Jorge Fernández Bustos
Domingo, 12 de enero 2025, 23:36
Acabados los fastos del setenta y cinco aniversario de La Platería, celebrado durante todo 2024, y con las mejillas aún húmedas por la reciente muerte del tocaor Miguel Ochando, la peña flamenca dio comienzo a una nueva temporada con el jovencísimo bailaor malagueño Matías Campos ... que, con solo dieciséis años, dio muestras de un poderío sin igual. Pese a su juventud, Matías es un bailaor con peso y presencia, en el que destaca su fuerza y juego de pies, además de un estilismo y unos desplazamientos en el escenario que nos recuerda a Manolete, uno de sus maestros, y en su braceo controlado y eficaz no tenemos menos que acordarnos de Mario Maya.
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No solo su discurso vence y convence, sino que vino arropado por un cuadro de excelencia. A la guitarra, destacando por sí solo, contaba con Rubén Campos, un tocaor limpio y creativo, de crecimiento exponencial; al cante, seguro de sí mismo y con una voz potente, clara y abierta, sobresalía Abraham Campos (curiosamente tres Campos, sin lazos familiares cercanos); y a la percusión, siempre moderado y eficaz, Miguel 'el Cheyenne'.
Con unas bulerías dio comienzo una noche imprevisible, pues era la primera vez que veíamos a este joven malagueño. Desde ese momento, supimos que teníamos un verdadero bailaor de sombra alargada y discurso coherente. Rubén quedó solo en la segunda entrega con la sonanta y, dedicándole su intervención a Ochando, rellenó la Peña con una delicada farruca de buena factura, para dar paso nuevamente a Matías por cantiñas. Su baile es determinadamente viril, severo y quebrado, pero con el sutil braceo que suaviza la marcialidad. Abraham ocupa su espacio por levante, también brindado a Ochando. En concreto interpretó, con su voz flamenquísima, la taranta de Basilio de Linares (aunque también podía ser un taranto de Vallejo) y un conocido fandango por jotas, popularizado por Camarón en su día.
Acaba el concierto con Matías bailando por soleá, regodeándose en los cambios de ritmo, en algún silencio y en el asomo de una escobilla por alegrías, hasta volverse fiesta, donde el guitarrista propuso la dulzura de un toque añejo y el bailaor acabó remedando el toreo de salón, de indiscutible marca Juan Andrés Maya. En definitiva, una noche sorprendente, un cuadro auténtico y un bailaor con un futuro que ya ha dado comienzo.
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