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Agosto es el mes más largo, José Antonio. Mis padres eran profesores, así que crecimos pensando que las vacaciones normales eran de tres meses y todos a la vez. Además, nunca íbamos de viaje, pasábamos el verano en la casa del pueblo, entre el campo y la piscina. Cuando llegaba agosto, te decía, se había formado a nuestro alrededor una crisálida de sol y cloro en la que el tiempo caía más y más lento. Especialmente después de comer, cuando las horas se alargaban con aquella digestión de dos horas en la que nos jugábamos la vida. En agosto, lo supe más tarde, estábamos 'institucionalizados'.
Esa palabra tan larga la aprendí de Morgan Freeman en 'Cadena Perpetua'. ¿Te acuerdas? El viejo Brooks va a salir de la cárcel y, para evitarlo, intenta apuñalar a un compañero. Está loco, le dicen. «No, no está loco –responde Red, el personaje que interpreta Freeman–. Está institucionalizado». Vaya, que Brooks se había acostumbrado a estar allí metido. Que no creía que pudiera existir una vida fuera de esos muros, como si una horda de zombies hubiera asolado el mundo o se le fuera a cortar la digestión si ponía los pies fuera. Por eso agosto es el mes más largo.
Así llegaba el aburrimiento. Ahora sé que aquello era bueno, pero entonces era como si un agujero negro chupara mi cabeza y la llenara de la nada más absoluta. No había móviles, ni dibujos animados, ni tablets. Ni aire acondicionado, claro. El aburrimiento era como la espada del Capitán Garfio amenazando con pinchar en el trampolín del barco: o saltabas a los tiburones o te atravesaba el acero. Ese aburrimiento, como el personaje de 'Del revés 2', fue importante. Así se nos ocurrió coger la cámara de vídeo y grabar nuestras películas. O dibujar tebeos para venderlos a padres y abuelos. O coger libros a voleo de la estantería de los mayores y trepar a una higuera para leerlos.
Un día me llevé 'Ivanhoe' porque era de espadas. Me gustó mucho. El otro día lo encontré en la misma estantería, cogiendo polvo. Entre sus páginas había una pegatina de Bollycao que usaba de marcapáginas y me pareció un tesoro. A la higuera también me llevaba a Astérix, Tintín o Mortadelo, tres nombres infalibles. Desde entonces, hay títulos de libros que asocio al verano aunque su temática no tenga nada que ver. Por ejemplo, uno de mis favoritos: 'La sonrisa etrusca'. Libro hermoso y durísimo que me recomendó mi padre un día de agosto. Si no han leído a José Luis Sampedro, nunca es tarde. Ni pronto.
En estos meses leí 'La historia interminable', que me sorprendió después de haber visto tantísimas veces la película. O 'Peter pan', más de lo mismo. Pero también descubrí la trilogía de 'La Primera Ley', de Joe Abercrombie. Abercrombie plantea una historia de espadas clásica que, de buenas a primeras, se convierte en algo inesperado y brutalmente divertido. No es ni 'Juego de tronos' ni 'El señor de los anillos', pero se encuentra en algún punto intermedio, con toques de Tarantino y personajes memorables. Una aventura perfecta para combatir el calor.
Como 'Ciudad de ladrones', novela que David Benioff publicó antes de estrenarse como guionista y showrunner de 'Juego de tronos'. El libro es una gozada: durante la guerra de Leningrado, dos niños tienen que buscar una docena de huevos para que un coronel del ejército ruso pueda terminar el pastel de bodas de su hija. Si no encuentran los huevos, morirán fusilados.
Aunque quizás la novela que más me ha marcado en verano fue 'El atlas de las nubes', de David Mitchell. Seis historias que suceden en seis siglos distintos y, sin embargo, parecen unidas por un hilo invisible, como los veranos que se atan unos a otros. Mitchell tiene esa rara habilidad de emocionar con las palabras, de convertir al lector en parte activa del puñetazo, del beso y de la lágrima. Seis misterios entrañables y emocionantes que, de vez en cuando, me gusta releer. En 2012, Tom Tykwer (el de la serie 'Sense 8') y Lana Wachowski (la de 'Matrix') dirigieron la versión cinematográfica, con Tom Hanks a la cabeza (mira, casi todas las películas de Tom Hanks invitan a un festival veraniego. Empezaría por '1,2,3... Splash!' y 'Esta casa es una ruina'; qué risas las dos). La película pasó sin pena ni gloria y, sin embargo, cuanto más pienso en ella más me gusta. La banda sonora, compuesta por el mismo Tykwer, es preciosa.
¿Cuáles serán los libros que recordaré este verano? Ya te contaré... Lo que sí te puedo decir son las novedades que más estoy recomendando: 'Aviadora', de Virginia Llera; y 'La península de las casas vacías', de David Uclés. Una madre de familia en la posguerra española que decide gastar el premio de un concurso en aprender a volar; y una familia de un Macondo andaluz que vive en sus carnes toda la Guerra Civil. Ambas idóneas para trepar a una higuera y dejarse llevar.
El aburrimiento es largo, José, pero importante. Sin el aburrimiento no hubiera aprendido que entre la espada de Garfio o los tiburones siempre hay que saltar porque solo así puedes echar a volar.
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