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José Antonio Muñoz
Granada
Domingo, 14 de noviembre 2021, 00:40
Bernarda Alba es la mala de la historia en la obra de Federico García Lorca. Su alter ego, Frasquita Alba, era la vecina con la que el poeta y dramaturgo se llevaba mal, De hecho, Bernarda se llevaba mal hasta con sus hijas, o sobre ... todo, con sus hijas. A través del pozo compartido, Federico oía las miserias de una familia que simboliza, aún hoy, la España más profunda e inmovilista. Jorge Pastor, redactor de IDEAL, le quita el pelo de la dehesa a esta, al fin y al cabo, mujer de carácter en 'La rebelión de Bernarda', el cortometraje que ayer estrenó en el Centro Lorca, con una cálida, entusiasta, acogida del público que llenó los tres pases del film.
El cortometraje se beneficia de un entorno de ensueño: la propia casa de Frasquita, adquirida por el Ayuntamiento de Valderrubio y remodelada con mimo. Es ese el marco en el que se desarrolla parte de la trama, y en el que arranca la historia. En la penumbra de su dormitorio, Bernarda –encarnada por la actriz Carmen Ruiz Mingorance con un magnetismo casi animal– se mira al espejo, sopesando el paso del tiempo y dibujándolo en sus rostro. Mientras, en la cocina se canta 'La tarara', una de las canciones populares que compuso el propio Federico, basándose en una serie de melodías infantiles castellanas. Es, en definitiva, una de las obras más reconocibles del poeta fuenterino, y uno de los más destacados vestigios de su creación musical.
Bernarda manda callar. Y ese es el único parentesco con la obra original, además de los personajes y el marco, claro. Desde ese momento, Jorge Pastor se pone la gorra de jefe de estación y practica un cambio de agujas que hace al tren tomar una senda cuyo paisaje va cambiando del negro al verde, pasando por el rojo. El cromatismo toma en 'La rebelión de Bernarda' un papel tan protagonista como la propia trama. Al fin y al cabo, se trata de traducir al lenguaje audiovisual ese cambio que se produce en la protagonista, y del que ella misma es el motor y razón.
Las rebeliones no son incruentas. Dejan víctimas. En esta, las que salen mal paradas son las antiguas costumbres que Federico critica con la obra original, y el qué dirán que regía las vidas del campo, pero no la del poeta. Y tras 85 años, como la propia Bernarda recuerda y dijo Pastor, «todos tenemos derecho a reescribir el guion de nuestra vida».
Dijo Juanjo López en el 'making of' que siguió a la proyección del cortometraje que la visión de Jorge Pastor es 'naïf', libre de prejuicios y de cargas conceptuales, tan habituales en los aprendices de Spielberg. Pero no lo es tanto. La 'carga viral' del cortometraje no es poca. Y la enfermedad que pretende extender es la que, según propia confesión, ya ha afectado a la propia estrella de la función, Carmen Ruiz Mingorance. «Yo misma me he liberado con Bernarda, después de 25 años haciendo este personaje», admitió cuando subió al escenario después de la proyección.
El salto en el tiempo que se escenifica en el filme transforma la carreta en taxi híbrido y la recadera en móvil inteligente, pero la esencia es la misma. Las licencias arrancan la sonrisa del público, pero son nimia anécdota en una película pensada para emocionar desde la primera claqueta. El ritmo tiene la cadencia necesaria para que el espectador se acerque al personaje y digiera su cambio con ella, de la mano. Cuando la protagonista se apea del taxi frente al Padre Suárez –guiño al propio autor fuenterino, que siguió allí su Segunda Enseñanza–, el forzado 'tancredismo' de Lorca se convierte en rendición a la evidencia.
Bernarda tiene sus razones para cambiar, para empezar de nuevo, porque mientras hay vida, hay esperanza. Y esa es la que transmite una banda sonora realmente magistral, con una versión de 'La tarara' de María de Juan destinada a permanecer. A la salida, quien esto escribe y el propio Jorge Pastor compartimos una reflexión: «Si Federico volviera a escribir esta obra, después de plantear el conflicto, es probable que le diera una solución similar». Y esto no es pretensión. Es pura lógica.
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