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José Antonio Muñoz
Granada
Viernes, 4 de junio 2021, 00:18
No hay recipiente capaz de contener a Manu Sánchez (Dos Hermanas, 1985). Pero él ha tenido que contenerse para evitar lo que inicialmente ocurría con ... sus espectáculos, que se iban a las tres horas con el público pidiendo más. 'El gran emigrante', su más reciente propuesta, que trae a Granada después de haberla aplazado dos veces por la pandemia, 'solo' dura dos horas. Estará entre hoy y el domingo en el Teatro Isabel la Católica.
–Se ha equivocado usted de título. Debería haber llamado al espectáculo 'El gran migrante', porque 'emigrante' es ahora un término casi maldito.
– (Risas) Hay que ver las vueltas que le damos a los conceptos... El espectáculo se llama así porque es un homenaje, entre otros muchos, a Juanito Valderrama y su fantástica canción 'El emigrante'. No podemos olvidar que durante mucho tiempo, éramos nosotros los que salíamos, incluso ahora que recibimos emigración.
–Quiere hacer pensar, además de provocar la risa.
–Claro. Todos mis espectáculos han ido en esa línea. En este caso, seguimos al protagonista durante un año, observando su evolución desde la soberbia con la que llega, teñida de asombro ante lo que ve, y la comprensión que acaba teniendo de este mundo que les ajeno y que a veces es tan incomprensible.
–Un canto a la necesidad de adaptarse.
–Desde luego, porque cuando llega, el visitante viene ensoberbecido por su superior tecnología, pero esta es algo frágil y le deja tirado. Por eso, se convierte de conquistador en conquistado.
–¿Qué podría haber aprendido su emigrante en el último año?
–Al principio de la pandemia, decíamos que de esta saldríamos mejores, y lo que hemos salido es siendo una versión mejorada y aumentada, que es distinto. Es decir: quien era solidario antes, ha aprendido a serlo más; pero quien era un imbécil antes, ha salido también siéndolo más, creo, porque ha tenido tiempo para perfeccionarse. Es decir, hemos mejorado nuestra condición inicial. Creo que alguien que viniera de tan lejos como él y con la mirada limpia, fliparía con lo que viera.
–Su sátira política siempre apela a la inteligencia. ¿Dónde se coloca en este montaje?
–Mi personaje es un supremacista de libro, blanco que no se puede ser más blanco, y echa en cara a Trump que sea racista blanco siendo él de color naranja. La sátira va en la línea de descubrir que, aunque alguien se crea más que otro, en realidad vale lo mismo.
–¿En qué lugar queda el público, entonces?
–En cierta medida, participa de ese juego. Al principio ve ante sí a un conquistador, pero comprueba cómo el emigrante acaba estando a su merced. Por eso, quiero que el público busque en su interior para encontrarle sentido a las vallas, a las ciudades fronterizas tomadas al asalto, o a la desigualdad que provoca las tragedias humanitarias. Vivimos en un mundo que en lugar de caminar unido, cada vez se parcela más con movimientos independentistas y reivindicaciones de terruños.
–¿Ha modificado en algo el texto original?
–Tiene ciertos cambios, como el hecho de que el visitante aterriza en una azotea, y desde esa atalaya privilegiada cambia tanto como observa los cambios. A veces, hay que mirar con distancia algunos temas.
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