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Crítica de teatro
Bailar la tormenta, danzar la calmaAndrés Molinari
Viernes, 21 de abril 2023, 20:21
El Teatro Alhambra pronto cerrará sus puertas hasta el curso que viene. Con el mes de abril pone punto y final al ciclo de danza, que este año ha tenido más sombras que luces, añorando siempre aquellas temporadas en las que compañías de Bélgica y ... de Países Bajos rayaba tan alto.
Con unos infernales truenos comienza 'El bosque', la última entrega de Marcat Dance dirigida por Mario Bermúdez. La tormenta es bailada con soledad y angustia, plasmada en esa crucifixión femenina sin madero, esas manos espasmódicas tan frecuentes y esa búsqueda tenaz de salida hacia el linóleo de pálido brillo. Un humo denso, por suerte poco molesto, grisea la escena y permite entrever un crepitar de cuerpos femeninos revolcándose en la arena invisible, nadando en el charco imaginario.
Poco a poco convenimos con un espectáculo correcto y bien trabado, salpicado de imágenes de innegable belleza, perfectamente iluminado y por momentos encomiable. Gusta ese equilibrio entre distancia y cercanía. La primera plasmada en la renuncia a todo baile conocido y la segunda amparada en esos calcetines tan hogareños. Las formas del vestuario recalcan las sugerencias del coreógrafo: unas veces los glúteos muy marcados como aquel mapamundi escolar, ahora en licra gris, otra veces un pantalón flojo color tierra o una falda con las arrugas como surcos del labrador.
Poco a poco los tres bailarines se encuentran, se tocan, se compenetran, se enlaza como iones buscando la cristalización. Y entonces el espectáculo asciende. Ellos amagan juegos de placeta y compases a trío, con innegables sugerencias de cuerpo y deseo, de lo mejor del espectáculo. Lástima que pronto se le acaben las ideas al coreógrafo y comiencen las repeticiones, lo ya visto, el tedio de moverse por moverse y sudar la camiseta.
Valor aparte es la música. De las iniciales menciones a la tormenta al suave murmullo de la calma. El hacedor de sones, deambulando por la escena, sin estorbar demasiado a los que bailan, bambolea su gesto forzado y sus manos ágiles del sintetizador a su acariciada Fender, cuyo rasgueo congenia bien con lo grabado en cabina. Un adiós de altura, por este curso, a la danza contemporánea en el Teatro Alhambra, el único de esta ciudad 'cultural' que se esmera cada año en propalar y dignificar este ramaje de la escena, no siempre bien comprendido.
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