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Jesús Bermúdez y Antonio Peral recorren algunos de los aljibes de La Alhambra. ALFREDO AGUILAR

La Alhambra, el reino del agua

Los aljibes del monumento granadino conforman una apasionante ruta a través de la historia del palacio, desde su construcción en 1238 hasta nuestros días

Sábado, 20 de marzo 2021

La llovizna cae sobre la Alhambra como una canción de Leonard Cohen en voz de Morente. Un. Pequeño. Vals. Vienés. Las gotas tintinean como el oro hasta que la piedra las absorbe y florece un sonido –un runrún, una nana, una música– desde la misma Puerta de las Granadas. Es el agua. El agua que embelesó a sultanes y reyes. El agua que fluye por la colina y se queda con el que entra, como un hechizo escrito por Irving. Una fortaleza de roca roja y tierra verde que no se entendería sin el mayor de sus milagros. Su sangre, su ciencia, su Dios. La Alhambra es el agua.

«Es el origen de la vida». Jesús Bermúdez (Granada, 1959), arqueólogo conservador del Patronato de la Alhambra, se guarda del sirimiri bajo un sombrero negro. «Y la vida aquí –sigue– la marca el agua». El agua es el motor biológico, productivo y espiritual de La Alhambra. Por eso, en su más íntima y humilde esencia, los aljibes han sido más que meros elementos constructivos, ordenando el espacio, el tiempo y el conocimiento acumulado durante ocho siglos de conquistas. «Los aljibes son la frontera que marca el cambio de una etapa histórica a otra. Así que, a través de ellos, también podemos recorrer La Alhambra. Venid conmigo», invita Bermúdez.

En azul, acequias, albercas y aljibes de la Alhambra.

En el interior del recinto hay, al menos, una veintena de aljibes. «Hay muchos que todavía no hemos descubierto», apunta el arqueólogo, mientras camina por las placetas, vacías de turistas. «Habría que añadir otros que tenemos identificados pero no están excavados, aunque sepamos que están ahí. Más otros tantos que están fuera de las murallas». Lo primero que hizo Alhamar, en 1238, fue encauzar el río Darro para construir la acequia real y lograr que el agua bombeara desde el inicio. «Necesitaban agua en movimiento y, también, reservorios mediante vasos comunicantes». A partir de ahí, cada reservorio diseñado por los alarifes –arquitectos– tiene que ver con la evolución de la Alhambra a lo largo de 260 años, hasta la llegada de los Reyes Católicos. Cuando Isabel y Fernando toman posesión, se encuentran que no funciona el sistema hidráulico, así que lo primero que ordenan es construir nuevos aljibes. «Este aljibe, en concreto».

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En la plaza de los Aljibes, más allá del pozo convertido en cafetería, hay una entrada oculta al visitante. Al levantar tres planchas metálicas, una ristra de largos escalones desciende quince metros hasta un suelo húmedo y resbaladizo. El suelo de una auténtica catedral subterránea. «Este es el aljibe de Tendillas, que sabemos que estaba terminado en 1494. Un aljibe que marca un antes y un después». Este imponente lugar, redescubierto a finales del siglo XIX, mide 34 metros de largo y 6 de ancho, con una capacidad de 1.600 metros cúbicos de agua. Se divide en dos naves con contrafuertes, creando seis espacios transversales con sus seis pozos respectivos. Está construido con los cánones del Renacimiento: arcos de medio punto y planta basilical, lo que le da ese aire de templo, de arquitectura noble, de una Moria imaginada por Tolkien. Nada más que sus escaleras de acceso, una en cada fondo, merecerían un exposición. «En los 90, el Patronato se planteó abrir la visita al público –explica Bermúdez–, pero la presión de turistas es tan grande que sería peligroso».

El aljibe de Tendillas. A. AGUILAR
Imagen principal - El aljibe de Tendillas.
Imagen secundaria 1 - El aljibe de Tendillas.
Imagen secundaria 2 - El aljibe de Tendillas.

El de Tendillas es, quizás, el aljibe más espectacular de los que pueblan La Alhambra. Un eje sobre el que avanzar y retroceder en el tiempo. «Los aljibes son un complejo sistema de ingeniería hidráulica y es admirable cómo unos y otros pudieron concebir un proceso que funcionaba como un reloj». La Alhambra ya no está ni en el mundo islámico ni en la conquista cristiana, hoy se rige bajo los conceptos de la protección del Patrimonio Histórico. «Para nosotros el estudio de los aljibes es esencial para la conservación del monumento que nos ha legado la historia. Tenemos el privilegio absoluto de albergar dos culturas. Sigamos –anuncia Bermúdez, señalando la hermosa escalinata de salida–, vamos al principio de todo».

Una lección de historia

Tras cruzar la Puerta de las Armas, la que fuera la entrada principal de La Alhambra nazarí, al pie de la Torre de la Vela, está el aljibe de la Alcazaba, el más antiguo de todos. «Cuando Alhamar llega al Albaicín y mira a la Sabika –detalla el arqueólogo–, dice que es el sitio idóneo para construir una nueva dinastía. Al ver que es yermo de agua, diseñan la acequia del sultán, en funcionamiento hasta nuestros días. Es la gran aportación de la cultura nazarí».

«El agua, el bien más humilde de todos, marcaba las zonas donde había vida. Sin el agua no existiría la Alhambra»

Jesús Bermúdez

Bermúdez retoma el camino hasta atravesar la Puerta del Recinto Alto de la Alcazaba, que hace siglos fue un auténtico barrio castrense. Allí, a través de una pequeña reja, se observa un nuevo aljibe en un magnífico estado de conservación: «El aljibe tiene que ver con la vida diaria de un barrio. Con este –se asoma al interior– podían llenar cisternas y calderas y daban servicio al hammam, el baño público de la zona. Si te fijas, el agua, el bien más humilde de todos, marcaba las zonas donde había vida. Sin el agua no existiría la Alhambra».

