Jacinto García regaló buena parte de sus cedés a los transeúntes. J. A. M.

Los caminos de la música, del cubo de la basura a objetos de culto

Mientras es difícil vaciar la colección familiar de cedés obteniendo beneficio, hay 'locos' a la caza de tesoros

Martes, 26 de noviembre 2024, 00:10

A mediodía, en una céntrica tienda de compra y venta de objetos de segunda mano, hay dos granadinos de mediana edad que llevan consigo una mochila llena de discos compactos. Entre ellos, joyas de la historia del pop y el rock. Incluso, alguno firmado y ... dedicado. Forman parte de la colección familiar y quieren venderlos, porque van a hacer obras en casa y no les caben. «Tenemos unos 500 como estos», dicen al dependiente. Este les contesta que ya no los compran. «¿Sabe de algún sitio donde sí los compren?», inquieren. El dependiente dice que no conoce ninguno. El destino más probable del primer disco de Al Stewart, otro de Earth, Wind & Fire e incluso uno de los primeros de Elton John va a ser el trastero o un contenedor, muy probablemente. Lejos quedan los tiempos en que los vertederos organizaban 'aquelarres' donde una apisonadora reducía a polvo las copias fraudulentas del 'top manta'. Ahora, lo que llega a las plantas de reciclaje y puntos limpios son retazos de vida para los que no hay sitio en las casas de quienes los adquirieron o sus descendientes. Eso en lo que se refiere a discos compactos. Algunos vinilos se salvan de la quema, no muchos en comparación con los que atesoran los anaqueles de salones y estudios.

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El pintor Jacinto García vive en Ogíjares. Durante semanas, vació sus existencias de discos compactos colocándolos en el poyete que se encuentra frente a su estudio, en la carretera que une Granada con Dílar. García y Jorge Molina, su pareja, fueron durante años los propietarios del recordado pub Zócalo, emblema del ambiente en Granada, situado en esa misma calle, que abrió en torno a 1986. «Queríamos tener todos los discos del mundo para ponerlos, porque los clientes eran muy eclécticos y nosotros también, así que comprábamos todo lo que podíamos. Como el pub iba muy bien, nos gastábamos auténticas fortunas. Primero atesoramos unos 3.000 elepés, y luego nos pasamos al disco compacto», recuerda.

El coleccionista y DJ Carlos Guzmán, con algunas de sus joyas. J. A. M.

A muchos vinilos consiguieron darles salida en una tienda que estaba en San Juan de Dios, pero los cedés los ha regalado poniéndolos a disposición de los transeúntes de la calle. «Me dio pena desprenderme de ellos, pero es que no nos caben en casa», afirma. «Además, ahora, estamos abonados a plataformas que no precisan de soporte. Hay que adaptarse a los nuevos tiempos», comenta García, quien siempre pinta con música, preferiblemente con arias de ópera. De este modo, los recuerdos de la época dorada de la noche ogijareña están, ahora, en manos de esos coleccionistas anónimos, para su disfrute.

El caso de Carlos Guzmán, Charly DJ en el mundo de la música, es muy distinto. Este hueteño de Huétor Tájar forma parte de la pequeña historia de las cabinas de Granada. Fue uno de los primeros pinchadiscos que se colocó las dos letras tras el nombre, y en los últimos tiempos vive una segunda juventud, con la agenda de sesiones bastante apretada. Tuvo la fortuna de 'heredar' por vía familiar parte de la colección de vinilos de importación que descansaban en los anaqueles de la histórica discoteca El Cadí, situada en los bajos del Hotel Luz. De este local se venden hasta posavasos de cartón en Todocolección, lo que da idea de lo mítico que fue. «Un día, mi tía, que era la dueña, me llevó al almacén de discos. Había miles, muchos de ellos ediciones muy limitadas. Fue como si a un niño de tres años lo metes en una tienda de juguetes. Me dijo: coge los que quieras, los que te quepan en el maletero. Tenía por entonces un Seat Ibiza. No sabe usted las veces que me he arrepentido de no haberme llevado una furgoneta...», dice entre risas.

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Tratados con mimo

Ahora, el bajo de su casa es su estudio. Mima joyas como singles perdidos de Kool & The Gang, Billy Ocean, Cameo o Michael Jackson. Ediciones que de salir al mercado llevarían varios ceros en su precio. «No pienso vender ninguno. Todos los que tengo son parte de mi vida. Y el roce de la aguja con el vinilo es para mí música celestial», afirma Guzmán. «Si esto te gusta, es para siempre, no hay arreglo...», añade entre risas.

Víctor Cabo, con algunos vinilos de segunda mano que se venden en Bora Bora. J. A. M.

Lo curioso es que existe un público joven, muy joven en algunos casos, que se ha encontrado sin tocadiscos y sin discos para tocar, y ha decidido que comprar y coleccionar vinilos es una buena idea. En la tienda de discos Bora Bora, en la plaza de la Universidad, Víctor Cabo está vendiendo cuando recibe la visita de IDEAL un vinilo comprado con el Bono Cultural por una chica que acaba de cumplir 18. «Es más común de lo que pudiera parecer», afirma. «Luego, está el cliente que ha venido toda la vida y que sigue siendo fiel», añade. «Es la gente a la que luego te encuentras en los conciertos del Planta Baja o en el Lemon Rock». También llegan muchos turistas de fin de semana y puentes, atraídos por el boca a boca a propósito de un lugar que es ya tan importante como lo que vende. «El cedé tiene un futuro complicado porque el público se ha dado cuenta de que lo que ofrece es lo mismo que se puede encontrar en cualquier plataforma. Lo que se demanda ahora mismo es vinilo. De cada 10 discos que vendemos, más de un 95% son vinilos», asegura. En segunda mano, lo que se busca son las obras maestras de los grupos clásicos. Esa música que no es carne de lista de éxitos, y que con el paso del tiempo, se convierte en una joya.

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