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José Antonio Muñoz
Granada
Jueves, 17 de junio 2021, 01:49
Alejandro Pedregosa es un todoterreno con memoria. Memoria de su vida y de las vidas que observa. De las que plasma en sus libros que rompen las barreras de género y tiempo. Porque de eso se trataba lo que anoche vivimos en el Festival Gravite: ... de superar las fronteras, las físicas y las emocionales, de romper a llorar por los ausentes para alcanzar la redención. De esto iba el espectáculo 'Historia de un hermano', que el literato compartió con el músico Carlos Arriezu.
Una historia que comienza en un cementerio. Bastaron los acordes de la 'Chica de ayer' de Nacha Pop para colocarnos a todos en el Penta, en la época en que «dos hostias» formaban parte de la rutina de muchas familias de clase media, y en que ni las muertes por sobredosis ni por los asesinatos de ETA eran noticia, a fuer de repetidas.
La evocación alcanzó también a aquellos primigenios Erasmus de Coimbra que no eran tales. El encuentro con una antigua amiga del hermano recupera el recuerdo de unos años en que ambos tuvieron la oportunidad de ser radicales –quien no es radical a los 20 años, no lo es nunca– y de coquetear tanto con el anarquismo como con las sustancias recreativas.
Andreia es para el protagonista de la historia que desgranó Pedregosa la guía por ese túnel del tiempo afectivo que sirvió como esqueleto al espectáculo. Así, van apareciendo los personajes, como Guillermo, el pintor uruguayo traficante de drogas cuyo hachís les abrió las puertas de todas las 'repúblicas' de Coimbra, ese remedo de hermandades universitarias americanas pasadas por el tamiz de Bakunin.
La que Pedregosa desgranó fue una historia de supervivientes, de 'Bajarse al moro', de pequeñas revoluciones de los claveles gestadas por pequeños burgueses. Una arcadia indolente y juvenil que dio paso a un verano que tenía la banda sonora del 'Jump' de Van Halen como fondo y el legítimo deseo de pillar un buen pellizco a cuenta del hachís 'de calidad' de Xauen. Era el deseo de conquistar las playas de Tánger como objetivo a corto plazo, porque el medio y el largo plazo no existía.
Todas las vidas tienen un momento de inflexión. En el caso del hermano en la ficción del escritor granadino, encontrarse con una bola de 'costo' explosionada en el estómago. La impostada revolución sexual, el paso por la prisión, acontecimientos todos ellos perfectamente reconocibles, van hilando un relato en el que echa mano de una honestidad casi brutal, como lo fueron aquellos años también en nuestro país, a pesar del barniz de la 'moda de España' y la movida.
¿Es necesario saber, o es mejor enterrar, como se entierra en el cementerio el cuerpo del hermano, lo vivido? ¿Es mejor olvidar que del hachís se transitó hacia la heroína, y el infierno que trajo consigo?¿U olvidar que en medio llegó el amor? El amor a veces salva –esta historia tiene un final feliz, casi 'Made in Hollywood'–, y a veces no consigue borrar el rastro de unos seres que deambulan en un mundo paralelo, que no existe hoy salvo en las máquinas del tiempo de las películas.
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