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El Festival Internacional de Poesía de Granada se inauguró en la tarde de ayer en su 'lugar natural' de la Huerta de San Vicente. Una jornada vespertina con mucho calor, meteorológico y humano, e incluso con algunos remolinos de polvo que puntualmente se levantaron en ... el lorquiano espacio. Este ciclo, a tenor de su capacidad de convocatoria, mantiene en su vigésima edición un primaveral y rozagante aspecto.
Abrió la tarde un acto institucional en el que, tras las intervenciones de los representantes de las administraciones públicas, tomaron la palabra los codirectores, Daniel Rodríguez Moya y Remedios Sánchez. El primero hizo un poco de historia y recordó el millar de nombres que han jalonado el devenir del ciclo, y la segunda, habló con alegría del presente. «Este Festival mantiene intacta su capacidad de entusiasmar, de aunar voluntades y acercar amigos, todos ellos con la mejor voluntad para ayudar, siendo sensibles a ese valor primordial que constituye la sensibilidad, perfecto constructor de personas que pueden discernir entre lo que está bien o está mal, entre lo que es correcto y lo que no». Del mismo modo, agradeció en particular el apoyo de las empresas, porque, afirmó, no solo están preocupadas por la cuenta de resultados, sino por la cuenta de los ciudadanos con espíritu crítico, claves para la sociedad en la cual se inserta su trabajo.
La primera charla de la tarde fue, geográficamente, la de la puerta de África, y desde el punto de vista del lenguaje, la del gracejo. Unir en una misma mesa a tres gaditanos con mucha guasa –Juan José Téllez, Chipi 'La Canalla' y Javier Ruibal– demostró ser una excelente elección. Téllez hizo como introductor de embajadores remitiéndose a los clásicos, Javier Ruibal se arrancó por 'Libro de poemas' de Federico, y Chipi quiso remontarse a los ingredientes de un buen verso, que, para regocijo del público presente, son patatas y huevos, básicamente. El colmo de la risa fue contraponer el poema 'La bailarina' de Rainer Maria Rilke con la muy previsible letra de 'Bum bum dale dale' de Maite Perroni y Reykon. «Entre uno y otro me encuentro yo, haciendo lo que puedo», dijo Chipi, levantando las carcajadas del público. Luego, la cosa se puso seria con la interpretación de un bolero con hondura, que forma parte del próximo disco de Omara Portuondo. Y de nuevo, moderadamente festiva con la visita del erotismo carnavalero y luego de la lírica de dormitorio, con flamenco de donde sale el sol y ese jazz que, para muchos, es la música de los amantes.
La siguiente de las mesas de la tarde tuvo como protagonistas a tres poetas premiados. La primera en intervenir fue la Premio Canarias de Literatura Elsa López, quien comenzó su viaje por la palabra con referencias a Granada –es la última de los Gómez Moreno– y La Palma, entre el mar insondable y las cocinas vacías, paisajes todos ellos perfectamente reconocibles. Como reconocibles fueron los personajes míticos a los que se remitió la Premio Nacional de Poesía Chantal Maillard, quien bajo el arrullo de las palomas y el piar de los gorriones habló de cuerpos que bailan al ritmo de la vida, de almas naufragadas sin una referencia divina, a la búsqueda de un asidero vital.
Finalmente, Antonio Colinas, Premio Reina Sofía, recordó la intensidad de los días que vivimos en su poema 'La madre de todas las fosas', que trata el drama de las migraciones de la desesperación. Imágenes con nombre y piel de mujer, benditas salvajes, cumbres nevadas, la asunción de lo inevitable y aventuras sin cuento marcaron su intervención.
El acto inmediatamente anterior a la intervención de Wole Soyinka mezcló versos y poesía, con la intervención de Amparo Sánchez, quien en sus canciones y sus palabras apeló a la necesidad de cambio de quienes se enfrentan con valentía a sus pequeñas y grandes tragedias diarias.
Antes del cierre musical de María Villalón, el Premio Nobel Wole Soyinka leyó algunos de sus poemas, como 'Migrante', donde abundó en la tragedia de quienes buscan el sustento lejos de casa. Acariciado por el viento, «ese migrante que nos une a todos», mostró con voz potente y segura la igualmente potente profundidad de su obra. Afirmó que, como circunnavegante del mundo, observa que la literatura continúa analizando la realidad diaria, muchas veces como un microcosmos, y otras veces como un fenómeno global. Un maestro, tanto de la palabra como de la vida.
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