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El caballo blanco está a punto de tomar el centro del tablero. Las pinturas de las paredes aguantan el aliento y cruzan sus miradas con el resto de jugadores, apilados bajo el quicio de la puerta. El silencio bíblico rebota por los libros, poemas, esculturas e ilustraciones que habitan en el Centro Artístico de Granada. Por la ventana, las últimas luces del día se cuelan desde la Acera del Casino. La misma cálida y prodigiosa luz que lleva desde 1885 jugueteando por estas habitaciones. «Sé que vas por ahí, pero te la estás jugando», bromea Castellano, con las negras, al tiempo que acaricia con su mano la madera del tablero. «Son obras de arte –susurran detrás–. Los tableros y las piezas, digo. Tienen más de cien años. ¿Entiendes? Lorca, Falla... Sí, ellos jugaron aquí».
El ajedrez ha sido uno de los motores del Centro Artístico. Sus tableros, al igual que sus cuadros, son auténticos tesoros. Obras de cuidada artesanía que llevan más de un siglo pendientes del jaque mate. Pese a que no existen pruebas documentales, cuesta poco imaginar en estas mismas mesas a Ángel Barrios, Gabriel Morcillo, Fernando de los Ríos, Ángel Ganivet, Federico García Lorca o Manuel de Falla, entre tantos otros. «Qué orgullo compartir mesas con gente que tanto bien ha hecho a Granada», reflexiona Manuel Moreno. Él y otra docena de jugadores se reúnen cada jueves en el centro para jugar al ajedrez y, de paso, mantener viva la tradición.
«Estábamos federados en el club Don Bosco, pero se disolvió y, en 1979, unos cuantos nos vinimos aquí». Aunque estuvieron años jugando en el Centro Artístico, se separaron una vez más –«la vida, el trabajo, la familia»– hasta que, en 2017, retomaron su pasión. De aquí han surgido jugadores muy potentes, como Gerardo Domingo, Diego Medina, José Antonio Salvador... Aunque, todo sea dicho, cualquiera de los que juega en el centro podría ganar a un gran maestro. «Hay nivel, sí», ríe Moreno. «Pero sobre todo hay amistad –sigue–. Hacemos torneos y charlamos».
Miguel Díaz, al que todos llaman Castellano, se enfrenta a Carlos Pérez. Ambos, ya jubilados, aprendieron a jugar al ajedrez juntos, con 11 años. «Hemos sido campeones provinciales. ¡Lo ganábamos todo!», ríe Castellano, que se dedicó a los seguros. «El primero que jugamos, con 14 años, yo iba de reserva y terminé ganando. Para que veas el nivel que había», añade Pérez, que fue bombero.
Juan Diego Fernández era de los que venía aquí de niño, con su padre. «Era un sitio maravilloso, un bullicio de gente. Y lo hemos recuperado», afirma orgulloso. Antonio Jiménez, su rival, empezó a jugar por Internet hasta que decidió unirse a la banda. «Estoy aprendiendo de ellos, a ver si se pega algo», dice.
Nenad dejó su Croacia natal por amor. «Me enamoré –ríe–. Mi mujer tenía una casa en Güéjar Sierra y allí hicimos nuestra vida». Nenad es miembro del club de ajedrez de La Zubia, el más activo de Andalucía, donde ha sido monitor y director de la escuela municipal. Ahora enseña a jugar a los niños en Güéjar Sierra. «Descubrí el Centro Artístico hace años y no comparto solo el ajedrez, comparto tiempo con gente culta, curiosa, inteligente... y parecemos mayores, pero somos jóvenes de espíritu», afirma divertido.
Claro que Nenad no es el único 'internacional' del grupo. Horacio Contreras dejó Argentina cuando tenía 42 años. «Me fui de la dictadura. Vine a visitar a un amigo que tenía una tienda en la calle Alcaicería y, una mañana, mientras jugaba al ajedrez, conocí a una chica. Me quedé y nos fue muy bien». Horacio puso dos tiendas de souvenirs en la Alcaicería y siguió jugando al ajedrez. Hoy, a sus 88 años, es uno de los rivales más temidos.
Tanto como Rafael Fernández, que lleva toda la vida dedicada a la hostelería. «Empecé en la calle El Pino. Era malo, pero me encantaba. Mejoré rápidamente y, de los 17 a los 21 fue mi mejor época. Seguí jugando, pero entre el trabajo, la familia... han pasado 35 años y uno no es lo que era», guiña mientras el rey de su contrincante, Manuel Ruiz, cae al tablero. «Soy empresario y juego básicamente por mi padre. Él me enseñó», suspira.
Jorge Oliva también era bombero, como Carlos Pérez. «Juego desde chico, pero lo dejé porque necesitaba echar muchas horas, era un poco solitario. A mí me gusta más en equipillo –dice mientras estrecha la mano de su nuevo rival, Castellano, que acaba de sentarse–. Cuando estás jubilado tienes amigos y juegas con amigos. Antes eran oponentes y, si podías, le dabas un bocao en la nariz», ríe a carcajadas.
Francisco Noguerol, el encargado del Centro Artístico, sigue las partidas desde la entrada. «Cuando viene gente a una presentación y los ve, se sorprenden. Es una cosa muy bonita», susurra. Mientras tanto, las pinturas analizan los movimientos y admiran los tableros y la piezas de madera, conscientes de que, si quisieran, también podrían estar colgando de la pared. «Jaque mate», dicen. «Qué arte», responden.
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