Aljibe de la Alcazaba y del recinto alto.
Imagen principal - Aljibe de la Alcazaba y del recinto alto.
Imagen secundaria 1 - Aljibe de la Alcazaba y del recinto alto.
Imagen secundaria 2 - Aljibe de la Alcazaba y del recinto alto.

Frente al Palacio de Carlos V, en la zona de los jardines, hay un aljibe nazarí, de finales del siglo XIII. «Muy probablemente tendría que ver con el abastecimiento de agua de la primera población que se asienta en la medina, entre la Puerta del Vino y el ámbito palatino». Bermúdez gira los talones y mira a la fachada del Palacio, en concreto a dos grandes piedras que se ven más claras que el resto. «Es un efecto de la lluvia. Tras esas dos piedras hay otro aljibe que me parece una lección de historia extraordinaria». A paso ligero, Bermúdez entra en la sala de exposiciones del Carlos V y, efectivamente, haciendo esquina, están los restos de un aljibe: «Representa muy bien los dos niveles. Cuando Carlos V destruye todo lo que había en la zona para edificar su palacio, sin embargo, decide salvar este aljibe y lo integra para darle servicio. Fíjate –sonríe–, este pedazo de edifico de piedra, tan potente y avanzado, mantiene sutilmente esta construcción para llevar agua a las plantas nobles. ¿Ves lo que significa el agua para las dos civilizaciones? Esa lectura de dos capítulos de la historia tan presentes en la Alhambra me parece espectacular».

Aljibe del Palacio de Carlos V.
Imagen principal - Aljibe del Palacio de Carlos V.
Imagen secundaria 1 - Aljibe del Palacio de Carlos V.
Imagen secundaria 2 - Aljibe del Palacio de Carlos V.

Teniendo en cuenta el agua, por tanto, no es casualidad que el cenit del desarrollo estético de La Alhambra sea una fuente. «El Patio de los Leones es la joya de La Alhambra», dice Bermúdez. A su lado, en la parte del Alcázar, está el aljibe que Ismail I mandó construir para dar servicio a esta zona residencial. Al salir, el arqueólogo se abre paso hacia el Palacio de los Abencerrajes, abriendo una puerta tras otra con una enorme llave que lleva anudada al bolsillo. Allí, en una zona cerrada al paso pero abierta a la vista, la vegetación se enmaraña con los restos del asentamiento palatino. Al mirar las estructuras de piedras que se dibujan en los balates, basta un poco de imaginación para levantar los muros y tejados que formarían la comunidad. En la parte más alta, los restos del aljibe de Abencerrajes acumula el agua de la lluvia con la misma destreza de siglos atrás. «El agua corría por aquí, por las conducciones de piedra, hasta los baños y las casas».

Abencerrajes. A. A.

Para terminar la ruta, Bermúdez visita el Palacio del Partal Alto, edificado por Muhammad II y adaptado en el siglo XV por Yusuf III. Un lugar privilegiado por su ubicación que se convertiría, posteriormente, en la residencia de los alcaides de la Alhambra, desde la conquista cristiana hasta la Guerra de Sucesión en la corona española, a principios del siglo XVIII. «Los Borbones quitaron la alcaldía y se destruyó el palacio. De 1714 a 1814 se abre el siglo más triste de la Alhambra, que queda en abandono, en manos de gobernadores que no se ocupan». Un periodo de decadencia que termina con la visita de los románticos, grandes escritores extranjeros que caen rendidos ante el 'alhambrismo'. «La ruina y su evocación mágica crea una literatura rica y creativa. Ruinas como las de este palacio, en las que también había, como testigo de los tiempos, un precioso aljibe que ahora se integra, entre bancales, con los jardines del Partal».

El aljibe del Partal. A. A.

La lluvia para y el sol brilla, pero el agua sigue sonando desde 1238. Sólo al poner los pies sobre la Cuesta de Gomérez se rompe el hechizo y uno es consciente, al fin, de que cruzar el mayor tesoro de Granada es como atravesar un río donde las eras se fusionan en un único instante. Porque, a fin de cuentas, el agua es la Alhambra.

Antonio Peral, jefe del servicio de Conservación y Patrimonio, en el aljibe de los Abencerrajes. A. AGUILAR

Una herencia romana, musulmana y cristiana

La Alhambra, además de un tesoro para su contemplación, es un lugar donde se conserva e investiga el legado material de los antepasados, bien sean musulmanes o cristianos. Así, el próximo julio se celebra el 150 aniversario de la declaración del monumento como Patrimonio Mundial. Antonio Peral (Andújar, 1977), jefe del servicio de Conservación y Protección del Patronato de la Alhambra y del Generalife, es uno de los grandes protagonistas que 'habitan' el castillo rojo. En este marco de la herencia, Peral subraya el valor de los aljibes: «Los aljibes son elementos constructivos que pertenecen a lo cotidiano, cuando esta ciudad estaba viva. Elementos sencillos heredados de la tradición romana que pasan a través de varias culturas hasta la actualidad y que los incorporamos al valor patrimonial de la Alhambra. Y al igual que se puede actuar en elementos decorativos u ornamentales, los aljibes se entienden como parte fundamental de la conservación diaria de todos los espacios que tenemos en la Alhambra para su investigación y posterior difusión y disfrute».

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