José Antonio Garriga Vela, 70 años, nació en Barcelona, vive en Málaga y empezó a escribir en Granada. «Escribir que, para mí, es casi lo mismo que nacer o vivir», dice sonriente en la segunda planta de la librería El tiempo perdido, en la calle ... Puentezuelas. En los últimos 30 años, además de su labor como novelista (su primera gran obra fue 'Muntaner, 38', en 1996), ha publicado semanalmente un artículo –un cuento– en las páginas del SUR de Málaga. «El último fue en diciembre de 2023. Escribí casi mil cuatrocientos», recuerda. Ahora, la editorial Candaya ha recopilado un centenar de esos textos en 'Cruce de vías', un libro atemporal, capaz de unir reflexiones con 20 años de diferencia como si se hubieran escrito de seguido.
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Viajero infinito, fiel creyente de John Ford y Hitchcock, y miembro de la Orden de los Caballeros de Finnegans, Garriga Vela regresó a Granada para presentar 'Cruce de Vías' y, de paso, recorrer los caminos en los que empezó a escribir. A vivir.
–Después de leer el libro, tengo la sensación de que le conozco de toda la vida.
–La gente me conoce más por lo que escribo que por la vida cotidiana. Para mí, la vida cotidiana es escribir.
–Se licenció en Derecho en Granada, pero parece que fue por accidente...
–(Ríe) Quería ser escritor, algo que mis padres respetaban pero si estudiaba una carrera. Busqué una que no estuviera en Málaga, para empezar a viajar. Entonces venir a Granada eran cinco horas... Granada fue muy bien, ahora hace 50 años justos de cuando empezamos... Me hice especialista en copiar (ríe). Me lo pasé maravillosamente en Granada.
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–Granada tiene un capítulo muy especial en 'Cruce de Vías'.
–Y todo lo que cuento es cierto.
–La historia con Estrella, en la zambra El Rocío...
–Hoy he ido, a las cuatro de la tarde, a pasear por el Sacromonte. He vuelto a la Casa de las Minas, una maravilla. Recuerdo que desde la cama veía la Alhambra. Pagaba 17.000 pesetas por una casa de dos pisos y terraza. La casa sigue sin alquilar desde que yo me fui. A mí me la alquiló la Caracortada, que llevaba la zambra El Rocío. Estrella era su sobrina, de la que yo estaba enamorado. He recordado tanto...
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–¿Ha notado muchos cambios?
–Sigue existiendo todo, hasta la discoteca que íbamos, el Camborio. Fueron cinco años inolvidables en Granada.
–¿Qué huella dejó Granada en usted como escritor?
–Aquí estuve solo por primera vez. Aquí empecé a escribir y mi primer libro de cuentos, 'El tercer día', era de cuentos de Granada. Luego me moví mucho, en primero de Derecho tenía una novia en Sevilla...
–Habla de muchas novias.
–¡He tenido una vida! (ríe) Bueno, decía que iba a ver a mi novia a Sevilla haciendo autoestop. En esos viajes me pasó de todo: me llevaron Carlos Saura, Manuel Mujica... Todo eso lo cuento en el libro. Desde entonces he vivido siempre a mi aire.
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–«La edad cambia a las personas. Se olvidan los ideales. Me gustaría vete dentro de 30 años, ¡ojalá siguieres siendo el mismo de ahora!». Eso lo escribió en un artículo de 2006 recordando un viaje de 1974. ¿Ha cambiado usted?
–Físicamente mucho (ríe). En la manera de pensar, no. Son los mismos ideales. Lo que sí he cambiado es que antes pensaba que la experiencia no servia para nada, y ahora me doy cuenta que sí.
–¿Para qué?
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–Para no tomarte la vida demasiado en serio.
–¿El destino está escrito?
–Posiblemente.
–Su último artículo para 'Cruce de Vías' no se publicó.
–Era del viaje a Ecuador. Me he dado cuenta de lo que me ha afectado después. Me lo he pasado muy bien escribiendo los cruces de vías. He cerrado un ciclo, de alguna manera. Y una forma de vivir. Ha sido la única obligación que he tenido durante toda la vida.
–De sus artículos, la primera frase siempre es genial.
–Esa una obsesión mía increíble, por eso tardo tanto en escribir. Me puedo tirar un año para escribir la primera frase de una novela, y no exagero. Lo he hecho. La novela puede gustar o no, ser buena o mala, pero yo me exijo un montón.
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–Su amor por el cine está en 'Cruce de Vías'.
–Me hubiera encantado ser director de cine. Soy un loco. Debo tener 8.000 películas en casa, poca gente que tenga más que yo.
–Imagino su casa repleta de cosas con historia.
–Mi casa es un poco así (señala las paredes de la librería). Un poco no, una pasada. Es imposible que alguien venga a limpiar casa porque no hay espacio para limpiar. Está llena de cosas de viajes. Soy tremendamente ordenado y cada cosa tiene su sitio.
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–Este también es un libro de viajes. Y no hay pocos.
–Hay varios, pero me he dejado algunos que han sido fundamentales. Cuando me veo raro, hago un viaje y de alguna manera vuelvo recuperado.
–Viajar sí que ha cambiado.
–Ahora viaja todo el mundo, se llenan las ciudades. Lo comprendo. Pero siempre he dicho que hay viajes y viajes, viajeros y turistas. Y siempre hay calles paralelas.
–Su libro está atravesado por fantasmas.
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–Los fantasmas del libro son gente que he conocido... Yo me acuerdo de la fecha de nacimiento de las personas, de la muerte no. La gente sigue presente. La muerte es el olvido, mientras haya memoria la gente sigue ahí.
–Fantasmas como Pablo Aranda o Paco Robles.
–Sí, Pablo tiene un libro todavía sin publicar, fíjate. Y 'Cruce de Vías' no lo hubiera publicado nunca sin Paco y Olga (editores de Candaya). A mí nunca se me hubiera ocurrido.
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–Dice usted que cualquier detalle sirve para contar una historia. ¿Cuál ha sido el último?
–El paseo por Granada. Sentarme en la Plaza Aliatar y mirar la casa donde viví y que siga vacía. ¿Nadie? ¿La Caracortada me echaba de menos? El Camborio, el Sacromonte... Hay historias. Yo miro la realidad de una forma muy especial, sin expresar sentimiento, pero me quedo con todo. El viaje va por dentro.
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