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José Antonio Muñoz
Granada
Viernes, 8 de enero 2021, 00:14
El jesuita Manuel Ferrer (Padul, 1920 – Málaga, 2009) forma parte de la historia reciente de Granada por diversas razones. A su peculiar labor pastoral en ... una España donde los jóvenes eran objeto de especial codicia por los gobernantes, se unió un afán divulgador que nacía de su propia capacidad de escucha, lo que le valió amistades en las altas esferas de las que nunca presumió. Y una curiosidad innata que plasmó en varias obras de gran calado, unas más desconocidas que otras, con un lugar preeminente para el libro 'Sierra Nevada' (1971), una joya. En el año que acaba de finalizar se cumplió el centenario de su nacimiento, cuya conmemoración ha cercenado la pandemia. El catedrático de Historia, y discípulo del padre Ferrer, Manuel Titos, autor de 'Manuel Ferrer, S. I. Iglesia, educación y montaña (1920-2009 )', publicado por Comares, recorre en esta obra la vida y 'milagros', porque algunos consiguió, de este granadino excepcional.
–Quizá no muchas personas conozcan la influencia de Ferrer en la Granada del siglo XX. ¿En qué se tradujo esta?
–Fue, sobre todo, un formador de jóvenes, desde su llegada a la capital en los primeros años 50, hasta los años 70, mucho antes de convertirse en un autor básico en las bibliotecas de muchas familias amantes de la montaña. Él mismo decía que desde que era niño, un maestro que tuvo en Padul le inculcó ese amor a los montes, pero su larguísimo periodo de formación entre los jesuitas le alejó de ellos hasta que en 1957 se hizo cargo de las Congregaciones Marianas y tuvo la oportunidad de integrar esta afinidad en su pedagogía en su trato con jóvenes de entre nueve y dieciocho años. Ferrer tuvo en sus manos la formación de miles de jóvenes, y su influencia se traduce en el recuerdo que tienen de él y el cariño que aún hoy le profesan, ante todo.
-¿Qué papel ocuparon los 'luises' y los 'estanislaos' en aquel periodo concreto?
–Fueron los dos grupos que se convirtieron en la única alternativa a la Organización Juvenil Española, vinculada a la Falange y por tanto, afecta al régimen. Esto hizo que en instituciones educativas claves como el instituto Padre Suárez, estaban bien identificados los dos grupos: los de la OJE y los 'curas'. Los primeros contaban con unas instalaciones fabulosas mientras que el padre Ferrer no contaba con prácticamente nada. Él trató de mantenerse al margen de la OJE, aunque le hubiera sido fácil usar sus medios para sus campamentos, para dejar claro que un sistema educativo y otro no tenían nada que ver.
–¿Cómo era el día a día de aquellas congregaciones vinculadas a los jesuitas?
–En ellas, partiendo de una base religiosa, se formaba el carácter, a través de la realización de múltiples actividades, de carácter cultural, básicamente. Se hacía teatro, había conferencias, había cine, música, filatelia... Pero la actividad que más ha perdurado en la mentalidad de la gente es la montañera. Valores como la colaboración o el esfuerzo eran claves para crear caracteres fuertes, recios. La montaña se convirtió en un elemento sustancial de la pedagogía de las congregaciones y concretamente del padre Ferrer, que era quien estaba al frente.
-¿Cuándo surgió el germen de su obra más conocida, el libro sobre Sierra Nevada publicado por primera vez en 1971?
–En alguna entrevista que le hicieron en IDEAL confesó que había sido el fruto de nueve años de trabajo. Si hacemos caso a esta afirmación, debió ponerlo en pie en los primeros años 60. Realmente es un libro colectivo; pidió la colaboración de más de 20 personas, pero la sistematización de la obra, las fotografías, el análisis de la cartografía, su plan general, es obra suya. Y pienso que hoy, no solo por esta obra, sino por el conjunto de las que escribió, es difícil entender Sierra Nevada sin su contribución.
–Otro de los detalles que revela en el libro fueron las amistades que el sacerdote cultivó, algunas de muy alto nivel.
–Así es, aunque nunca presumió de ellas, sin embargo. Fue muy amigo de Fraga Iribarne cuando este era ministro, y de los reyes de Bélgica, Balduino y Fabiola. Discretamente, compartía tiempo tanto con uno como con los otros, y singularmente con Balduino, con quien no solo compartía camino sino oración.
–Más allá de su obra emblemática sobre la Sierra, la producción científica del padre Ferrer es muy amplia, pero, es suficientemente conocida?
–Empieza a no serlo, y por ello se ha escrito este libro. Y más allá de su producción literaria, es preciso reivindicar su labor social. Tras haberse clausurado las congregaciones marianas, su inquietud le llevó a a marcharse a Almería y poner en pie una parroquia en un barrio deprimido de la capital. Pero al mismo tiempo, continuó con su actividad montañera, y en 1985 publicó 'Sierra Nevada y la Alpujarra', un libro en cuatro tomos más uno de cartografía, que no tiene el renombre del de 1971 pero que es tan importante o más que aquel. A este se debería añadir 'Sierra Nevada: lo que nuestros ojos vieron', escrito en colaboración con Eugenio Fernández Durán. Pero no hay que olvidar otras obras como las que dedicó a las aguas de Sierra Nevada, o sus estudios sobre los libros de apeo de poblaciones como Lanjarón, Güéjar Sierra, Nigüelas, Trevélez... También mostró en sus últimos años una notable habilidad en los dibujos a plumilla, algunos de los cuales formaron parte de exposiciones relacionadas con Sierra Nevada.
–La pandemia ha trastocado los planes para conmemorar su centenario.
–Sí, por desgracia, así ha sido, pero tenemos hasta el próximo mes de mayo, cuando se cumple el aniversario de su fallecimiento, para organizar algunas conferencias, itinerarios por Sierra Nevada, rutas por los miradores que llevan su nombre y alguna exposición. Sin embargo, todo está pendiente de las circunstancias.
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