Otra memez disfrazada de danza

Lo visto no tiene ni un instante de mínima calidad coreográfica. Ella no para de mover los brazos locamente, de enseñarnos lo que hace inflando el vientre y de bajarse los pantalones para enseñarnos el culo y que veamos como abastece de pequeños calambres sus glúteos.

Por si el teatro molesto no había alcanzado ya su cenit, cerca del ansiado final, la mujer se viene al patio de butacas mendigando unas palmas que sabe serán escasas luego. Aparece el humo siempre fastidioso y ahora nos enseña las tetas para completar su desnudez colmada de cabal ridículo.

Un hombre bucea en el portátil para generar sonidos con los que martirizar nuestros oídos. Y un negro vestido de albal dorado se dedica todo el rato a andar con parsimonia por el linóleo ofendido. Para ahorrar, ni decorado: el escenario tan desnudo como sus carnes. El aburrimiento y el tedio cunden por doquier y van ocupando las muchas butacas que, acertadamente, han dejado vacías los granadinos previendo una patraña a 20 euros.

El crítico sigue refugiado en la única locura que vale la pena releer, para tratar de comprender tanta sandez como nos acecha: Mi señor don Quijote, no se crea todo cuanto menudea hogaño con el nombre de danza contemporánea por estos teatros subvencionados, por el Inaem. Que luego no son tan gigantes como el programa pregona ni unos molinos emulados, con su elegancia espiral. Que sus aspavientos no nos procuran ni un ardite de buena molienda. Y todo se reduce a imitar con los brazos a un ventilador loco y a bajarse el pantalón para enseñarnos mucho el culo.