Arte en Granada
Una Alhambra que ni pintadaArte en Granada
Una Alhambra que ni pintadaPublicidad
Marta Baena es de Baza, tiene 22 años y su piso parece un museo. El cuadro de la Alhambra, el original, ya no está. «Fue un encargo de una asociación», explica Baena, rodeada de algunas de sus obras. Hay, por ejemplo, una fotografía enmarcada de una fiesta con amigos. «Me gusta la esencia de las cosas. La realidad tal y como es, así la pinto».
–¿Eso es pintado?
–Acércate, si quieres.
De lejos, cualquier pensaría que es una fotografía de móvil, con el reflejo del flash, zonas pixeladas, el encuadre improvisado... Una de esas escenas que guardamos en el bolsillo. Sin embargo, conforme acercas la nariz, descubres el trazo del pincel. Es óleo. Una ristra de cuadros atraviesa el pasillo hasta el salón que, en realidad, es un taller de pintura: caballetes, latas, botes de cristal, pinceles... Aunque las ventanas están abiertas y corre el aire, se respira ese aroma tan peculiar de colores y químicos.
–¿El de la Alhambra también?
–También, claro. Aquí todo lo que ves es pintura.
Marta está terminando la carrera de Bellas Artes. «Mi Trabajo Fin de Grado es sobre esto –señala sus pinturas–, sobre la dualidad entre realidad y ficción». Su pintura de la Alhambra se titula 'Hilos', en memoria del grafitero granadino que murió arrollado en las vías del tren. «La imagen es fuerte, ¿verdad? –reflexiona–. Hay todo tipo de reacciones, claro. Con mis cuadros siempre hay crítica buena y mala. Me encanta que haya malas. Si gustase a todo el mundo no funcionaría tan bien».
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–¿A favor de los grafitis?
–Sí. En sitios abandonados, ¿por qué no? Es una forma de expresión. En la Alhambra... pues no. Para eso está el cuadro (sonríe).
El de la Alhambra no es su único cuadro que ha llamado la atención. El primero, de hecho, fue una casa abandonada que hay cerca de Purullena. «Quería pintarla y me recordaba a la de 'Los tres cerditos'... Entonces me vino la idea». La idea fue meter a los cerditos y a lobo, creando un cuadro con ciertas reminiscencias a Banksy. Igual que otro, un viejo bar de carretera –el Batán– que probablemente hayan visto más de una vez, que se convirtió en un escenario del Coyote y el Correcaminos. O un viejo taller de fundición en el que hay guiños a Dexter, Walter White y Bart Simpson.
Estas fábulas hiperrealistas le están abriendo muchas puertas a Baena, que ve en la pintura algo más que una vocación. Sus obras se mueven como un rayo en redes sociales y, también, en la vida real. «Vendo láminas de las pinturas y, la verdad, va muy bien», apunta. Curiosamente, el primer trabajo con el que llamó la atención del gran público fue algo muy distinto. «Un carboncillo del rapero Tupac. Gustó mucho y no me lo esperaba... Luego vinieron más, hasta el de la Alhambra, que ha sido tremendo».
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El secreto de la hiperrealidad está en la luz, en un trabajo minucioso y brillante que nos hace dudar. Como en otra de sus pinturas, un lienzo vertical en el que se ve una mesa camilla repleta de botellas y una mano escribiendo algo. «Se trata de captar el momento. No es algo medido, es un instante improvisado. Por ahí quiero seguir trabajando, convirtiendo esas escenas que son ficción y realidad al mismo tiempo en pintura», termina Marta, que de niña le obsesionaba pintar caballos sobre la montaña.
–¿Tenía claro lo de la pintura?
–Me decían que estudiar Bellas Artes era una tontería, que no tenía salidas laborales. Pero a mí eso me dio igual. Era lo que quería hacer, mi vocación. No me arrepiento.
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