La Celestina: Un amor enjaulado
Andrés Molinari
Lunes, 21 de octubre 2024, 16:36
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Andrés Molinari
Lunes, 21 de octubre 2024, 16:36
Los clásicos continúan llenado teatros. De la tríada por la que todo el mundo admira a la cultura española, que son Don Juan, Don Quijote y Celestina, esta última ha visitado Granada el pasado fin de semana. Y lo ha hecho encarnada en la actriz ... Anabel Alonso y ahormada a la obra de Fernando de Rojas mediante la adaptación de Eduardo Galán.
No pocas licencias se permite el director Antonio Guijosa, respeto al clásico inmortal. El pájaro perseguido por Calixto y que viola el huerto de Melievea, tan afín al pájaro de fuego, queda griseado por otros sinvivires más humanos y carnales. La cadena de oro, también simbólica en extremo, es canjeada por dineros si perder su tentación. Pero poco daño le hacen a la joya, al contrario casi la hacen más atractiva para el mucho público que en las dos sesiones llenó por completo nuestro Teatro Municipal.
Anabel centra la acción con su presencia activa y despejada, a veces rozando la sobreactuación por ebriedad o por agonía asumida. Posee ese don escaso de atraer nuestras miradas cada vez que entra en escena, que son muchas, y de seducir nuestros oídos gracias a una pronunciación sin grumos ni escamoteos silábicos. Viste ladrillo tostado, sangre seca, tierra jironada. A su alrededor mucha juventud, una veces mostrando aún su incipiente aprendizaje, otras con la sabiduría de buenos actores a punto de amanecer.
El decorado sorprende pero gusta. Jaulas, a veces con ruedecillas, apresan el mencionado pájaro del amor y lo dejan asomar por ventanucos, garitas y otras portezuelas. Ingenioso hallazgo. Entre la tela metálica, el balcón que evoca a Julieta, un poco de humor para divertir al respetable y cierto aroma lopesco entre amos y criados.
El amor es un pájaro. Con frecuencia busca un nido varado en el árbol de dicha. A veces queda preso en una jaula de oro, o de herrumbre, como en este montaje. Pero los perdigones de la ambición pueden matar al ave lisonjera. A fin de cuentas eros y tánatos siempre anduvieron jugando al correquetepillo, con un clásico como Celestina al fondo.
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