![Los arquitectos Macarena Fernández y Luis Ibáñez, asomados en el burladero;detrás, torre para los dormitorios.](https://s2.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/2023/03/04/burladero%20(33).jpg)
![Los arquitectos Macarena Fernández y Luis Ibáñez, asomados en el burladero;detrás, torre para los dormitorios.](https://s2.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/2023/03/04/burladero%20(33).jpg)
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Una casa burladero en el Soto de Roma de GranadaCorría el año 2007, antes de que los cimientos del mundo se tambalearan por la crisis financiera, cuando 'El sótano de los proyectos', uno de los principales estudios de arquitectura de Granada, recibió el encargo de diseñar una casa en el Soto de Roma, en plena vega de Íllora, para un matrimonio y sus cuatro hijos. A partir de ahí, absoluta libertad creativa. Luis Ibáñez y Macarena Fernández-Casanova sacaron la escuadra y el cartabón e hicieron magia con sus 'rotring' para confeccionar una vivienda que, como ellos mismos aseguran, es un homenaje a la memoria.
A la memoria del lugar, una parcela de seiscientos metros cuadrados donde antaño había un gallinero y un corralón, y a la memoria de sus futuros inquilinos. ¿Cómo? Rindiendo un tributo a una de las grandes pasiones de sus futuros moradores: la tauromaquia. Y así fue cómo pergeñaron una espectacular casa forrada por unas correderas que, emulando un burladero, convierten el hogar en una 'plaza de toros'. «Cuando el cliente lo vio, no pudo evitar emocionarse», recuerda Luis Ibáñez.
Una solución que trasciende el plano estético y el emocional ya que estas planchas, dispuestas a modo de rejilla, permiten el blindaje de la propiedad ante la presencia de extraños y permiten al mismo tiempo la protección de las estancias frente a la incidencia de la luz solar –se pueden mover fácilmente por una sola persona mediante rieles–. Este es un detalle no menor porque la propia construcción genera unas condiciones ambientales óptimas con cero gasto energético. A pesar de ello, el hogar cuenta con un sistema de calefacción que irradia calor desde el suelo para garantizar el confort en los días más gélidos del año.
Ibáñez y Fernández-Casanova plantearon un proyecto autosuficiente, ecológico y absolutamente mimetizado con el entorno de campos y cultivos de la Vega de Íllora. El 'tejado' no tiene tejas, sino plantas con losas que permiten que se filtre el agua de la lluvia para abastecer un aljibe que, cuando rebosa, surte a su vez un segundo aljibe construido en el subsuelo –ambos están conectados por tuberías–. Con el caudal procedente de este depósito se riega el jardín, se llena la piscina y se cargan las cisternas de los cuartos de baño. La cubierta verde no rompe con el paisaje, sino que lo integra.
La disposición de los voladizos por las fachadas también cumple una importante función. Están colocados de tal forma que la luz solar penetra en invierno por las cristaleras para caldear las dependencias gracias al efecto invernadero, mientras que estos mismo aleros hacen de visera en verano. El equilibro térmico también se consigue con la ventilación cruzada y con la existencia de zonas umbrías en patios que aportan frescor –durante los meses más fríos permanecen cerrados–.
La casa está construida básicamente con tres tipos de materiales. Muros de hormigón con una anchura de veinte centímetros, grandes placas de vidrio que 'confunden' el interior y el exterior –además de propiciar un juego de reflejos– y la propia madera que se usó para el encofrado y que se reutilizó para las puertas, las ventanas y para ese elemento identitario que son los 'burladeros'. «No hay ni un solo ladrillo», asegura Macarena Fernández-Casanova. Los pavimentos son de mármol blanco.
La vivienda es, en realidad, la suma de cuatro edificios que están conectados pero no unidos, de tal forma que cada uno de ellos conforma una unidad constructiva en el caso de que se produjera, por ejemplo, un terremoto. Estamos en un área de alta sismicidad por la sucesión de fallas. De hecho, el informe geotécnico previo a la obra evidenció que el terreno es de aluvión, lo que obligó a una cimentación profunda. Las vistas, por cierto, son impresionantes: Sierra Nevada y sus cumbres blancas a lo lejos y Sierra Elvira, un poco más cerca.
El primero de estos cuatro bloques es una especie de torreón donde están las habitaciones de los chavales con sus cuartos de baño. A continuación hay un zaguán de entrada, la pieza clave del complejo, y dos pabellones, uno con la cocina y el dormitorio de los padres –con su cuarto de baño– y otro con un amplísimo salón. Visto desde fuera, lo que se observa es una sucesión de espacios verticales y horizontales. La finca está imbricada entre un secadero y una casa labriega, cuyos muros centenarios ejercen como medianeros.
Dentro de la vivienda, la principal característica, según Luis Ibáñez, es la permeabilidad visual. Desde la mesa del comedor, por ejemplo, se puede ver todo el entorno. Es un alegato, añade Macarena Fernández-Casanova, a la preposición 'entre'. «Residir aquí es situarse entre dentro y fuera, entre viejo y nuevo, entre cubierto y descubierto, entre el sol y la sombra, entre lo pequeño y lo grande... la vida entre dos mundos, entre dos dimensiones», explica.
Dijo Goethe que el hombre feliz es quien encuentra la paz en su hogar. Un hogar como el suyo y como la 'casa burladero' del Soto de Roma.
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Martin Ruiz Egaña y Javier Bienzobas (gráficos)
Inés Gallastegui | Granada
David S. Olabarri y Lidia Carvajal
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