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José Antonio Muñoz
Jueves, 4 de julio 2019, 19:08
Era martes y 13 de junio cuando se alzó por primera vez el telón de 'Alta seducción' en el Teatro Isabel la Católica. Arturo Fernández hablaba de que iba a ser su último montaje. Siempre por lo bajini, porque un galán eterno como él nunca reconoció que la vida le jubilaría algún día. Todavía le recordamos manteniendo esas 'peleas en broma' con Antonio Jiménez, el histórico artífice y productor del teatro granadino mal llamado 'comercial' durante décadas, que siempre tenían el mismo tenor: «Antonio, me has contratado para cuatro días y podrían haber sido diez, mira cómo está el teatro. El boca a boca hace el resto, que te lo digo yo, chatín». «¿Una función por día? ¡Qué es esto! ¡Yo puedo hacer dos sin problemas!».
Arturo bajaba la escalera del escenario en la tarde del estreno con ese andar único, la camisa en parte 'despecheretada', su eterno bronceado, su sonrisa impecable y su medalla de la Santina –la Virgen de Covadonga- y después de darle un abrazo a Antonio, le pegaba una de sus cariñosas broncas, aunque uno y otro sabían que el universo teatral granadino daba para lo que daba, y a Arturo no le gustaba ver huecos en el patio de butacas.
'Alta seducción', obvio es decirlo, registró cuatro llenazos en ese Corpus. Los mismos que antes había registrado 'Esmoquin', 'Esmoquin 2', 'La montaña rusa' o 'Enfrentados', donde interpretaba a un cura. Nos quedamos con las ganas de verle en 'Ensayando Don Juan', el vehículo para la catarsis que creó para él Albert Boadella en 2014, y que le sirvió para abrirse las carnes: «Fue como enfrentarme a mi propia imagen reflejada en el espejo», dijo en su última entrevista para IDEAL el 15 de junio de 2017. El Meliá –otro clásico- fue su última casa en esta ciudad a la que tanto quiso. Tanto como Granada a él. Uno de nuestros emblemáticos granadinos de la farándula, Pepe Cantero, recuerda su trabajo con él en 'La casa de los líos', otro vehículo para su lucimiento que registro récords de audiencia en Antena 3: «Fui para un capítulo. Hacía el papel de Fray Póker, un monje aficionado a las timbas. Era un papel difícil, con mucho texto, pero lo saqué adelante. A los quince días, me volvieron a llamar porque a Arturo le había encantado cómo quedó. Le cambiaron el nombre, me hicieron cura en vez de fraile, me ennoviaron con Florinda Chico, y acabé trabajando en más de 20 capítulos. Arturo era muy generoso. Y en Granada se sentía como en casa».
En 2011, el Ayuntamiento de la capital le homenajeó en la Jornada de Convivencia de Mayores, y besó –en la mano- a muchas damas, que aún recuerdan que al bajarse del escenario, seguía siendo él. Arturo Fernández se ha ido como quería. Llenando teatros. El último, el Amaya, en Madrid. Descanse en paz. Se lo ha ganado.
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