Yo estuve allí: lo recuerdo. Y eso que la Granada de 'Segundo Premio' nunca existió. En los 90, las paredes de los pubs eran de humo y cuando llegabas a casa la ropa se deshacía en los pies de la cama. Las luces de las calles eran naranjas, hacíamos botellón en los bancos de la plaza, el alcohol sabía a rayos y a nadie se le hubiera ocurrido jamás llevarse una cámara de fotos. Quizás por eso los recuerdos son tan poderosos, porque no hay más que memoria y música. La música como álbum emocional, como Delorean, como gatillo que nos dispara a los días de nuestro reinado. Sí, yo estuve allí, aunque aquello fuera como un sueño que nunca existió. Uno de esos sueños recurrentes a los que vuelves sin querer, no por añoranza ni melancolía, sino por la misma obligación del navegante que tiene el ancla hundida en el fondo del mar y sabe que nunca podrá romperla por mucho que eche a volar. Sí, yo estuve allí.
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'Segundo Premio', la última de Isaki Lacuesta, ofrece tres caminos, como aquellos libros de 'Elige tu propia aventura'. La película es una experiencia muy particular para los que vivimos Granada: reconocer las esquinas más recónditas del Zaidín, el empedrado del Paseo de los Tristes, los grafitis de la Chana, el interior del Planta Baja o La Estrella… Una Granada que no encontrarás en ninguna postal. La primera escena, de hecho, sucede en Sierra Nevada. Pero es que incluso suponiendo que no reconozcas el paraje, el primer diálogo es un guantazo de granadinismo: «¿Pero qué pollas dices?», pregunta ofendido Jota a May. Bueno, no son exactamente Jota y May, fundadores de Los Planetas. Pero casi.
Ellos, Los Planetas, son el segundo camino. Si eres fan de la banda, si has cantado -o has hecho como que cantas- sus temas más míticos, 'Segundo premio' es un regalo. En el estreno del Isabel la Católica, Cristóbal García, productor de la película y melómano confeso (como el resto del equipo, desde el guionista Fernando Navarro al propio Lacuesta), propuso a los asistentes que cantaran las canciones, que ese era uno de los grandes placeres del film: meterse dentro de 'Una semana en el motor del autobús', el disco que Los Planetas grabó en Nueva York y que inspira toda esta historia.
Luego está el 'Segundo Premio' que verán los que no pertenecen a Granada ni han escuchado a Los Planetas jamás. Una película sobre el proceso creativo, sobre la odisea compleja, contradictoria angustiosa y brillante que fue grabar 'Una semana en el motor del autobús'. Una película sobre las pasiones que ordenan los impulsos y el arte: el amor, el odio, la venganza, el orgullo y la amistad; sobre todo la amistad, esa capacidad formidable de unir los hombros con el que tienes al lado para levantar el milagro desde lo más hondo de la desgracia. Una película sobre cómo el mayor talento de todos es hacer las cosas; sobre esa inspiración que viene del antes; y sobre cómo el éxito real depende de con quién llegues a la cima.
En los tres casos, Granada es la metáfora, el motor del autobús. Para los que no hayan pisado Granada, la ciudad será un lugar mitológico. Para los que no hayan escuchado Los Planetas, la banda será el barco de Ulises. Y para todos, sin distinción, esta será una película inolvidable bajo los versos de Federico García Lorca. Ese Federico que es cielo y tierra al mismo tiempo. Ese poeta capaz de cambiar constantemente el tiempo y el espacio.
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'Segundo premio' es la banda de Dani Ibáñez, Stéphanie Magnin, Cristalino, Chesco y Mafo. Los cinco hacen un trabajo luminoso e inspirador. El trío Ibáñez-Magnin-Cristalino es muy especial, puro talento, uno de los hitos que marcarán la temporada de cine. Y qué barbaridad lo de Cristalino, el granadino Fran Ocete, que hasta hace nada era músico y nos sorprende con un interpretación que rima a las mil maravillas con actor revelación. Y no era un reto fácil: un adicto, un yonki, un alma tan perdida como la de un fantasma en busca de redención. Un fantasma que por momentos encarna la mirada pura y deslumbrante del mismísimo García Lorca. Dudo, insisto, que haya una revelación más grande este año que la de Cristalino. Quizás la de Mafo, el también granadino Mario Fernández, que tiene ese carisma reservado a los que son capaces de cambiar una lágrima por una sonrisa de un solo golpe.
Cuando termine la película les parecerá un sueño confuso, como un poema repleto de imágenes sugerentes. Luego, en casa, reconstruirán todo lo demás y escribirán, en la puerta de algún baño, 'yo estuve allí'.
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