El Teatro Alhambra es el único escenario de valía para la danza contemporánea en Granada. Por su linóleo pasan cada temporada algunas de las mejores, y peores, compañías de este género, que de todo se aprende. Antaño fueron las afamadas del Benelux y sus muchas ... imitadoras. Hoy ramonean las españolas con afán de internacionalidad.
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Este fin semana Luli Ayguadé y Lizard Tranis nos han deleitado con una bonita evocación de la boardilla, clásica y mal amueblada, en la que discurre el denuedo vital de una pareja de ilusionados jóvenes, aunque ya muy madurados en cuerpo y destreza. Los objetos juegan su turno, desde la nevera blanca, cuyo interior también es útero para la soledad femenina, hasta los bidones, tragaldabas de ropa y habladores de llaneza. Un viaje desde el calcetín hogareño al zapato para salir, con adecuada variedad en el vestuario de ella y un poco más soso en él. Todos de una sección de saldos, que ubican el argumento de esta discusión de pareja en uno de esos barrios en los que vivir es danzar entre carencias.
Lali muestra su cuerpo muy moldeado por su profesión con una agilidad nada sorprendente en una bailarina con su currículo. Lisar la sigue y la persigue, dejándose acariciar cuando descansa en esta silla de anea o se acurruca en aquel sofá ajado, ambos egresados de una almoneda ambigua.
La concepción coreográfica subraya en todo momento el argumento que boga sobre la vida en pareja, con sus discusiones acaloradas y sus encuentros ahítos de ternura, aunque en este caso mucho más frecuentes las primeras que los segundos. El tercer protagonista en pasión, más que en acción, es el suelo. Sobre él caen sin compasión y se revuelcan con pasión ambos bailarines. Este exceso de suelo, como estampa casi permanente, y los fogonazos de luz del principio, que molestan más que parlan, son las únicas máculas a reprochar de este espectáculo vibrante en los encuentros corporales, ágil en los solos de ambos, simpático en los rostros, nostálgico en algunos vinilos que suenan a la ensoñadora chanson, hogareño en el vestir y canturrear… Además la compañía exhibe también inteligencia pues, sabedora de que la iteración es la añagaza de esta obra titulada RUNA, y en cualquier momento puede personarse en la sala el aburrimiento, ellos concluyen su discusión en 55 minutos, pero rebosantes de esa danza que el Teatro Alhambra nos escancia con bien tino, de vez en cuando.
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