnieto de un discípulo de Gustave Eiffel– no aspira más que a seguir creando y mostrando su arte para público disfrute, en exteriores o en salas de exposiciones. La suya es una decidida apuesta por la pureza de al forma y el equilibrio. Desde muy pequeño, según propia confesión. «Cuando tenía apenas cuatro o cinco años, ya dibujaba. El lápiz fue el instrumento más preciado y más continuo en mi existencia. La ejecución de las formas producía en mí una sensación muy especial, que me ha acompañado siempre», comenta.
Su inspiración está en la propia vida, «la mejor maestra, que te hace reflexionar sobre lo que te rodea. De ella te sirves, y solo hace falta escoger un camino para proyectarlo, con honradez y sinceridad, en la obra». El secreto es, en definitiva, comprender que no hay obra pequeña, ni en tamaño ni por el montante del encargo. «Cada proyecto, cada etapa de mi camino, no es más que una manifestación de lo que tengo dentro. Cada una de mis obras tiene un sentimiento detrás. Con todo, si el proyecto es de grandes dimensiones, y envuelve un espacio que será disfrutado por las personas, formando parte de su naturaleza, me hace sentir especialmente cómodo, porque me gusta compartir lo que hago con cuantas más personas, mejor», comenta el escultor.
La obra de Espejo Tramblin camina, pues, paralela a su existencia. Cada etapa vivida en lugares diferentes ha aportado nuevas raíces a su obra. El escultor dedicó una amplia serie a África tras sus primeros contactos con el arte del antes llamado Continente Negro en el Musée de L'Homme de Paris. «De todos es conocido que nuestros ancestros, con casi total seguridad, eran africanos. Por ello, que quienes vieron una de las exposiciones que dediqué a ese continente me dijeran que veían el alma de África en las máscaras que la integraban, me llenó de alegría», recuerda.
Su actividad creativa no se podría entender sin el uso consciente de la simetría como puerta hacía el conocimiento. «Intento que cada curva, cada línea, cada eje, encuentren su lugar en el entorno en el que se colocan», dice. Su trabajo encaja perfectamente, además, con otras disciplinas, como la poesía. Buena muestra de ello es el montaje 'Homenaje al agua', encuentro entre los poemas de Federico Mayor Zaragoza y las esculturas de Abelardo Espejo, que se expuso en la Academia de Bellas Artes del Instituto de Francia, con gran éxito, y que sería estupendo volver a ver en Granada, dada la gran vinculación que sus dos protagonistas tienen con esta ciudad.
El escultor mira hacia atrás con satisfacción, pero sin autocomplacencia. Su papel protagonista en eventos como la Expo de Sevilla de 1992, su trabajo para las más altas instituciones internacionales, no le ha restado un ápice de humildad. «Me gustaría tener alguna escultura en el centro de ciudades como Granada, mi ciudad de adopción, o Jaén, mi tierra natal. He apostado desde siempre por la modernidad, pero sin perder de vista las raíces clásicas». La obra de Abelardo Espejo y su trayectoria son un aval de valor incalculable.
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