En una sociedad que cada vez plantea más retos a quienes se internan en la aventura de tener descendencia, no viene nada mal tener una ayudita para que los más pequeños comprendan la complejidad de la vida, que no todo es conseguir lo que uno ... quiere cuando quiere, y que junto a la risa florece a veces la tristeza e incluso el llanto. Y si esa ayudita la presta sobre un escenario una compañía que lleva tres lustros creando propuestas de calidad, donde buen guion, buena música y buena interpretación van de la mano, la propuesta es redonda. Esto es, precisamente, 'La niña que salvará nuestro mundo', de la compañía granadina Claroscuro Teatro, su séptimo montaje, coproducido una vez más por el madrileño Teatro de la Zarzuela y que cuenta con la colaboración del Teatro de la Maestranza de Sevilla, la Asociación Bislumbres y el Festival Internacional de Música y Danza de Úbeda.
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Como afirma Julie Vachon, dramaturga y codirectora, «con esta obra hemos tratado de superar uno de los problemas que nos encontramos quienes hacemos teatro familiar: ahora los niños no pueden llorar, no pueden ver dramas. Solo pueden ver cosas blancas, rosas, azules o multicolores, pero siempre graciosas y simpáticas. Y nosotros queríamos ofrecerles, a ellos y a sus padres, otra cosa». Ya comenzaron a mostrar el lado trágico de la existencia con 'El cielo de Sefarad', la historia de una niña toledana que es expulsada de España en 1492 con el éxodo de los judíos ordenado por los Reyes Católicos. «Con este montaje descubrimos que los niños tienen una madurez mucho mayor que la que les otorgamos los padres, y disfrutan también con las tragedias. Asumen que el duelo es necesario, y el teatro es una buena manera de canalizar esas emociones, esos sentimientos, que aún están por crecer en ellos», añade.
La dramaturga afirma que tras crear dos obras con trasfondo histórico –recordemos. 'La increíble historia de Juan Latino' y la mencionada 'El cielo de Sefarad'– ya tocaba dar un giro a su producción, adentrándose en el género fantástico. «He escrito la obra que me habría gustado ver cuando tenía ocho años», asevera. En ella hay, dureza, dolor y un viaje. «A la protagonista, de 11 años, se le muere la madre, y no lo acepta. Su padre no soporta verla llorar, y le hace una fiesta para animarla. Ello lleva a un malentendido entre ambos, porque la niña piensa que su padre quiere que olvide a su madre, y no es así», comenta Vachon.
Cuando el conflicto se desata –la mente infantil pide conflicto, y resolverlo, dice el escritor Rodríguez Almodóvar–, la niña recibe por error una invitación para entrar en un mundo mágico, y se sumerge en él. «Es el escapismo típico de cuentos tradicionales, como 'Alicia' o 'Dentro del laberinto', hijo de una tradición popular que se manifiesta en el deseo de dejar atrás la niñez. «Lo que nos queda de niño cuando pasamos a la adolescencia es la fantasía», comenta Francisco de Paula Sánchez, codirector de la compañía. «La obra invita a reflexionar sobre si lo vivido ha sido un sueño o fue realidad, si esa montaña que imaginábamos en el sofá cuando jugábamos con los Airgam Boys existía de veras».
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Cuando la niña llega a ese mundo de fantasía, se encontrará con el hecho de que han sido robadas todas las canciones tristes del mundo. «La obra tiene tres planos: en uno, en ese reino mágico, aparecen las diosas de la memoria y el olvido, en la más pura tradición griega. En otro plano, está lo real, el conflicto con el padre. Y un tercer plano es el del planteamiento y la conclusión, que cuentan con la participación directa del público y una inspiración propia del Siglo de Oro», comenta Sánchez.
Personajes tan clásicos como el bebedor de almas –la muerte, y mucho más–, el corifeo –que dialoga con el público– y la guardiana del reino del olvido –en este caso, Medusa– desfilan por la obra, que tiene una duración de 55 minutos. «Al adulto se le habla de historias tan conocidas como el mito de la caverna, y la dramaturgia cuenta tres historias en paralelo que quedan perfectamente cerradas de una forma sencilla y rápida. También se les recuerda que viven en el gran teatro del mundo, con todas sus servidumbres», señala el codirector.
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La música es una de las señas de identidad de los montajes de Claroscuro. En 'La niña...' hay obras de Hildegarda von Bingen, el Llibre Vermell de Montserrat, el Códice de Las Huelgas, el Calixtino, las Cantigas de Alfonso X El Sabio, las Cantigas de Martín Códax e incluso la 'Nana de Sevilla' de García Lorca. Entre los intérpretes de las pistas musicales grabadas están la flauta dulce Carolina Vicente Pimpinela, el trompetista Vicente Alcaide y el pianista Esteban Ocaña. En escena, son cuatro artistas, dos actores y manipuladores –Vachon y Sánchez– y dos músicos: Enrique Pastor y Laia Blasco. Aunque en total han sido 21 los profesionales que han participado en la creación de la obra.
La respuesta del público ha sido, en algunos casos, impactante. «Se nos han acercado padres que nos han dicho que a partir de la visión del montaje se iban a replantear la educación de los hijos», afirma Francisco de Paula Sánchez. Tras el estreno en el Teatro de la Zarzuela, la obra va a pasar por el Teatro de la Maestranza, pero, de momento, para desazón de sus artífices, no por Granada. Claroscuro ha vuelto a hacerlo, y ofrece un espectáculo de calidad, sólido y serio, para quien lo quiera ver.
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