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José Antonio Muñoz
Granada
Viernes, 10 de febrero 2023, 00:28
El chelista Adolfo Gutiérrez nació en Múnich de padres españoles y pronto dejó de lado sus estudios de piano para centrarse en el violonchelo. Su ... madre quería que fuera director de orquesta, pero hasta ahí no ha llegado, y según propia confesión, no llegará. Hoy es el solista del concierto de la Orquesta Ciudad de Granada, titulado 'La Novena de Shostakovich', pues se incluye en él la emblemática pieza del compositor ruso, además del exigente 'Concierto para violonchelo y orquesta', de Schumann, que él intepretará. Es su segunda visita profesional a Granada, y confiesa sentirse muy a gusto con los músicos de la OCG y el director Pablo González, con quienes hoy debutará.
-¿Qué tal ha encontrado Granada?
-Fenomenal, como siempre. Estoy encantado de estar aquí de nuevo. Ya lo estuve en el Festival Internacional de Música y Danza de 2020, el fatídico año de la pandemia, cuando interpreté en el Hospital Real las cinco sonatas de Beethoven. Siempre lo paso bien cuando vengo, a trabajar o a disfrutar de la ciudad.
-¿Qué encontró en el chelo que le hiciera dejar atrás el piano, su primer instrumento?
-Tuvimos una conexión inmediata, y mi progresión fue muy rápida. Comencé a estudiarlo con 15 años y a los 19 ya tenía un nivel bueno, pasé por la Escuela Reina Sofía, luego me fui a Boston, y desarrollé en EE UU mi carrera con Bernard Greenhouse. Soy un poquito vago... (risas) y me pareció más fácil crecer musicalmente con el chelo. A veces echo de menos el piano, y ese tener toda la música en las manos.
-¿Qué tiene de especial el 'Concierto' de Schumann?
-Es un concierto exigente, como todos los grandes del repertorio: Dvorak, Elgar, Shostakovich, Prokofiev, Haydn... Todos tienen sus cosas. El de Schumann es muy especial para mí, porque revela una ciclotimia muy interesante, quizá como la de Beethoven, pero expresada musicalmente de una manera muy diferente. Es capaz de subirte al cielo y bajarte al infierno con una sutileza enorme. Técnicamente, tiene mucho trabajo, pero la dificultad más importante estriba en lo emocional.
-Es un concierto para sentirlo, entonces.
-Sí, te conviertes en un actor que se mete en su papel donde tiene que estrangular sus sentimientos y llevarlos al límite. Hay otros conciertos que en este sentido son más 'estables', pero este refleja su propia vida. La orquestación de Schumann ha sido, a mi entender, injustamente criticada por considerarse minimalista, pero a mí me gusta ese «recoger» el instrumento, dejando en manos del solista la tarea de darle cuerpo a la música.
-¿Qué tal la conexión con la OCG?
-Fantástica. Pablo González ha puesto las condiciones para que seamos una especie de quinteto gigante, y los músicos están muy entregados. Había oído hablar muy bien de la orquesta y de la sala, y ambas percepciones se han confirmado. Hemos conectado desde el primer ensayo, y eso no es fácil.
-¿Cuáles son sus retos profesionales inmediatos?
-Seguir buscando nuevas obras para ampliar el repertorio. He tocado por primera vez el 'Segundo concierto' del compositor ruso Dmitri Kabalevski, con Guillermo García-Calvo, y voy a preparar el de Weinberg, que es una música judía maravillosa, con la que tengo mucha afinidad. Cuando hay obras buenas, me gusta estudiarlas.
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