Hay actores que cuentan gozan de un público adepto, rendido, incondicional, que paga, ríe y vitorea, hagan lo que hagan. Y colma por completo el Isabel por muchas veces que visiten Granada, con un bisbiseo antes de la ceremonia en el que se oye: 'a ... mí es que me encanta este hombre'. Otros son reacios a fidelidades a priori y confían en que los aplausos sean a su trabajo y no a su fama. Rafael es de los primeros. El primero.
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Hay faranduleros tan seguros de su parla y su verbosidad que no admiten director ajeno a su función, con lo que ello presupone de narcisismo. Otros confían en esa mirada ajena que tanto nos enriquece. Rafael es de los primeros. El primero.
Hay cómicos que siempre cuentan los mismos chistes: la Odisea en aquel pueblo, su familia en Lucena… y el público les sigue riendo la gracia, innegablemente innata. Otros remozan su repertorio, y ese rejuvenecimiento se contagia a su figura y a su aprecio. Rafael es de los primeros. El primero.
Hay comediantes que pretenden deslumbrar hojeando a los clásicos áureos, creando un revoltijo con Lope y Shakespeare, Teresa de Ávila y Juan de Yepes, Jesús ante Lázaro, Cervantes y la abadía benedictina cabe el Arlanza. Su batiburrillo puede suplir lo que ya no estudian nuestros escolares, pero el estrujado comporta más sosería que ingenio. Otros respetan, puede que en exceso, cuidan más la coherencia del conjunto y recitan el soneto de Quevedo con más sentimiento que artificio. Rafael es de los primeros. El primero.
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Hay artistas en escena que son muy, pero que muy, graciosos cuando improvisan, cuando se alejan del nefando club de la comedia aunque usando su mismo esbozo, derrochando historias hilarantes sin las muletas de los clásicos ni de Puigdemont. Otros jamás lo logran. Rafael es de los primeros. El primero.
Encabeza el trío final aquel actor que deja huella imborrable, como su citado Fernán Gómez. Luego viene el mediano, que quiere ofender al mensajero haciéndolo un estorbo en el supuesto amor entre público y bufón, sin atinar a que quien da fingido amor a cambio del dinero, en este caso una entrada, ya tiene peor nombre que el de mirón. Pero todo se le perdona al bufón por mero hecho de serlo. Y por último ni citar el pésimo histrión, pasto de nuestro olvido.
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Rafael es de los penúltimos. El penúltimo bufón.
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