Marta Sanz
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Marta Sanz
Premio Herralde de novela, finalista del Premio Nadal, Premio Cálamo o Premio Ojo Crítico de Narrativa, el currículo de Marta Sanz, escritora, crítica y columnista periodística es solo el anticipo de una mirada preclara sobre el poder transformador de la literatura y el poder destructor de la tecnología sobre el humanismo. Llega a Almería para hablar de 'Persianas metálicas bajan de golpe', su última obra, que presenta en el Salón de Actos de la Delegación de Gobierno de la Junta a las 19 horas de la mano de Raúl Quinto. Firmará libros una hora después en la caseta de Picasso.
–¿Estamos en manos de la inteligencia artificial y del algoritmo?
–Todavía no. Creo que estas transformaciones no son imparables, como se dice, y que lo que tenemos que hacer los ciudadanos y las ciudadanas es intervenir para poder rentabilizar lo que estos avances y lo que este progreso tienen de positivo, pero al mismo tiempo sin detener nunca el sentido crítico, sabiendo que los algoritmos no son ideológicamente neutrales y que hay muchas veces que las tecnologías pueden resultar emancipadoras, pero hay muchas otras veces que también pueden resultar alienantes y que estamos en el momento de tomar decisiones para no perder, desde mi punto de vista, aspectos fundamentales de nuestra condición humana.
–En 'Persianas metálicas bajan de golpe' se construye una distopía de dominio cibernético ¿Cuán lejos estamos de ese horizonte recreado en la obra?
–Cuando yo escribí la novela mi pretensión era realista. Quería retratar cosas, transformaciones, que de hecho estamos viviendo. Lo que ocurre es que yo intenté hacerlo desde el prisma literario de la exageración en el que se utiliza al mismo tiempo el elemento satírico, la ciencia ficción y un poco de inverosimilitud, como en las comedias musicales. Pero en realidad yo creo que el libro está contando cosas que podemos vivir todos los días. ¿Por qué jugamos al Candy Crush? ¿En qué medida estamos adelgazando nuestro lenguaje y nuestra capacidad léxica? ¿Cómo eso afecta a nuestra memoria y cómo esa memoria también incide en una transformación de nuestro mundo sentimental, afectivo y de nuestra percepción de los vínculos?
–¿No resulta paradójico que en el siglo de la comunicación en muchas ocasiones nos sintamos más aislados que nunca?
–Pues yo creo que en realidad no es tan paradójico porque es lo que pasa cuando nos encerramos en la máquina, lo que hacemos es olvidarnos de nuestro propio cuerpo y olvidarnos de las cosas que tenemos al lado, de lo próximo, para privilegiar lo ausente y lo fantasmagórico. Eso tiene un efecto de encapsulamiento. Ya lo veíamos hace muchos años con los hikikomori en Japón.
–¿Qué le diría usted a alguien que piense que ese pensamiento es un poco fatalista?
–Que para que las sociedades progresen, las personas que confiamos en el progreso humano sabemos que nunca se puede desdeñar el sentido crítico y a veces la luz y la posibilidad de remendar o de dinamitar lo que está mal hecho pasa por señalar la grieta. Yo ya he acuñado un eslogan un poco personal para hablar de esta novela, que es el que dice que la esperanza no se construye solo con terrones de azúcar. O sea, la esperanza en las sociedades no se construye solo a fuerza de discursos posibilistas o negativos, que muchas veces lo que hacen es confundirnos y traumatizarnos porque no todos tenemos las mismas oportunidades y la igualdad de oportunidades no es real. A veces lo que hay que hacer es atreverse a iluminar los ángulos oscuros para que esos ángulos oscuros dejen de serlo.
–Si nos rebelamos contra ese terrón de azúcar, necesitaremos armas. ¿Cuáles tenemos hoy?
–Precisamente una de las armas, o así yo lo quiero creer, y en ese sentido aunque yo a veces señale a los ángulos oscuros me considero una escritora fundamentalmente optimista, sigo creyendo que la poesía es un arma cargada de futuro, como diría Gabriel Celaya. Yo creo en la posibilidad transformadora de los relatos, del lenguaje. Yo hablo desde ese lugar en el que la literatura verdaderamente es un ejercicio de resistencia. Sobre todo por una razón, porque en este momento en el que lo que parece que sentimos de manera privilegiada son la velocidad, las superficies deslizantes, lo efímero, no profundizar demasiado en las cosas, la consigna esta de «no me hagas el spoiler», parece que de los libros solo importa cómo acaben. Pues bien, hay veces que lo que es la palabra poética, la palabra literaria que te exige un compromiso con el texto. Es la que te ayuda a levantar las alfombras para ver la basurilla que se puede esconder debajo de ellas. Yo parto desde ese procesamiento diferente de las palabras que nos ayuda a conocer la realidad desde otro prisma.
–Daniel Ruiz, el escritor sevillano, comentaba ayer en una entrevista en IDEAL que duda del poder transformador de los libros a día de hoy. ¿Qué rol ejerce la lectura en este mundo cada vez más tecnológico?
–Yo no quiero caer en la lectura pesimista porque sería para mí un «apaga y vámonos». A veces creo que hay una estrategia, no sé muy bien comandada por quién, ni de dónde viene, en la que se tiende a pensar que la literatura no vale para nada, que la palabra no vale para nada, que nada vale para nada. Y eso al final lo que nos está haciendo es neutralizar el punto de vista crítico. Parece que el único lugar que nos quede a las personas que nos dedicamos a este oficio de escribir es el de los bufones, el de entretener a gente que está muy cansada en una sociedad en la que trabajamos muchísimo. Y no queremos que desde la cultura nadie nos haga detenernos ni meternos el dedo en el ojo ni nada. Tener confianza en que verdaderamente podemos aprender cosas y ampliar nuestra visión del mundo es lo que hace realmente que eso sea así. No hay que perder la confianza. Cuando voy a determinados lugares, a determinados clubes de lectura, a determinados institutos, y me doy cuenta de que a veces decimos cosas sobre la juventud o cosas sobre las personas más populares en las que lo que estamos haciendo es utilizar prejuicios que nos paralizan. Tenemos que resignificar muchas de las palabras de nuestro vocabulario cotidiano y demoler muchos de nuestros prejuicios respecto a la cultura, los lectores, las lectoras y las personas que nos dedicamos a este oficio.
–Viene a la feria del libro de Almería en los tiempos de Amazon. Dígame, ¿hay algo de nostálgico o de rebelde en las ferias?
–Yo, más que en la nostalgia pienso en la rebeldía, en la resistencia, en la capacidad que tienen las ferias del libro de ponernos a mirar cara a cara y compartir un espacio y formular preguntas y entablar conversaciones con esa masa, a veces inidentificable, que son las personas que te leen y ellas enfrentarse a la personalidad y al cuerpo a cuerpo con el escritor. Puede ser o enriquecedor o salir completamente defraudados, ¿no? Se corre ese riesgo y a mí eso me parece maravilloso. En las redes el discurso del odio está tan vigente porque no hay cuerpo. Cuando tú compartes el espacio con una persona tiendes a hablar de otra manera, a mirar de otra manera, a empatizar de otra forma.
–¿Qué le parece la autoedición?
–Pues me parece una salida para mucha gente a la que le entusiasma la escritura. Y lo entiendo, porque hay muchas editoriales que tienen una visión muy reduccionista de lo literario que se vincula al mercado. Pero de otra parte yo creo que al final todas las personas que se autoeditan están buscando de una manera u otra la legitimación del criterio editorial, la de la crítica y en última instancia la de los lectores.
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