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Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) es cautivo del efecto Caravaggio. Lleva media vida persiguiendo sus portentosos cuadros. Ha visto unos cuarenta de los apenas sesenta que se supone que hay en todo el mundo del genio del claroscuro. Siente una «profunda fascinación» por la pintura de Michelangelo Merisi (1571-1610) lo que le impele a recorrer miles de kilómetros en una feliz peregrinación artística por iglesias, palacios y museos. Está deseando visitar el Museo del Prado, donde se ha instalado hasta octubre el último, o quizá el penúltimo, Caravaggio perdido. El 'Ecce Homo' que estuvo a punto de subastarse por 1.500 euros en un sala de Madrid y que acabó vendiéndose por 36 millones a un coleccionista británico con residencia en España.
«No sé si es una obsesión, pero Caravaggio me fascina. Habré visto ya la mitad de los cuadros que se conocen», explica el autor de 'El invierno en Lisboa'. «Aunque es relativamente fácil hacerse ese plan, la verdad es que es un poco novelesco. Tengo muy claro en qué ciudades y donde están los cuadros, y cada vez que visito una aprovecho la ocasión», explica. «En la Gemäldegalerie de Berlín está el 'Triunfo del Amor'; en París, en el Louvre, 'La muerte de la Virgen'; en el Sanssouci de Postdam 'La incredulidad de Santo Tomás', y en la Galería Nacional de Dublín 'El prendimiento de Cristo'», enumera.
«Es como un libro que escribo de manera intermitente. Mi pretensión no es solo mirar y disfrutar de la pintura, sino relatar el proceso que me lleva al cuadro, el sitio donde está y la impresión que tengo al verlo por primera vez», cuenta el escritor jienense, que vive como «una conquista» cada nuevo encuentro con un cuadro de Caravaggio.
«He tenido golpes de suerte. Los dos 'caravaggios' que hay en el Hermitage, en San Petersburgo, los pude ver en una exposición en el Prado. 'El martirio de Santa Úrsula', el último cuadro que pintó y que está en Londres, estuvo en el Thyssen. 'La resurrección de Lázaro, que suele estar en Mesina, pude verlo en Roma, donde acababan de restaurarla», se felicita. Ha visto casi todos los de la capital italiana, una veintena, la media docena de Florencia, o el formidable 'Siete acciones de misericordia' de Nápoles.
«En Estados Unidos hay varios dispersos y cuando vivía en Nueva York viajé a Hartford, Connecticut, donde está el 'Éxtasis de San Francisco de Asís' -en el museo Atheneum-, que vi junto a préstamos como la 'Salomé' de Londres, el gran 'San Juan Bautista', que viajó desde un lejano museo de Kansas, y 'Marta y María', que está en Detroit», relata el exdirector del Instituto Cervantes en la Gran Manzana. En el debe tiene los 'Los jugadores de Cartas' del museo Kimbell de Fort Worth, en Texas.
Además de visitar el Prado en cuanto regrese a Madrid, su próximo objetivo está en Malta. En la Concatedral de San Juan de La Valeta le espera 'La decapitación de san Juan Bautista'. Es uno de los cuadros fundamentales del pintor y para muchos la obra maestra por excelencia del siglo XVII.
Paradójicamente no conoce aún todos los 'caravaggios' que se conservan en España, seis con el 'Ecce Homo' que desearía tener para siempre el Prado. Tampoco el 'San Jerónimo penitente' del Monasterio de Montserrat. Sí ha gozado de 'Salomé con la cabeza del Bautista', la fabulosa tela de madurez que se exhibe restaurada en el Palacio Real, de la 'Santa Catalina de Alejandría del Museo Thyssen, del 'David vencedor de Goliat' del Prado y del 'San Juan Bautista' de la Catedral de Toledo, sobre cuya atribución hay dudas.
¿Qué tiene la pintura de Michelangelo Merisi para ser tan apreciada? «Protagonizó una revolución estética. Hay que tratar no verlo desde el ahora y calibrar lo que supuso en su tiempo. Decían que era rompedor, pero es un pintor muy religioso, con creencias profundas. Una religiosidad muy despojada, muy evangélica», arguye Muñoz Molina.
Que haya habido varios cuadros 'durmientes' del maestro lombardo, a menudo atribuidos a otros autores, tienen explicación para el escritor y académico. «Caravaggio se pasó de moda poco después de su muerte. Tuvo una gran influencia, pero la sensibilidad cambió enseguida. Quedó bastante arrumbado. Las opiniones oficiales sobre él en el siglo XVII eran bastante deplorables. Poussin llegó a decir que Caravaggio había venido al mundo para destruir la pintura», recuerda con pasmo.
El mago del claroscuro «desapareció prácticamente del mapa» tras su muerte y fue Roberto Longhi, el gran especialista italiano, quien lo reivindicó y lo rescató a principios del siglo XX. Es por eso que muchos cuadros suyos estaban olvidados desaparecidos, o atribuidos a otros.
El personaje de Caravaggio es tan fascinante como su pintura. Atrabiliario, pendenciero y homosexual, vivió en el filo de la navaja y murió con 39 años. Fue un mercenario de la pintura al servicio del mecenas dispuesto a pagarle mejor. «Hay mucha documentación sobre él. Se conservan los informes policiales de su proceso, condenado a muerte por mutilar y asesinar a Ranuccio Tomassoni en una pelea», recuerda el escritor.
A pesar de tan interesante perfil «no se me ha pasado por la cabeza convertirlo en personaje literario». «Ante una figura así, la ficción es completamente innecesaria. ¿Que puede haber más novelesco que su propia historia?», dice. Como la peripecia de 'El prendimiento de Cristo, también llamado 'El beso de Judas', hoy en la National Gallery de Dublín y que estuvo casi dos siglos en el comedor de un asilo de jesuitas para reaparecer en 1993. «Con historias así, no cabe inventar», reitera.
¿Qué daría por un Caravaggio? «Nada. Me basta con contemplarlos. No tengo el menor afán de posesión», dice el escritor a quien le parece «fabuloso» que el nuevo propietario del 'Ecce Homo' «quiera compartirlo». Entre sus 'caravaggios' favoritos, 'La cena de Emaús' de la National Gallery de Londres, y 'La negación de San Pedro', «el que más me emociona y que tantas veces he visto en el Metropolitan de Nueva York». «Es el más intenso y es muy tardío, como el 'Ecce Homo', con ese despojamiento que tiene Caravaggio al final de su carrera».
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